05/10/2025 – Domingo XXVII T.O.
Confianza
Hab 1, 2-3; 2, 2-4
Sal 94, 1-2.6-9
2 Tim 1, 6-8. 13-14
Lc 17, 5-10
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El profeta Habacuc vive en tiempos convulsos: invasiones, deportaciones, reyes títere colocados por el imperio, nuevas potencias que surgen y lo arrasan todo, crueldad por cualquier costado… ¿Dónde está Dios? También nuestro mundo gime hoy buscando a Dios con un por qué entre los labios que se queda ahí suspendido porque no hay respuesta. Respuesta quiere decir solución, no retórica. Dios envía una visión de lo que, sin duda, se cumplirá. Castigará al invasor según la pedagogía veterotestamentaria del talión, de modo que también él será invadido y despedazado. Pero es posible que se retrase ¿Cómo es esto? Es que la visión no se actualizará directamente por una acción de Dios, sino por la del ser humano y a veces le cuesta. Del mismo modo, hoy, pese a las urgencias que, ya con otras didácticas, Dios pueda insuflar en su alma, este ser es, muchas veces, demasiado lento para reaccionar. Sin embargo, llegará y, mientras tanto, la fe es el único recurso del sufriente. Fe es esperar en la promesa; la confianza no está puesta en una intervención milagrosa, sino en la responsabilidad de todos. El salmista insiste en que no endurezcamos el corazón ni tentemos al Señor. La solución está en camino, pero no tan rápida como él quisiera.
A Jesús le piden los suyos que les aumente la fe, pero me da que no saben muy bien lo que piden. Jesús contesta que con un grano de esa fe que ellos piden podrían enraizar árboles en el mar. Sería algo fantástico, pero absurdo. La fe que Jesús ha alabado en todos con quienes se ha encontrado es la que no se rinde a la evidencia; la que espera y confía en que él podrá sanar y enderezar su vida. Jesús transforma vidas, no simplemente obra prodigios. Los discípulos querrían recibir honores después de su propia prestidigitación, pero Jesús les dice que ese no es el camino. El siervo inútil no es el que no sabe hacer nada, sino el que no realiza acciones que signifiquen o, menos aún, le reporten un mérito extraordinario. Es inútil en esa comprensión del mundo en la que todo tiene precio y se hace por algo. Éstos hacen lo que son. Y lo que son, lo son por confiar en Jesús y empeñarse en vivir como él, sin dejar a nadie fuera. Son los que llegarán para sanar y liberar, porque ellos mismos fueron sanados y liberados y comenzaron a partir de ahí un camino en el que no se vivían ya como una realidad privada sino abierta para todas y todos y, como Jesús, con la confianza puesta siempre en el Padre.
Imponer las manos era un gesto judío de bendición que fue adoptado por la comunidad cristiana para manifestar la comunicación del Espíritu. Es el Espíritu quien cuida en nosotros, tierra que ha llegado a ser buena por la búsqueda y la experiencia, que esa semilla puesta por Jesús no quede en nada. Pese a tantos significados que se le han dado me atrevo a decir que el depósito de la fe que Timoteo es animado a mantener, no son un conjunto de verdades irrenunciables que nos garanticen la inerrancia; sino que es precisamente esa semilla y toda la vida que esa experiencia generó. Es la confianza que estamos llamados a preservar y, sobre todo, la acción liberadora, sanadora, reparadora, erigidora, empoderadora y legitimadora que surge a través y a partir de ella. Nada se nos da para custodiarlo sin que se gaste; es precisamente gastándolo como más produce; es gastándonos como más llegamos a ser en el Ser que nos sustenta y que solo gastándonos podemos comunicar a tantos otros. Es en la fe donde el justo vive.
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