sábado, 17 de febrero de 2024

NO HAY BARRERAS. Domingo I Cuaresma

18/02/2024

No hay barreras.

Domingo I Cuaresma.

Gn 9, 8-15

Sal 24, 4bc-5ab. 6-7bc. 8-9

1 Pe 3, 18-22

Mc 1, 12-15

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Es posible que a la hora de buscar aplicaciones concretas para nuestra vida el episodio de Noé y el arca nos pase desapercibido, casi como una narración folclórica que alberga la pretensión de resultar didáctica. Todos lo hemos oído desde niños y lo enmarcamos en ese corpus de relatos que pretenden dar explicación de los orígenes. Parece, en concreto, guardar memoria de algún desastre natural que permaneciese en el acervo colectivo como una garantía de que aquello que pasó no volverá a repetirse. Nunca más Dios se dejará llevar por una rabieta y, para asegurárnoslo y recordárselo a sí mismo, coloca su arco en el cielo. Que el diluvio sea el vestigio de un desastre natural parece evidente. Y debió ser un acontecimiento desproporcionado que costó la vida de la gran parte de la población conocida, hasta el extremo de no quedar más que ocho supervivientes. Es un número simbólico, que hace referencia más a la calidad de los damnificados que a su cantidad. En el octavo día se inicia una nueva semana; es la nueva creación. Todo lo anterior ha quedado arrasado. Tanto es así que la tradición cristiana recoge que Jesús bajó al infierno a predicar a todos aquellos que habían perecido en el desastre, pues no habían conocido ninguna alianza y no tenían modo de alcanzar la salvación. La cuestión que quiere resaltar Pedro es que Dios no abandona a nadie. Es verdad que aplicó su castigo plenamente convencido de lo que hacía, pues esperó hasta que Noé terminara el arca; tuvo tiempo de pensárselo pero, en aquellos tiempos primigenios, su ira pudo más que su piedad. Pero también es verdad que después, incluso a ellos, les envió a su Hijo.  Si tenemos que suponer que nuestra perspectiva cronológica puede aplicarse también a Dios, diremos que tras conocer el poder de la tentación en carne propia, la de Jesús, Dios comprende mejor la debilidad del ser humano y concede a todos, incluso a quienes tanto le irritaron en los tiempos remotos, la posibilidad de convertirse y cambiar escuchando al propio Jesús, a quien ningún otro patriarca ni profeta había conocido. Contra más pecado, más gracia. El reinado de Dios es para todos.

Que la ambigüedad del lenguaje mítico no nos confunda. Es posible que no hayamos reparado nunca en toda la profundidad que la Palabra pretende transmitirnos y vivamos tranquilos y satisfechos, pensando que estamos ya en lo cierto; nos comportamos como todos lo hacen; vivimos según la norma. Sin embargo, algo queda siempre pendiente en nosotros porque no acabamos de exprimirle el jugo a la vida. Podemos conformarnos con esta existencia mediocre o caer en la cuenta de que debe haber algo más. Las palabras del salmista son hoy las de quienes ante esa insatisfacción se vuelven hacia Dios buscando lo que les falta. Es el primer paso para ponerse en disposición de escuchar a Jesús con oídos nuevos. Él se acercará hasta donde estemos sin importarle nada cuál sea nuestro infierno o nuestra cárcel; no hay barrera que él no cruce por nosotros para hablarnos del Reino que llega. En este tiempo de transformación solo tenemos que dejar caer nuestras precauciones y dejarnos alcanzar. Dios no es tan severo como nos dijeron. Se hizo presente como uno de nosotros y desde entonces no nos dejó de su mano, aunque nos parezca vivir en el abandono. Esta misma seguridad es la que podremos transmitir en la medida en que la vivamos. 

 

No hay Barreras, Juan Antonio Hernández. Playa San Juan (Tenerife)
 

 

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