sábado, 8 de diciembre de 2018

EL TRABAJO DEL HORTELANO. Domingo II de Adviento


09/12/2018
El trabajo del hortelano
Domingo II Adviento
Bar 5, 1-9
Sal 125, 1-6
Flp 1, 4-6. 8-11
Lc 3, 1-6
Todas las promesas tienen siempre un aire triunfalista. Todas prometen mejorar pero van aplazando su cumplimiento hasta una fecha desconocida, remota en cualquier caso. He aquí, sin embargo, que la mayor promesa de todas tuvo su cumplimiento en la historia de la humanidad. El salmista suplicó, el profeta prometió, el evangelista anunció y el apóstol extendió el cumplimiento de la promesa haciéndola universal. En su promesa, Dios estaba siempre del lado de los perdedores y desheredados. Para ellos allanará los montes, rellenará los barrancos y nivelará cualquier terreno haciendo que los poderosos se abajen junto a ellos. Jerusalén se despojará del luto y se engalanará con las prendas que Dios mismo le traiga: Justicia y Paz, Gloria y Piedad. Pero ninguna ciudad es sus edificios sino su gente. Dios se mantiene fiel y reúne a una colectividad a un pueblo disperso al que va a convertir en población, en comunidad que comparte espacio, recursos, trabajo y proyectos. La promesa se materializa en cada núcleo humano que la acoge dándola por realizada y se empeña en hacerla fructificar.
Se trata ahora de acoger a una promesa que se va a hacer carne para poder alcanzar hasta el último rincón de la profundidad humana. La última excusa de cualquiera que pensase haber llegado al límite de sus posibilidades  sería decirle  a  Dios que él no puede entender su postura, que su esfuerzo, pese a ser ciclópeo resulta  inútil. La rendición es siempre una salida honrosa si el trabajo no ha producido sus frutos. Sin embargo, quien ha comenzado la buena obra no nos es ajeno. No hay ya un Dios externo que dirija como un capataz que no conoce la naturaleza ni las necesidades de su asalariado. Hubo un momento en la historia que ese Dios se hizo carne y en el año 15 del imperio de Tiberio fue anunciada su inminente aparición en la esfera pública. Desde que esta aparición se produjo, todos estamos implicados en la labor de devolver el esplendor al conjunto de los habitantes que moran en la nueva ciudad, en el corazón de Dios. Y el primer paso que se nos pide es abrir las puertas del propio corazón para dejar entrar a la paz que brota de la justicia y a la gloria que se funda en la piedad, en la misericordia. Es la que se obtiene practicando la justicia, la única paz verdadera y la única gloria que Dios acepta es la que surge de la misericordia de unos para otros, del amor sincero entre todos.
Preparar el camino y allanar las sendas hará de nuestro mundo, tan áspero con  quienes han debido dejarlo todo para buscar un nuevo hogar, el lugar que permita su asentamiento, el espacio que se ofrece para volver a comenzar, el plantero que acoja la semilla. Es el trabajo del hortelano: acondicionar un terreno para que olvide su rudeza y velar por la simiente que va floreciendo. El mundo sigue siendo un lugar lleno de peregrinos, muchos de ellos forzados, que lo recorren buscando un nuevo comienzo. Frente a ellos no podemos levantar muros, sino nivelar el terreno; eliminar las diferencias para que todos estemos nivelados. Esa es la justicia misericordiosa que originará una paz reflejo de la gloria de Dios. Del amor puesto en la faena, sólo Dios, conocedor de la profundidad humana, es testigo. 

El trabajo del hortelano.

1 comentario:

  1. De los Justos es...
    Solo del Amor en cada entrega...
    Sí, solo Dios es conocedor de cada abismo..., de cada grano llamado y convocado a convertirse en fruto de Esperanza...,de Camino...de cada punto de luz, posibilidad de hoguera...

    Gracias Siempre

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