sábado, 29 de julio de 2023

BUSCADORES DEL TESORO. Domingo XVII Ordinario.

 30/07/2023

Buscadores del tesoro.

Domingo XVII T.O.

1 R 3, 5. 7-12

Sal 118, 57. 72. 76-77. 127-130

Rm 8, 28-30

Mt 13, 44-52

Si quieres ver las lecturas pincha aquí

El ser humano es un permanente buscador que quiere encontrarle el sentido a las cosas, a su vida, a la de los demás. No hablamos de una vida ultraterrena, sino que, sin excepción, el ser humano quiere ser feliz y, más allá de la comodidad, esa felicidad se identifica con el sentido de esta vida cotidiana. Ante la oferta de Dios, el joven rey Salomón le pide sabiduría para gobernar a su pueblo según la voluntad de Dios, porque entiende que esa voluntad les llevará a buen puerto. A Dios le agrada su petición por su altura de miras, porque no ha pensado en él mismo, sino en el pueblo que Dios mismo le ha encargado. Por el bien de este pueblo pide Salomón saber distinguir el mal del bien. Es una petición valiente pues la tradición bíblica nos habla del castigo que sufrió la humanidad primera al comer del árbol del conocimiento del bien y del mal; de su castigo y de su consecuencia para los demás. Sin embargo, la petición del joven Salomón dista mucho de ser, como la de ellos, un acto egoísta.

Aquellos primeros padres estaban predestinados a reproducir la imagen del Hijo, precisamente, para que pudiera ser primogénito de muchos hermanos. Es “el ser humano”, en hebreo Ha’Adam, quien fue predestinado a este fin. Pero aquel fracaso inicial no le condenó al olvido, sino que, pese a él, fue, por amor, llamado, justificado y glorificado. Es un proceso. La predestinación habla de la capacitación intrínseca para ese alumbramiento; la llamada, de la continua apelación de Dios pese a todos los errores; la justificación, del perdón de Dios que hace justo, es decir, olvida el pecado, de todo aquel que se decide a seguir su camino y la glorificación, del reconocimiento de haber alcanzado una condición nueva, un nuevo nacimiento, a imagen del Hijo, de Jesús el Cristo.

En este proceso encontrar el tesoro es importante, pero no es lo definitivo. El tesoro es semejante al reino de los cielos que está en permanente construcción y no es, por tanto, posible que sea hallado de una vez para siempre. El tesoro es la capacidad de discernir, de juzgar según el criterio mismo de Dios, que no quiere decir declarar buenos a unos y malos a otros, de eso, en todo caso, ya se ocuparán los ángeles de Dios si llega el momento. Mientras tanto, lo que podemos hallar es la perspectiva de Dios. Ese punto de vista merece vender todo lo demás porque gracias a él comprendemos el sentido del mundo según Dios lo planeó. Gracias a él comprendemos la vida, las actitudes y acciones de Jesús, y se transforma para nosotros en camino, verdad y vida. Si ponemos las palabras del salmista en relación directa a Jesús y a su único mandamiento tendremos el compromiso de quien se empeña en encontrar este tesoro. Igual que Salomón podemos pedir esa sabiduría a Dios y confiar en que nos guie en nuestras decisiones y nos permita ser profetas misericordiosos pero eficientes; eficaces para denunciar el mal y la opresión a imagen del propio Jesús. Los escribas eran entendidos en la ley; nosotros podemos, con esta iluminación, ser escribas de la nueva ley e ir sacando de lo antiguo todo aquello que es aún aprovechable y estrenar todo lo nuevo que vamos encontrando según el parecer de Dios que él nos va mostrando. Así nos colocamos al servicio de los demás y no por encima de nadie. Así podremos juzgar sin condenar y obrar como hombres y mujeres nuevos.


Buscadores del tesoro




sábado, 22 de julio de 2023

TRIGO Y CIZAÑA. Domingo XVI Ordinario

 23/07/2023

El trigo y la cizaña.

Domingo XVI T.O.

Sb 12, 13. 16-19

Sal 85, 9-10. 15-16a

Rm 8,26-27

Mt 13, 24-30

Si quieres ver las lecturas pincha aquí

Les pasaba a aquellos criados de los que nos habla Mateo como puede pasarnos también a nosotros: que tenían ya claro quiénes eran los buenos y quienes, los malos. Por eso ven sencillo acabar con éstos. Lo que el sembrador de aquel campo, sin embargo, tenía claro es que nada es tan sencillo. Él quiere evitar que  la verde cizaña se confunda con el trigo aún no madurado. Es necesario esperar a la siega para distinguirlos. Arrancar la una es arriesgarse a arruinar al otro. Jesús quiere decir que no podemos pensar de unos que son justos y de otros que son malvados. A veces, creyéndonos en posesión de la verdad, juzgamos de forma apresurada, como si ya estuviese claro quién está en lo cierto y quien se equivoca. Sin embargo, nunca tenemos todos los datos. Solo Dios está en posesión de ese conocimiento y él, según nos dice hoy el libro de la Sabiduría, es indulgente con todos.

Para afianzar su identidad y presentarse en el contexto internacional como una nación, Israel confiaba en la ayuda de su propio dios. Sólo con el tiempo comprendió que este dios privado era el único Dios y que no tenía interés en competir con ningún otro, sino en enseñar a sus fieles la centralidad de la justicia. Este Dios podría castigar si quisiera, pero su prioridad estaba en mostrarse misericordioso, como el salmo subraya también, porque así enseñaba al pueblo que el justo debe ser humano y comunicaba a sus hijos la esperanza de que sus errores no eran insalvables.

También nosotros, como las plantas, requerimos tiempo para alcanzar la plenitud. Tiempo y que nos dejen desarrollarnos, ir sacando a la luz aquello que tenemos escondido. En el fondo, cada uno de nosotros somos trigo y cizaña. Todos tenemos actitudes que deberíamos mejorar y encontramos oscuridades que nos desagradan. La actitud de los criados es racionalista: arranquemos lo que está mal. Surge así el rigorismo religioso, o moralista, que ya conocemos: lo blanco es blanco y lo negro, negro. Las tradiciones contemplativas, en cambio, proponen que esa oscuridad debe ser atravesada para poder llegar a la plenitud. Atravesarla no es recrearse en ella ni enroscarse en uno mismo esperando que Dios baje a salvarte. Es reconocerse imperfecto pero, pese a ello, perdonarse y seguir adelante. Como sabemos, nuestra fe cristiana afirma que esta misericordia con uno mismo debería aplicarse igualmente a los demás. Así, excluimos la piedad paralizante tanto como las alabanzas exclusivistas, reservadas a mí mismo y a los míos. La experiencia de nuestra limitación nos acerca a los demás de forma amorosa y nos hace comulgar en la debilidad.

Dios no nos deja solos esta nueva relación sino que nos otorga el don del Espíritu. Él intercede por nosotros y “el que escruta los corazones” sabe que su intercesión es para el bien de todos los santos. Santos no son los perfectos, sino los que se levantan y continúan caminando tendiendo la mano a todos. Los gemidos del Espíritu son inefables pero se asemejan a los gritos que la tierra lanzaba por los dolores del parto. Algo nuevo está naciendo y tenemos que dejarlo nacer. No hay que eliminar la oscuridad sino integrarla y superarla en la medida que nos sea posible. Lo que no, ya será definitivamente vencido por ese indulgente escrutador de corazones cuando llegue el momento.


Trigo y cizaña


sábado, 15 de julio de 2023

SEMBRADORES. Domingo XV Ordinario

 16/07/2023

Sembradores

Domingo XV T.O.

Is 55, 10-11

Sal 64, 10-14

Rm 8, 18-23

Mt 13, 1-23

Si quieres ver las lecturas pincha aquí

Mi padre tiene un huerto. Yo le acompaño a veces; decir que le ayudo sería engalanarme demasiado. En ocasiones, le llevo o le traigo, pico (poco) aquí o siembro allí, según sus indicaciones y, al tiempo, recogemos fruto. La fecundidad de la tierra es apabullante. Todo parece indicar que en los tiempos y la geografía de Jesús, sería diferente. Ya no sembramos a voleo, sino que todo el espacio está preparado para que la tierra pueda acoger de la mejor manera posible el plantero. En aquel siglo I todo debía ser tan agreste como lo fuera ya en tiempo de Isaías. Los avances van despacio. Pero ya señalaba el profeta que, pese a lo áspero del terreno, la palabra consigue hacer feraz cualquier erial. También Jesús señala que, incluso en el peor lugar, la semilla brota; la del fruto es otra cuestión.

Jesús hablaba en parábolas para que la gente pudiese entender. Parece que los discípulos captaban mejor lo que quería decir. Por lo menos ponían empeño. Había quienes no terminaban de comprender porque oyendo no escuchan y mirando no ven, dice Jesús. Para hacerse cargo de lo que Jesús quiere decir debemos desatender nuestras propias ideas; liberarnos de interpretaciones y prejuicios y renunciar a saberlo ya todo. Esto les pasaba a aquellas buenas gentes, como nos pasa a nosotros hoy, que ya lo tenemos todo visto. A quien tiene se le quitará y a quien no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Continuamos en la lógica de la semana pasada, según la cual Dios da o quita, o no da… Dios se da por entero a sí mismo. Quien tiene la valentía de prescindir de sí y ponerse a la escucha recibirá el mensaje, acogerá la Palabra y dará fruto. Quien no la tenga no podrá recibir nada y, para colmo, terminará descubriendo que eso en lo que tenía puesta su esperanza no le proporciona ningún sentido y quedará con nada, viviéndose despojado incluso de lo que no tenía.

Una vez germinada, el desarrollo natural de la planta le lleva a producir fruto allí donde esté. La parábola hace una enumeración de lugares, de situaciones en las que todos podemos encontrarnos. Lo importante no es producir mucho; habrá quien dé el 20 o el 60, o el 40. O vete a saber… La cuestión es que el proceso no se detenga. Pese a que no nos lo creamos no estamos llamados a salvar el mundo por nuestra cuenta. La creación gime con dolores de parto: en cada uno. Cada uno estamos llamados a dejar que la semilla arraigue en nosotros y a crecer dejándola crecer a ella. En la medida en que crezcamos con ella nos vamos haciendo más semejantes a Dios, a la fuente original, nos vamos dando como él mismo se nos da. Una comunidad de hermanas y hermanos dándose a sí misma en esa medida termina siendo transformadora de su propia realidad porque el amor no puede detenerse ni envasarse al vacío. Poseemos las primicias del Espíritu y se nos convoca para hacerlas crecer, para ser sembradores de esos que cuidan y miman, como los del salmo. Crecemos en la misma medida que sembramos y al crecer nos unimos a quienes van creciendo alimentados por el mismo manantial. Cada uno a su ritmo y en su medida, pero sin dejar a nadie atrás, sin que quede un lugar sin cubrir, por recóndito y lejano que sea; esa es la manifestación de los hijos de Dios. Así es como la Palabra no volverá a Dios vacía. Y es posible que por el camino tengamos que explicarnos las parábolas unos a otros para lograr desasirnos del refugio.


Sembradores. J. F. Millet, Sembradores de patatas (1861)


sábado, 8 de julio de 2023

AL ESTILO DE JESÚS. Domingo XIV Ordinario

 09/07/2023

Al estilo de Jesús

Domingo XIV T.O.

Zac 9, 9-10

Sal 144, 1-2. 8-11. 13cd-14

Rm 8, 9. 11-13

Mt 11, 25-30

Si quieres leer las lecturas pincha aquí

Del mismo modo que en los relatos del Éxodo Dios endurecía el corazón de Faraón, Mateo, fiel a la tradición judía, afirma que Jesús da gracias al Padre por revelar unas cosas a unos y escondérselas a los otros porque Dios es dueño de hacer lo que le plazca. Pese a que hoy no compartamos esta perspectiva, era ya un mensaje provocador que Dios diera a conocer lo importante a los sencillos mientras que se desentendía de los sabios con estudios que utilizaban su conocimiento para imponerse a los demás. Prefería a los ignorantes, a los que nadie más aceptaba ni respetaba. Actualmente, en cambio, afirmamos que es cada uno quien acepta a Dios o no. Así, afirmamos que son los ignorantes quienes reconocen a Dios, mientras que otros más preparados no lo advierten. Versículos antes de nuestro pasaje de hoy, Jesús había declarado que la verdadera sabiduría se muestra en las obras. No vale, pues, escudarse en los libros para arrancarles interpretaciones que justifiquen mantenerse bien arriba. Claro que no toda acción vale. Esas obras deben estar acompasadas con el latido íntimo de Dios. ¿Cómo conocerlo si dejamos de lado lo escrito; si no atendemos a la oficialidad?

Pablo nos dice que el Espíritu de Dios habita en nosotros y que estamos “sujetos a él”. Esta sujeción nos habla de coherencia y de sentido. Si queremos vivir lo que somos debemos vivir según ese Espíritu. Es el mismo Espíritu que habitó en Jesús y que sigue habitando en el Cristo tras su resurrección. Así, como afirmaba Mateo y concreta Pablo, lo que el Padre ofrece Jesús lo revela, lo hace evidente, siendo según el Espíritu de Dios. Nosotros podemos, según el mismo Espíritu, acogerlo. Padre e Hijo se conocen y el Hijo revela al Padre a quien él quiere: de nuevo, la misma mentalidad elitista que, de forma novedosa, habla de los sencillos. Jesús llama a quienes están cansados y agobiados, pero la palabra que usa Mateo no habla de “cansados”, sino de “afanados”, de aquellos que han trabajado activamente y han sido “cargados”.  La Ley ha sido lanzada sobre quienes buscaban la verdad, la sabiduría, la justicia. Ahora Jesús propone un yugo llevadero y una carga ligera, porque remite a Dios.

Jesús nos redescubre el verdadero rostro de Dios que, superando cualquier privilegio, se dirige a todos. Es cierto que no todos lo acogen ni pueden entonar el canto del salmista porque a muchos sus intereses les hace buscarlo en otra parte y se apoyan en una sabiduría que custodia un Dios distinto; otro dios. Ya Zacarías habló del rey que llegaba justo y victorioso, cabalgando modestamente sobre un asno. Lo decisivo de este rey es que destruirá las armas de guerra (arcos y carros), terminará con la arrogancia (caballos) y “dictará la paz a las naciones”. Es así como dominará de mar a mar. La obra de Jesús, como la del rey anunciado por el profeta, es poner la paz sin sucumbir al espíritu beligerante y abolir los privilegios. Las obras concretas de Jesús fueron sus palabras y sus sanaciones. Estas actuaciones concretas y cercanas surgieron del fondo de su ser, del Espíritu de Dios que comparte con nosotros y al que apela al hablarnos y sanarnos. Los que, siguiendo el mismo Espíritu, humildemente, siendo lo que somos, vivamos al estilo de Jesús y trabajemos con ahínco por extender su paz, no careceremos de conflictos ni fatigas, pero podremos, por el Espíritu compartido, descansar en él que vive ya plenamente en Dios y aspirar a esa misma plenitud.


Al estilo de Jesús








sábado, 1 de julio de 2023

LO QUE EL MUNDO NO PUEDE DARNOS. Domingo XIII Ordinario

 02/07/2023

Lo que el mundo no puede darnos.

Domingo XIII T.O.

2 Re 4, 8-11. 14-16a

Sal 88, 2-3. 16-19

Rm 6, 3-4. 8-11

Mt 10, 37-42

Si quieres ver las lecturas pincha aquí

Dicen los exégetas que las palabras del evangelio de hoy hay que entenderlas en el contexto de una comunidad que vivía en conflicto con los que le rodeaban. El amor a la familia representa aquí el apego a las tradiciones que no dejaban acoger la buena nueva de Jesús; que le veían como un farsante ajusticiado cuyas palabras, aun después de muerto, tenían capacidad para confundir y llevar al error y por el error de unos pocos traer, por un lado, el castigo sobre todo el pueblo y por otro, mucho más pragmático, la ruina de los lucrativos negocios de los poderosos de entonces. No han cambiado tanto las cosas.

Hagamos un ejercicio hermenéutico e intentemos actualizar el texto. Jesús habla de sí mismo como un enviado que es en todo fiel al Padre que lo envía hasta el punto de que amarle a él es amar al Padre. Del mismo modo, Jesús nos envía a nosotros encomendándonos ser profetas y justos para que podamos ser recibidos como tales. Y nos recuerda también, no sea que se nos suban mucho los ánimos, que, siendo así, no dejamos de ser pobrecillos discípulos, afirmando que cualquiera que nos acoja recibirá también su recompensa.  Vivimos de cara a los demás, por el bien de los demás. A ellos “solo” se les exige acogernos.

Ser profeta es denunciar la injusticia del mundo, contraria al amor de Dios. Ser justo es vivir según ese amor, sin dejar a nadie fuera. Ser así muestra un modo nuevo de vivir. Tanto los profetas como los justos producen fruto en aquellos que les rodean y también en aquellos a los que visitan y les acogen. Así le pasó a aquella mujer rica de Sunam que acogió a Elías. Dios, por medio del profeta, le pagó con lo único que el mundo no había podido darle. Quien se vive recompensado en tanto por tan poco conoce, según el salmista, la misericordia del Señor y entra a formar parte del pueblo favorecido por Dios que goza de su fidelidad por todas las edades y camina a la luz de su rostro. Es el pueblo capaz de reconocer la acción de Dios en su vida; el pueblo que se deja alcanzar por él, que escucha a los profetas y a los justos. Es el pueblo que ha muerto al pecado y vive para Dios en Cristo Jesús. Ese pueblo que reconoce a Dios en su vida y se reconoce a sí mismo como profeta y justo para con los demás es el pueblo bautizado; sumergido en el amor de Dios, haya agua de por medio o no.

Ser el pueblo que “solo” acoge implica escuchar lo que el profeta dice, abrazarle, compartir con él lo que se tiene y lo que se es y hacerlo uno más. Así pasa a ser justo y siéndolo se es también profeta para el vecino que presencia esa acogida. Hasta nosotros hoy llegan cada vez más profetas que en su huida de la guerra, del hambre, de la miseria, del prejuicio y de la marginalidad nos hablan de parte de Dios denunciando la situación inhumana que se da en tantas partes del mundo. Acogerlos es dar crédito a la palabra de Dios y dejar que ésta cree en nosotros la semilla de un nuevo orden; es ser no solo  justos, sino también profetas para los demás; es morir  al pecado que cerca al acogido y aceptar compartir su suerte. Estrenamos una vida nueva en Cristo Jesús en la que aparece la cruz como consecuencia de esa acción constructora y no como designio de algún diosecillo domesticado: pasamos de la idolatría de las costumbres y la tradición a la política del mundo nuevo. También nosotros, por medio de esos profetas, recibimos lo que el mundo no puede darnos.


Lo que el mundo no puede darnos

Con un abrazo especial para Vily y familia.

sábado, 24 de junio de 2023

COMO TIENE QUE SER. Domingo XII Ordinario

25/06/2023

Como tiene que ser

Domingo XII T.O.

Jer 20, 10-13

Sal 68, 8-10. 14.17. 33-35

Rm 5, 12-15

Mt 10, 26-33

Si quieres ver las lecturas pincha aquí

Jeremías expresa hoy la confianza que tiene en el Señor. Su actividad profética ha suscitado la ira de sus vecinos, que se alzan contra él por haber denunciado su confianza mágica en el templo y sus rituales. El salmista se sitúa en esa misma fe: El Señor no me va a abandonar. Pero su actitud es ya diferente de la del profeta: él no pide venganza ninguna; simplemente se refugia en Dios y se pone en sus manos esperando que por su fidelidad y misericordia no le abandone. A los humildes. Los pobres y cautivos invita a tener la misma determinación. Esa vivencia es también la de Pablo, quien afirma que por grande que sea el mal y por mucho daño que pueda hacer, mucho más grande y poderosa es la gracia y la misericordia de Dios que en Jesús se nos hizo don encarnado. Esa sola experiencia humana bastó y sobró para darle la vuelta a todo; para cambiar el rumbo de la humanidad, por difícil que sea percibirlo en muchas ocasiones.

De esa oscuridad es de la que nos habla Jesús a través de Mateo. De la oscuridad y también del cuidado de Dios por cada uno. No temáis, dice, pues importáis mucho más que los pajarillos y si el Padre vela por ellos cómo no va a velar por vosotros. Esta esperanza es la que debe gritarse desde los tejados. La convicción íntima de esta custodia es la que alienta en momentos de incertidumbre y angustia. Lo decisivo está en ponerse de parte de Jesús ante los hombres, pero esa opción se identifica poco con la magia y ritualidad que criticaba Jeremías. Como sabemos, Jesús habló de eso que llamamos juicio final, también en este mismo evangelio, haciendo referencia a la misericordia volcada sobre los demás. No es el nuestro un Jesús permisivo, sino que, a la tarde, examina en el amor. No existe más criterio. Confesarle en este mundo desquiciado es ponerse de parte de los suyos, de sus preferidos.

Este es el amor llevado al extremo, es la divinización del ser humano. La famosa omnipotencia de Dios consiste en que todo aquello que el amor pueda hacer será hecho en la medida que el egoísmo sea dejado atrás. Esto coloca al discípulo en una situación delicada. No habrá nunca actuaciones milagrosas que nos salven ex machina, en el último instante; tal como Jesús, el creyente no podrá vivir lejos de la amenaza. Como Jeremías y todos los profetas, Jesús fue siempre molesto porque desde las azoteas, las plazas y los campos denunciaba la maldad sin que nada pudiese socavar su confianza en el Padre. Del mismo modo, cualquier creyente verdadero será siempre un incordio y en medio de la oscuridad y del mal del mundo, la gracia sobreabundará para que su ánimo no decaiga, para que encuentre sentido a su penar y para que su fidelidad se mantenga firme. No es que todo vaya a ir bien; posiblemente todo sea un desastre, un fracaso como fue la vida del propio Jesús, sin embargo, todo estará bien, todo será como tiene que ser, porque el acoso es el estado natural en el que el profeta vive, pero en medio del caos percibe la lógica el amor que le lleva a ser él mismo, ella misma, amor que se ofrece y que, amando omnipotentemente, consiguiendo lo imposible. No hay otro milagro. Ya no hay fidelidad a un Dios externo que se impone, sino descubrimiento de la verdadera naturaleza que permanecía oculta y que se reconoce a sí misma en la medida que se despide de la individualidad para construir una nueva fraternidad.


Como tiene que ser


sábado, 17 de junio de 2023

PASTORES. Domingo XI Ordinario

18/06/2023

PASTORES. Domingo XI T.O.

Éx 19, 2-6a

Sal 99, 2-3. 5

Rm 5, 6-11

Mt 9, 36 – 10, 8

Si quieres ver las lecturas pincha aquí

El pueblo de Israel tenía la conciencia de ser especial. Se sabía elegido, preferido, apartado por Dios de entre todos los pueblos de la tierra. Es verdad que esta percepción puede ser peligrosa y dar lugar a malos entendidos, pero también pone de manifiesto los afectos de Dios que se elige un pueblo de esclavos, y no una élite de ningún tipo. Decir esclavos es decir oprimidos, víctimas puestas por otros en el peor de los lugares; allí donde nadie se pertenece a sí mismo, sino que se cuenta entre las posesiones de cualquier otro u otra. A esta población ninguneada, Dios le propone transformarse en nación santa; en pueblo de sacerdotes, mediante la pedagogía que les muestra a través de su alianza y de la voz que le hace llegar mediante sus enviados. Esta conciencia popular es la que expresa el salmista. Como ya hemos dicho alguna vez, sacerdote es quien pone a los hombres en contacto con Dios; no quien realiza ritos y ceremonias. Que en este pueblo elegido surgiese un sacerdocio similar al sacerdocio al uso en su época ente los demás pueblos no quiere decir que con él se agotara esa realidad sacerdotal.

Jesús se eligió doce discípulos como imagen del nuevo pueblo elegido. Este nuevo pueblo es reunido entre la multitud que no encuentra guía ni consuelo en aquellos antiguos sacerdotes que, con el paso del tiempo, habían venido a ser los gobernantes del pueblo. A estos doce los envía a que recuperen las ovejas descarriadas de Israel. Tengo que reconocer que llevo mal esta exclusividad pero, tal vez, hable Jesús de ella para hacer patente que entre esa nación santa, de la que las vicisitudes del tiempo y la historia habían apartado a los samaritanos y que, desde luego, no se podía identificar con los gentiles, se daban también situaciones que habían propiciado ese descarrío. En el seno de aquel pueblo elegido se habían reproducido condiciones que condenaban a la esclavitud a hombres y mujeres que era preciso recuperar. Esas ovejas deben escuchar el mensaje decisivo: está cerca el reino de los cielos. Los mensajeros mismos están tomados de entre esas ovejas y ellos han sido ya sanados, liberados de espíritus inmundos, resucitados para una vida nueva, y alimentados con el pan definitivo. Todo esto que ellos han recibido gratis, por pura misericordia, deben entregarlo del mismo modo. Deben sanar como ellos han sido sanados, alimentar como ellos mismos han sido alimentados, des-leprar tal como ellos mismo lo han sido. 

Pablo ahonda en esta cuestión subrayando que Cristo murió por nosotros sin que lo mereciésemos en absoluto. Si esa muerte, según Pablo, nos mereció la reconciliación, ¡con cuánta más razón, -dice- estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida! La vida de Jesús es la que salva; sanar, alimentar, liberar como él hizo y como él nos pide hacer es la raíz de la salvación. Para todos aquellos a los que somos enviados porque descubrirán que no están abandonados a su suerte; para nosotros porque nuestra vida cobrará propósito. Para ellos y para nosotros porque juntos le encontraremos sentido a esta realidad que tantas veces se nos antoja compleja y desnortada. Esta es la nueva alianza; se nos llama para ser pastores y no un rebaño adocenado. No para vivir dependiente de rabadanes, sino para convertir el propio don en báculo y salir al mundo para liberar, sanar y alimentar. Somos salvados, no para nuestra propia salvación, sino para la de los demás. 

Pastores



sábado, 10 de junio de 2023

CORPUS

11/06/2023

Corpus

Dt 8, 2-3. 14b-16a

Sal 147, 12-15. 19-20

1 Cor 10, 16-17

Jn 6, 51-58

Si quieres ver las lecturas pincha aquí 

Somos todos miguitas de pan. Somos gotas de vino. O podríamos serlo. Esta posibilidad de ser nos viene dada desde nuestra propia hondura. Desde ese centro en el que habita Dios mismo y desde el que nos habla a cada uno; desde el que nos inspira haciendo de nosotros criaturas vivientes. La experiencia religiosa fundamental es zambullirnos en nosotros mismos para descubrir que esa raíz original ni es única ni original, sino compartida con todos los vivientes y originada en el Viviente. La tradición judía llamó Dios a este Viviente y en el pasaje del Deuteronomio que hoy contemplamos afirma que está siempre pendiente de su pueblo. Él se eligió para sí una multitud de esclavos y liberándoles, les alimentó, les guardó y les guió en la travesía a través del yermo. Ese pueblo encontró lógico que tuviera que merecerse la tutela que Dios le había brindado y vio en sus penalidades una prueba que Dios le ponía para que aprendiera a confiar en él y entendiese que cumpliendo sus preceptos velaría por ellos. El salmista, instalado ya en Jerusalén, la ciudad de la Paz, ahonda en la alabanza a Dios por la prosperidad que le había conseguido. No solo de pan vive el hombre; dígase, como es natural, lo mismo del pueblo; gracias a su confianza y a su fidelidad, había conseguido de Dios la prosperidad.

El pan y el vino fueron los elementos que Jesús tenía a mano para convertirlos en símbolos que expresasen esta realidad profunda. Jesús se hace pan y vino y se deja partir y beber. Pero ya no existe obligatoriedad, sino que lo hace de forma gratuita; no porque lo merezcamos, sino porque él era así, desde su propia hondura. Desde ese acto personal suyo nos invita a hacer lo mismo.  Así vivió Jesús su vida y desde esa vivencia profunda pudo decir Yo soy… el pan vivo. Desde esa experiencia es desde la que nos invita a compartir; a hacernos pan y vino para todos. Pero no todos le entendieron. En su propia época, quien le interpretó literalmente no pudo entender lo que quiso decir. Muchos siglos después algunos lo ven como un acto exclusivo de Jesús que, bajo ciertas condiciones, solo unos pocos elegidos pueden repetir.

Para captar el mensaje de Jesús es necesario, por un lado, volver a confiar y, por otro, y primordialmente, descubrir la propia necesidad. Hay que sentirse hambriento. Las élites de aquel pueblo habían llegado a experimentar la saciedad y se encontraban empachados de Dios. Le conocían perfectamente; o eso creían. Otros, cercados por la necesidad o el orgullo patriótico, vivían angustiados la espera del mesías, fabricándoselo a su medida. Jesús nos habló de ser, para los demás, pan que se parte y vino que transmite su propia vida. Esa actitud surge de la profundidad que es capaz de decir Yo soy... Comulgar no es un acto pasivo, es una acción decidida a compartirse con y por los demás que surge del retorno desde la profundidad. Eso que somos y que nos parece tan irrenunciable no es nada si no se pone a disposición de todos. Somos migas y gotas llamadas a formar parte del pan, del vino. No se me antoja casual que el corpus siga a la Trinidad. La salvación, el sentido, no está en ser miga o gota por siempre, sino en formar parte del todo, del pan o del vino. La cuestión no es salvaguardar la individualidad, sino extender la comunión. Hacer de ella un principio activo; un motor que haga real, que encarne, la interioridad que recibimos y que se desarrolla poniéndola en juego por los demás.

 

Corpus


 

sábado, 3 de junio de 2023

TRINIDAD

04/06/2023

Trinidad

Éx 34, 4b-6. 8-9

Dn 3, 52-56

2 Cor 13, 11-13

Jn 3, 16-18

Si quieres ver las lecturas pincha aquí 

Para lo importante que es la fiesta de hoy, la liturgia se muestra bastante parca en la extensión de las lecturas que nos propone. Parca y, además, misteriosa: omite un versículo en su primera propuesta. Este fragmento del libro del Éxodo, nos dicen los exégetas, es importante porque contiene una autodefinición de Dios. En él, Dios se presenta a sí mismo como “compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad” pero también, he aquí la omisión, como Dios que perdona “por millares” según unas traducciones, o “hasta la milésima generación”, según otras, mientras que castiga el pecado y la iniquidad hasta la cuarta generación. A nuestra mentalidad moderna le cuesta entender eso del castigo y construye una pedagogía del colegueo apartada de cualquier exigencia. Lo importante de este texto no es que Dios castigue por cuatro, aspecto en el que se cargaron las tintas durante siglos, sino que se mantiene fiel y perdona por mil, cuestión mucho más olvidada. El pecado lleva su penitencia, se decía; el mal tiene sus consecuencias, decimos ahora, y repercute no solo en nosotros sino también en los que nos rodean y en quienes han de venir. Social y ecológicamente tenemos ya plena constatación de esto. Admitir este versículo es admitir la dimensión global del mal, pero también la infinitud de la gracia que lo abarca todo.

Moisés termina pidiéndole a Dios que acepte a su pueblo y tanto lo acepta que Dios mismo se hará uno de ellos; uno de nosotros. Dios es amor, decimos, sería mejor decir que Dios es amar. El amor es desear y buscar el bien del otro. Dios ama al mundo, y que esto lo diga Juan, que habla de este lugar como el escenario del mal que el ser humano provoca, no es cualquier cosa. Dios ama lo imperfecto; lo deforme halla gracia a sus ojos; lo ve todo y a todos de manera muy distinta a la nuestra; no quiere que nada ni nadie se pierda. Por eso se hace uno más. Dios es así: amar. Pero es, por eso mismo, relación. No se ama a sí mismo, sino que en sí mismo se da ya la reciprocidad de los que se aman. A este misterio se le ha llamado Trinidad. Y después de ponerle nombre se empeñaron en intentar explicarlo según la lógica del momento, olvidando que lo central es ese amor del que nos habló Jesús y que quien lo viviese como Jesús nos mostró con su vida estaba ya salvado y salvaba con él su porción de mundo.

Esa salvación, que tantas veces se ha pospuesto para tiempos que “hemos de merecer”, no anda, en realidad, lejos de lo que nos recuerda Pablo: facilitémonos la vida unos a otros, amémonos y el Dios del amor y la paz estará en nosotros. Estamos llamados a ser como Dios mismo es y a vivir con los otros tal como él vive en sí mismo. Formar un solo cuerpo, no es una asociación cualquiera. Los primeros cristianos hablaban de asamblea y de comunión, como imagen de aquello que querían vivir. El amor del Padre, el compartir servicial del Hijo, la comunión en el amor del Espíritu. Así es Dios. Así se nos pide que seamos. Vivir esto es encontrarle un sentido a la vida pese a cualquier obstáculo; es dar inicio a la propia salvación, que, por supuesto, tendrá su plenitud donde y cuando haya de tenerla, pero no como premio que nos hayamos ganado según los criterios de cada época, sino como desarrollo natural de haber creído, de haber amado, como Jesús dijo: como Dios es. Es la Trinidad. en la que todo cabe y nada se impone, a la que le quitamos el “Santísima” para no verla como algo ajeno, sino como una realidad cercana en la que, de un modo u otro, estamos todos inmersos. 

 

Trinidad. Dibujo de Agustín de la Torre.

 

sábado, 27 de mayo de 2023

PENTECOSTÉS

28/05/2023

Pentecostés

Hech 2, 1-11

Sal 103, 1ab. 24ac. 29bc-31. 34

1 Cor 12, 3b-7. 12-13

Secuencia

Jn 20, 19-23

Si quieres ver las lecturas pincha aquí

Celebramos hoy la fiesta de la vida que se derrama sobre todos y sobre todo. Todos los seguidores de Jesús, nos dice Lucas, estaban juntos y fueron alcanzados por el Espíritu. Parece, sin embargo, que el hecho no debería entenderse en un sentido histórico, según hoy lo entendemos. Que estaban juntos es evidente, pero su unidad se refería a una zozobra compartida. Estando convencidos de que Jesús estaba vivo, no podían comprender ni su ausencia, que se les imponía como un mazazo, ni el aplazamiento del cumplimiento de sus expectativas. Es el Espíritu quien llega para hacerles salir y ponerse a hablar con todos los demás. El Espíritu es el aliento de Dios que hace surgir la vida; que impulsa para no dejar nada quieto ni aislado. Aquellas mujeres y hombres se lanzaron a hablar todas las lenguas; a romper cualquier frontera. La asamblea deja de mirarse a sí misma; abandona su postración y se ve lanzada hacia el exterior por un nuevo ardor que no pueden contener.

Juan presenta al mismo Jesús entrando donde estaban reunidos los discípulos. Y es Jesús quien les entrega el Espíritu al soplar sobre ellos. Este Espíritu es aliento, es respiración, es vida que moviliza a aquel grupo a vivir en la Paz de Jesús, a inaugurar unas nuevas relaciones, inéditas hasta la fecha, en las que serán los propios implicados quienes solventen sus discordias. En ellos vive ya la paz; el amor de Dios. La explosión que en Lucas movió a aquellas buenas gentes a derribar cualquier muro o aislamiento, la sustenta Juan en una paz interna que se trasvasa al exterior creando un nuevo modo de estar en el mundo. En la fiesta de Pentecostés se agradecían las nuevas cosechas, pero también se conmemoraba la entrega de la Ley en el Sinaí. Ahora se nos ha dado una nueva ley y la cosecha está empezando a producir. Es la nueva creación por la que el salmista da gracias a Dios.

Pablo insiste en la importancia de cada carisma, de cada ministerio, de cada acción. Todo se basa en el protagonismo de cada miembro. Y cada uno de ellos o ellas sólo puede reconocer a Jesús como Señor, es decir, tenerlo como guía y modelo, si el espíritu así se lo revela, se lo “inspira”. En cada una de ellas y ellos, en la medida en que se dejan guiar y mover por el Espíritu, éste re-crea la vida misma de Cristo. Cristo es el mesías enviado para sanar y liberar, que se sabe enviado y vive en unión de quien lo envía junto a aquellos a quienes es enviado. Existe un Cristo interior en cada uno de nosotros que se sabe en comunión con Dios, con todos y con todo. Somos cada uno ese Cristo que se une a todo, a todos y a Dios y se vive así en comunión con toda la realidad. Con el Espíritu recibimos el don fundamental de discernirnos siendo ya en Dios. Así, el Espíritu pone fin a cualquier zozobra o bloqueo. A partir de este momento todo se desborda, toda la vida es un don que se pone al servicio de los demás; todos los carismas son fruto de esa vivencia íntima de la unidad, pues son actualización del único don que mueve a la comunión con todo y con todos, que suscita una multitud de inquietudes atentas cada una a un detalle necesario, a una necesidad real. Los carismas son respuestas concretas, contextualizadas, a necesidades reales que en las diversas épocas han surgido como denuncia del olvido o la tergiversación del mensaje de Jesús. Cada uno es esa lengua que se aprende a hablar para aprojimarse a los empobrecidos más cercanos.  


Fray Nicolás Borrás (1580-1610), Pentecostés.
Aula capitular del Monasterio de San Jerónimo de Cobalta (Valencia)




   

sábado, 20 de mayo de 2023

ASCENSIÓN DE JESÚS

 21/05/2023

Ascensión de Jesús

Hech 1, 1-11

Sal 46, 2-3. 6-9

Ef 1, 17-23

Mt 28, 16-20

Si quieres ver las lecturas pincha aquí

Lucas inicia el libro de los Hechos de los Apóstoles relatando con detalle el episodio de la Ascensión de Jesús. Es mucho más precisa esta versión que la que aparece en su propio evangelio, o que la que se nos cuenta en el epílogo añadido al final de Marcos. En todos ellos la conclusión es clara: Jesús se va; regresa al Padre, al origen. Todavía un detalle importante nos aporta Lucas en el pasaje que hoy leemos: los discípulos preguntan si ha llegado, por fin, el momento de restaurar el reino a Israel. Ni siquiera después de la Pascua y de haber comido y bebido con él, comprenden que Jesús nunca pretendió devolver glorias pasadas a su pueblo, sino proyectarlo hacia el futuro purificando su raíz. En pocas palabras: No fue suficiente encontrarse con Jesús, porque su convicción y esperanza les hicieron interpretar todo cuanto él les dijo acomodándolo a sus expectativas. Por eso les insiste en que esperen hasta que llegue el Espíritu Santo. El salmista expresa la misma concepción que los discípulos entonando un salmo real, un canto de coronación: Dios va a ser el rey del mundo…

Mateo es mucho más discreto. Presenta la escena en un monte de Galilea donde los discípulos se encuentran con Jesús que presume de un único poder: convocar, por medio de sus enviados, a todos los seres humanos, congregándoles en nombre de Dios. Y aquí Jesús no se va, sino que afirma que estará siempre con nosotros. Jesús está vivo. Esta es la experiencia pascual que los discípulos expresan como pueden. La tumba vacía y la ausencia del cadáver son signos que les ponen en la pista de la resurrección y Jesús mismo les hace saber, de algún modo, que está vivo y que no nos dejará solos. El Dios que descendió, se hizo humano y verdaderamente murió, ha venció a la muerte y retorna a su ser Dios llevando a la humanidad consigo. Todos nosotros estamos ya en Dios, pero seguimos empeñados en restaurar reinos y glorias pasadas. Tampoco nos ha sido suficiente encontrarnos con Jesús. Necesitamos aún el bautismo del Espíritu.  

Pablo pide para todos el espíritu de sabiduría y revelación para que podamos comprender la esperanza a la que nos llama. Pablo, que supo romper con todo nos pide hoy que también nosotros dejemos atrás nuestras viejas concepciones. Pablo llama santos a los miembros de la asamblea cristiana, que se están esforzaron en dar a luz lo nuevo. No siempre las y los componentes del santoral y la Iglesia que somos estamos a la altura. La fiesta de la Ascensión es la celebración de la ausencia de Jesús, en cuanto que no es identificable con las estructuras que conocemos, ni siquiera con muchas de las que creamos en su nombre. Jesús sigue presente en nosotros; en todos y cada uno de nosotros. Nuestra estructura de seres humanos es el albergue en el que él se mantiene y es también nuestro punto de contacto con Dios mismo, que se hizo ser humano; no se hizo capilla, ni árbol, ni incienso, ni rio… se hizo ser humano. A todas y todos nosotros, como seres humanos se nos promete la llegada del Espíritu como capacidad de discernir que somos ya en Dios. Así lo celebraremos en unos días.  Mientras tanto vivimos en la contradictoria revelación de una ausencia gozosa que nos remite a una presencia íntima que se materializa comunitaria y asambleariamente arruinando estructuras y concepciones que pudieron ser necesarias en un tiempo pero que se han convertido en un lastre para la fraternidad.


 Salvador Dalí, La ascensión de Cristo - Piedad (1958)


sábado, 13 de mayo de 2023

OBRAS SON AMORES. Domingo VI Pascua

 14/05/2023

Obras son amores.

Domingo VI Pascua.

Hech 8, 5-8. 14-17

Sal 65, 1-3a. 4-7a. 16. 20

1 P 3, 1. 15-18

Jn 14, 15-21

Si quieres ver las lecturas, pincha aquí.

El diácono Felipe llega hasta Samaría y allí se dedica a predicar. Ya para aquella época parece ser cierta la afirmación de que “obras son amores” y Felipe acompaña sus razones de signos que consiguen captar la atención del público. Desde el principio, pues, la predicación de la Iglesia estuvo asociada a la liberación real de las personas a las que se acercaba. Así era como la propia tradición judía entendía que debía ser y así es como lo había recogido el salmista siglos antes: “venid a escuchar (…) lo que ha hecho conmigo”. Así es como nuestra propia pastoral debería organizarse también, y así es como lo hace muchas veces, pero no siempre. No es extraño que nos traicionen las prisas por conseguir resultados y se nos pierda por el camino esa liberación real. Aquellos samaritanos de hace 2000 años creyeron porque de la mano de Felipe experimentaron en sí mismos el alivio que Jesús podía proporcionarles y que, de alguna manera se concretaba en la vida comunitaria. Por eso se bautizaron y por eso recibieron después con alegría el Espíritu que les llegó de manos de los apóstoles.

A éstos, según nos cuenta Juan, este Espíritu les fue entregado por mediación del propio Jesús, quien lo pidió al Padre para todos aquellos que lo amen. Nuevamente aquí “obras son amores” y amar a Jesús no puede ser una afirmación vacía. Es la adhesión a su persona, manifiestamente documentada en la asunción de su causa; de su obrar; de su predilección por los últimos. Amar a Jesús es estar, vivir, ser con los que él amaba; con aquellos con los que compartió mesa y mantel. Jesús está con el Padre de forma real, vital. Como sabemos, el Padre y él son uno y como el mismo Jesús dijo en otra ocasión, “ningún reino dividido puede subsistir”. Jesús está con el Padre amando a los que el Padre ama y renunciando a todo aquello que no le deje amar así. Nosotros estamos en Jesús al amar como él ama, no ya como amó, sino como ama pues él es el viviente que está en nosotros mediante la presencia de otro paráclito, del defensor definitivo. Él nos mueve a hacer cosas y también nos convierte en testigos. Nuestra clave de interpretación de la realidad es la resonancia que percibimos al contemplar un acto genuino de amor. El Espíritu que nos habita se conmueve al reconocerse en ese acto. Nuestro ser capta esa conmoción e identificamos como Espíritu, como amor de Dios, el gesto que para otros pasa inadvertido o se hace incomprensible.

Con esta certeza podemos, como nos pide Pedro, dar de nuestra esperanza una razón fundada. El mundo no es el desastre irreparable que nos muestran. Tiene remedio si somos capaces de apoyarnos en nuestra buena conciencia, en nuestras obras liberadoras, en el bien que percibimos, recibimos y distribuimos. No es necesario el recurso al adoctrinamiento y la amenaza. Llega el tiempo en el que a Jesús le toca irse, pero ha prometido volver y eso sólo es posible si nosotros lo hacemos real aquí, en este desastre remendable. Para ello debemos, como él, inutilizar el mal; ridiculizándolo; haciéndolo inservible. No hay más proceso de iniciación que mostrarle al ser humano concreto la disposición de Jesús a liberarle y hacer de la comunidad, imagen real de ese mismo Jesús que le acoge. Allí se cuenta con él para hacer de este mundo la casa común de todos; se le acepta y se le valora por lo que es. Allí se vive a partir de las obras y signos de Jesús, no de razones o palabras.


Obras son amores


sábado, 6 de mayo de 2023

RAÍCES SINODALES. Domingo V Pascua

 07/05/2023

Raíces sinodales.

Domingo V Pascua.

Hech 6, 1-7

Sal 32, 1-2. 4-5. 18-19

1 P 2, 4-9

Jn 14, 1-12

Si quieres ver las lecturas pincha aquí

Los problemas en el seno de la Iglesia no son nada nuevo. Ya desde el principio los hubo. Pero en aquellos días supieron ser creativos y adaptarse a las necesidades del momento. El movimiento se demuestra andando y el carisma, alumbrando soluciones sin adherirse a lo caduco. Esta plasticidad fue expresada con diversas metáforas. Pedro nos habla hoy de piedras vivas capaces de amoldarse y combinarse con otras para originar posibilidades siempre nuevas. En esta nueva arquitectura tenemos una única piedra angular sobre la que todos pivotamos para erigir estructuras flexibles capaces de acoger, cobijar, potenciar, defender, alimentar, promocionar y empoderar a todos transmitiéndoles el mensaje de que es posible dejar la tiniebla y caminar en la luz; es posible encontrarle un sentido a este mundo alocado y vivir de otra manera. El Espíritu que habita y ora en nosotros (esto lo tenemos bien aprendido o, por lo menos, lo repetimos constantemente) también nos impulsa a buscar caminos nuevos (esto parece que no lo tenemos tan asimilado o, al menos, nos cuesta ponerlo en práctica). 

Jesús es un alma nómada y prefiere hablar de caminos; acoge a todos y prepara una morada para cada uno. Dice partir hacia la casa del Padre para disponer allí alojamiento para todos. Entiende su partida como un volver a su propio origen. Por eso se identifica a sí mismo con el Padre y se presenta como imagen suya. Verle a él es ver al Padre. Es camino porque nos une directamente con él; es verdad porque se mantiene fiel a su esencia íntima y es vida porque transmite la vida misma de Dios, porque desbarata cualquier sombra de muerte  que amenace al ser humano. Sus obras hablan a favor suyo.

Jesús, huelga decirlo, es la piedra angular propuesta por Pedro y esa centralidad surge de la identidad que él mismo declara tener con el Padre. El Padre es la morada definitiva a la que todos estamos llamados y todas esas moradas en las que Jesús quiere acomodarnos son modos de acercamiento al Padre; formas de conocerlo. Todas ellas tienen su correlato en la experiencia histórica. Ya no es solo que existan diferentes tradiciones religiosas, sino que en cada una de ellas se dan múltiples corrientes, escuelas y comprensiones. En realidad, son tantas como personas pues Dios habla de tú a tú con cada uno, pero nuestro espíritu comunitario nos hace agruparnos con hermanillos y hermanillas de sensibilidad similar. Jesús resulta ser así el criterio de discernimiento; la Palabra que Dios pronuncia para obrar en el mundo y para atraernos hacia él. En Dios todos tenemos morada y deberíamos respetar todas las moradas a no ser que vislumbremos con claridad que han acampado muy lejos del camino, que traicionan su esencia o que favorecen más la muerte que la vida. En román paladino: a no ser que alguna de esas moradas, grupos, tradiciones o escuelas se distancie del amor y del servicio al prójimo vivido por Jesús y renuncie así al dinamismo de la encarnación que acerca a Dios a cada corazón, debemos, de buen grado, aceptarla como compañera de camino aunque, de primeras, no creamos tener mucho en común con ella. En una Iglesia tan plural como la nuestra esto debería ser una certeza. En un mundo tan globalizado, también. En tiempos de una sinodalidad tan en boca de todos no deberíamos pretender que todos siguiesen las mismas huellas que nosotros, sino trazar, entre todos, nuevas rutas.


Raíces sinodales