sábado, 2 de mayo de 2020

SALIENDO. Domingo IV Pascua.


03/05/2020
Saliendo
Domingo IV Pascua                                     Si quieres ver las lecturas pincha aquí.
Hch 2, 14a. 36-41
Sal 22, 1-5
1 Pe 2, 20-25
Jn 10, 1-10
Jesús es pastor y puerta. Pero no es el guardia. Cada uno de nosotros somos el guardián. Somos nosotros quienes abrimos o cerramos la puerta y la decisión no la tomamos en base a otra cosa que no sea nuestra confianza personal. Que Jesús sea la puerta quiere decir que es su estilo de vida el que nos convence, es su manera de afrontar las cosas y de contemplar el mundo la que es capaz de conmovernos. Es su forma de tratarnos y de tratar a todos los demás la que le convierte en alguien fiable. Su vida fue un movimiento en tres tiempos: auto-vaciarse de sí mismo, llenarse de Dios y verter ese Dios recibido sobre todo aquél con el que se encontraba. Esta es la vida que nos conmueve, la que traspasa nuestro corazón, tal como las palabras de Pedro traspasaron el corazón de sus oyentes. Sólo a partir de ese sentirse llenos de Dios por él es posible la conversión. Es esa la experiencia que queremos hacer nuestra, la forma de vida que queremos llevar, por eso le reconocemos también como el pastor que guía. Porque acompaña sin dejar a nadie solo. Porque nos enseña el camino sin desentenderse de nosotros y nos revela un modo nuevo de ser y de afrontar la realidad. Él es el pastor transformado en oveja que muestra que la única forma de vencer al mal es dejándose vencer por él. Mientras estemos por aquí se nos pide que extendamos el mismo Reino que Jesús vino a hacer crecer y él fue el primero en salir del aprisco, en trascender los muros y salir afuera dejando atrás las vidrieras y la sacristía.
Él, que rezaría sin duda con los salmos, también lo haría con este de hoy: “El Padre es mi pastor…” mientras recorría aquellos caminos. También a nosotros se nos propone hoy para hacerlo vida y rezarlo por nuestros propios caminos, y no solo para cantarlo en el coro y dejarlo resonando entre los muros. Jesús nos reúne y nos agrupa, quiere transformar nuestro rebaño en pueblo y nos propone una marcha hasta las periferias. La puerta que abrimos, la conversión que asumimos al poner nuestra confianza en el amor que nos llama por nuestro nombre nos revela que estamos ya justificados, que no nos queda otra acción posible más que luchar por la justicia como “vencidos”, rendidos ya al amor que nos pide renunciar a las tácticas de la injusticia. El corral puede parecer un sitio seguro, pero cualquiera puede burlar nuestra confianza y saltar el muro. Jesús nos reunió para que saliéramos afuera desde un interior renovado y compartido. No desde nuestro yo solitario, sino desde el desposeimiento colectivo que crea comunidad y nos pone en marcha.
Ahora que vislumbramos ya en el horizonte la próxima salida sería bueno recordar que no salimos para oxigenarnos, sino para oxigenar; que no salimos para encontrarnos, sino para ofrecernos; que no salimos para volver a lo de antes, sino para construir algo nuevo; que no salimos para liberarnos, sino para liberar. El reto de este encierro era asumir como propio aquello que nos era impuesto y hacerlo fructificar. Ahora que apenas hemos iniciado este largo final, el proceso se nos ofrece como un amor a recorrer con la confianza puesta en que el pastor al que abrimos la puerta trae vida abundante para todos y plenificará todo aquello que se nos ha quedado aún sin florecer. 

Saliendo.

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