sábado, 1 de diciembre de 2018

VA BROTANDO LO NUEVO. Domingo I Adviento

02/12/2018
Va brotando lo nuevo
Domingo I Adviento
Jer 33, 14-16
Sal 24, 4-5. 8-10. 14
1 Tes 3, 12–4, 2
Lc 21, 25-28. 34-36
Ya se nos dice al empezar el nuevo año litúrgico que todo está llamado a su final, que no a su extinción. Llegará, en efecto, un día en el que lo conocido dejará paso a aquél que es, a quien se impondrá con la suavidad de lo que es acogido al reconocernos en él. El Hijo del hombre acudirá para que cada persona pueda unirse definitivamente a él. Estamos ante un nuevo principio. Acompañado de espectaculares signos, tal vez no los esperados,  el orden antiguo dejará sitio a un nuevo modo de estar en el mundo. Estamos esperando al Hijo del hombre que haga real la justicia de Dios, que ame especialmente a quienes piden liberación y les sostenga cuando ellos se pongan en pie.
Ponerse en pie es ser capaz de romper con cualquier cosa que te mantenga atado al suelo. El suelo es bueno y necesario, sobre él nacemos, somos amados y aprendemos a amar, sobre él crecemos y proyectamos nuestro paraíso. Permanecer atado a él, sin embargo, es malo porque nos mantiene uncidos a un territorio creyendo que tal suerte es, por compartida, la debida. Lo que de verdad puede unirnos al hermano es, en primer lugar, el esfuerzo por romper ese yugo y ponernos en pie para extender la mirada y abrirnos a toda la realidad y, en segundo lugar, inhalar, mientras te levantas, el alma de esa realidad y permitir que oxigene tus venas para exhalarla de forma que contenga tu propia aportación, algo íntimo de ti, recogido en tu propia hondura y ofrecido con sinceridad. Descubriremos así el inmenso mundo que tenemos por habitar, por  convertir en hogar para todos. Liberarse es ponerse en pie, acoger y compartir, descubrir a Dios en la vida y dejarse sostener por él.
Esperábamos ver venir a Dios, a un espíritu puro, potente y terrible rodeado de ejércitos celestiales pero en su lugar veremos a un hijo del hombre, al Hijo del hombre. Similar  a cualquier otro, pero hecho plenamente hijo y plenamente hombre. Construido a sí mismo según su permanente inhalación y su renuncia a retener nada, a compartirlo todo. Le veremos llegar, además, en su forma más desvalida. Es en todo igual a nosotros, excepto en su pretensión de retener en su propio provecho nada que otros puedan necesitar. Y tendrá, como nosotros, la oportunidad de ser amado, de amar, de ponerse en pie, de liberarse y cooperar en la transfiguración del mudo. Nos dice con esto varias cosas: esta materia prima, esta humanidad, no solo es buena y querida por Dios, sino que es también capaz de triunfar sobre sí misma. Para todos es humanamente posible vivir la justicia de Dios, es decir, su equilibrio, su capacidad de compartir los bienes de forma que cada uno pueda disfrutar del mundo sin apropiarse de él, sino poniéndolo a disposición de los demás. Será tarea para toda la vida, desde la infancia, ir aprendiendo a amar y confiar, a vivir según la esperanza que pide el espíritu y la justicia que conoce y construye una equitativa realidad para todos.
El nuevo mundo va surgiendo en nosotros conforme nos abrimos a él. No es algo extraño y desconocido; palpita en nuestro interior, pero hemos de dejarlo aflorar. El Reino no llega desde el exterior, fructifica en nosotros y nos lleva a un pesebre vivo que es comienzo desde el que recorrer un amor que vive la justicia como afán y confía en el ser humano como mano de la providencia. 

Va brotando lo nuevo

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