sábado, 31 de agosto de 2024

ENREDADOS EN LO REAL. Domingo XXII Ordinario

01/09/2024

Enredados en lo real.

Domingo XXII T.O.

Dt 4, 1-2. 6-8

Sal 14, 2-5

Snt 1, 17-18. 21b-22. 27

Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23

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Es fácil criticar sin conocer. Cuando te acercas todo parece distinto; se ve de otra manera aquello que, en la lejanía, parecía extraño; se comprende lo que parecía irreal. Esto viene a decirle Moisés al pueblo que espera entrar en la tierra prometida. Cuando la gente se anime a arrimarse verá que sois un pueblo sabio, inteligente ¿Y de dónde surgirá este interés por aproximarse? De que la justicia resplandecerá entre vosotros, pues ese será el fruto de una vida en la que se cumplan los preceptos que, en nombre de Dios, yo os he prescrito. La sabiduría que, por sus frutos, se reconoce aquí es la de edificar un mundo según el corazón de Dios. Así se hará real la presencia de Dios en vuestro seno. Ninguna nación tiene a Dios tan cerca. Vuestra vida puede ser vuestro testimonio. El salmista nos presenta esos preceptos, asegurándonos la inerrancia si nos dejamos guiar por ellos.

Siglos después Jesús tendría un enfrentamiento más que serio en el seno de ese mismo pueblo porque algunos de sus dirigentes que se habían acercado a él le echaban en cara el comportamiento de sus discípulos. Se aproximaron, es cierto, pero parece que venían ya con la decisión tomada. Insistían en acentuar tradiciones posteriores a la instrucción que les había sido entregada por Moisés y el salmista sintetizó; olvidaban así lo central de esos preceptos. Se mostraban, por el contrario, escandalizados por la impureza. Un escándalo es, etimológicamente, un obstáculo que te hace caer. Caer no es malo; quedarse allí abatido, sí. En este caso, quedaban atrapados por lo que no es más que una circunstancia. La impureza no es en sí un pecado, sino, en todo caso, si es que es algo, es una condición que puede subsanarse. Aquellos hombres, en cambio, se quedaban atrapados en la desconfianza de no saber si obraban bien o mal. En el fondo, no se sentían amados por Dios. Vivían en el miedo. La cultura helénica llamaba hipócritas a los actores de teatro que, tras la máscara, pretendían hacer creíble lo ficticio. No es que Jesús quisiera abrogar los preceptos de Moisés, sino que se empeña en desenmascarar esas buenas actuaciones y les recuerda que mucho peor que esa impureza que ellos condenan es el mal que surge cuando se da rienda suelta al propio interés por encima del de los demás y sin que importe la suerte de esos demás.

Santiago subraya que el beneficio verdadero y el don perfecto son los que vienen de arriba. Aceptar la Palabra es ponerla en práctica, de lo contrario nos engañamos a nosotros mismos y cooperamos con el desastre. Escuchar no vale para nada si no se le pone carne a eso que recibes. Nos lo podría decir más alto, pero no más claro: la religión verdadera es estar pendiente de los demás y no hacer las cosas como esos actores que solo aspiran a ser inmaculados. Si te pones manos a la obra y con ellas acaricias en vez de aplastar es posible que se te manchen porque el contacto con el mundo deja huella, pero no está claro que ese rastro sea una mancha que a Dios le moleste; muy al contrario, estamos convencidos que lo aprueba de buen grado porque sabe de dónde sale. Dios cumple su promesa de cercanía sin precedente, pero, recuerda Jesús, eso es posible porque el pueblo sale de sí para enredarse con todos conteniendo el impulso de aprovecharse de ellos y abandonando el intento de hacer pasar por real lo que no lo es. 

 

Enredados en lo real

 


 

sábado, 24 de agosto de 2024

ALIANZA, Domingo XXI Ordinario

25/08/2024

Alianza.

Domingo XXI T.O.

Jos 24, 1-2a. 15-17. 18b

Sal 33, 2-3. 16-23

Ef 5, 21-32

Jn 6, 60-69

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Una vez asentados en el territorio, Josué reúne al pueblo para dejar las cosas claras. Pueden servir a los antiguos dioses de sus padres, o a los de esta nueva tierra o a Yahweh, que les ha acompañado, protegido y entregado las ciudades en las que ahora habitan. El pueblo elige servir a Yahweh. Se “firma” así la alianza en Siquem, que ratifica todas las antiguas alianzas personales que Dios había suscrito con los patriarcas. El pueblo es ahora quien decide. Un vistazo rápido a la historia posterior nos hará ver que esta asamblea no fue siempre fiel a su promesa. Quienes con los años escribieron este pasaje quisieron destacar la buena voluntad de sus antepasados en este momento fundacional; es, posiblemente, un episodio idealizado pero no por ello pierde valor. La elección es ya un acto de arrojo, aunque la vida cotidiana necesita también del valor que a muchos de ellos les faltó. El salmista presenta el cuidado de Dios por su pueblo, por los justos, los atribulados y los abatidos. 

Jesús, que comparte nombre con Josué, tiene que enfrentarse a la murmuración de sus propios discípulos. Es, sin duda, un momento tenso. No entienden nada de lo que les ha dicho acerca de comer su carne; están escandalizados y el propio Jesús les asegura que aún no han visto nada. No basta pertenecer al grupo de Jesús, como no bastó elegir a Yahweh entre todas las posibilidades. Hacer una opción decidida es importante, pero con ella no está ya todo hecho. El camino se pude hacer cuesta arriba para todos. Así les pasó a esos discípulos que marcharon y ya no volvieron. Para conocer al verdadero Jesús no basta la voluntad de hacerlo. El Padre posibilita que el escándalo no te eche para atrás. Hay quien no puede reconocer a Dios en las palabras de Jesús porque su dios es otro; es cananeo o babilonio, pero no es el que Jesús hace presente. Pedro habla por los Doce: “¿A dónde iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. Esta perseverancia solo puede explicarse desde la experiencia de sentirse amados por Dios en Jesús y vivificados por la Ruah.

El amor es un misterio; quien lo conoce lo sabe. El autor de la carta a los efesios también debía conocerlo por eso habla de él para explicar la relación entre Cristo y la Iglesia. Tendremos que vencer 2.000 años de diferencia cultural y querer no quedar presos de las palabras. Solo quien ama es capaz de obedecer y de aceptar al otro como Señor. Solo un buen Señor merece ser amado. Lo mismo ocurre con Jesús y sus discípulos: ellos se sienten amados y deciden, cada día, permanecer a su lado y Jesús, al verse aceptado por ellos, atempera la inquietud que las multitudes y los piadosos siembran en su alma; solo puede amarlos más. Lo mismo que a la interacción de Dios y el pueblo, la experiencia real del amor da sentido a la de Jesús y sus contemporáneos. Hay quien le rechaza y quien no quiere separase de él. El misterio humano consiste en que dos lleguen a ser una sola carne dejando todo lo demás. Abandonando padres, dioses y riquezas; renunciando a imponerse y entregándose por entero a la otra persona. Este amor es siempre apasionado porque cada amante se lo juega todo en la alianza: come y se deja comer. Solo en ella pueden encontrarse palabras y hechos que inmortalicen.  Además, hablar aquí de pueblo y de Iglesia nos hace caer en la cuenta de que es la humanidad entera la que está llamada a amarse como dos que quieren ser uno. 

 

Alianza 

 


 

sábado, 17 de agosto de 2024

CUANDO LA PRUDENCIA SE HACE PAN. Domingo XX Ordinario.

18/08/2024

Cuando la prudencia se hace pan.

Domingo XX T.O.

Pr 9, 1-6

Sal 33, 2-3. 10-15

Ef 5, 15-20

Jn 6, 51-58

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Si la sabiduría es la capacidad de conocer el mundo según los criterios de Dios, la prudencia es la de poner esos criterios en práctica.  Ser prudente no es ser cobarde, ni tiene que ver con un retraimiento cauteloso, ni es fruto del desencanto, ni de la mediocridad. La prudencia es el arte de bien vivir que nace del conocimiento de Dios. Por eso el libro de Proverbios llama hoy a los inexpertos, para que aprendan el modo de llegar a ser bueno, según Dios, por medio del obrar en la escuela que la Sabiduría ha preparado para ellos: el pan y el vino que ella misma les ha mezclado y preparado. Lo que aprendan en el banquete, la experiencia que ganen, les situará en la línea de ese obrar según los criterios del mismo Dios. El salmista agradece la invitación a esta escuela existencial.

También Jesús preparó una mesa en la que los suyos pudiesen aprender valores que poco tenían que ver con los comportamientos acostumbrados por muchos. Él identifica el alimento del banquete con su cuerpo y su sangre. Contemplar la sangre como alimento, ya fuese bebida o comida, resultaba repulsivo para los judíos pues su legislación lo prohibía expresamente. Comer el cuerpo de un ser humano no resultaba más tolerable. Es una expresión simbólica que indica la invitación de Jesús a los comensales para que le devoren; es decir, para que aprendan de él y lleguen a ser para los demás. La palabra que utiliza Juan para hablar de este banquete hace referencia a una comida jubilosa; más exactamente ruidosa en la que el disfrute y el deleite es la nota distintiva. La sonoridad de este modo de comer es una metáfora que el Antiguo Testamento utiliza para hablar de la meditación. Meditar la Palabra es tenerla siempre presente y recitarla en un volumen bajo, pero audible, tal como, por ejemplo, las palomas arrullan. Esta incesante meditación terminará por hacer comprensible la Palabra y alegrará el alma del devoto que va conociendo mejor a Dios y su voluntad. Así, del mismo modo que alimentarse es asimilar aquello que se encuentra de forma que al hacerlo propio se produzca un crecimiento, aprender es incorporar a tu vida aquello nuevo que te sale al encuentro de modo que ya no puedas ver el mundo de la misma manera. La carta a los Efesios insiste en esta acción de recitar salmos y entonar cánticos y pide dejar atrás el vino que embriaga pero no alimenta.

En el fondo, se nos presentan hoy tres dimensiones de la comunión: en primer lugar, la sacramental, que por lances de la historia cada confesión cristiana niega a quienes no coinciden con ella; después, la de la oración y meditación en las palabras de Jesús que todos los cristianos, y muchos otros no cristianos, podemos compartir si existe voluntad de unirse a los demás y buscar juntos y, finalmente, la de las acciones decididas en favor de aquellos que ocupan el corazón de Jesús y del Padre. Esta última puede ser compartida con cualquiera, incluso, con los no creyentes. Tal vez, algún día, estas dos razones puedan suplir lo que le falta a la primera para conseguir una unión completa. O tal vez tenga que seguir siendo así. Pero, mientras tanto, que estas dos sean motivo suficiente para continuar aprendiendo de Jesús y, sin apropiárnoslo, cultivar esa subversiva prudencia que, junto a todas las personas de buena voluntad, nos haga pan para los demás. 

 

Simon Vouet. Alegoría de la Prudencia (1638)

 

 


 

 

sábado, 10 de agosto de 2024

SOY. Domingo XIX Ordinario

11/08/2024

Soy

Domingo XIX T.O.

1 R 19, 4-8

Sal 33, 2-9

Ef 4, 30 – 5,2

Jn  6, 41-51

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El profeta Elías está en tránsito. Igual que todos nosotros. Está, como nosotros, obligado a vivir su ahora concreto y ese ahora no es precisamente esplendoroso. Viene huyendo de la reina Jezabel porque en el monte Carmelo ha asesinado, así, con todas las letras, nada menos que a los 450 profetas de Baal y la reina, cananea devota, no pudiendo pasar por alto esta afrenta, le había amenazado de muerte. Se dirige hacia el monte Horeb y, aunque aún no lo sabe, allí se encontrará con Dios en la suavidad de una brisa suave. Pero ahora está atrapado en el desierto, cansado, hambriento y desesperado y quiere morirse. Dios le envía un mensajero para que le cuide y le anime a comer y a continuar. Sólo después de alimentarse y volver al camino podrá Elías entonar el canto del salmista.

Siglos más tarde, Jesús vive también su momento. Viene de alimentar a una multitud y de encontrarse con un montón de extranjeros ansiosos por unirse a él y pronto acudirá de incógnito a Jerusalén para la fiesta de las tiendas, donde dirá que es la luz del mundo. Pero, de momento, se encuentra en Cafarnaúm acosado por los judíos más rigurosos que no comprenden sus palabras ni de donde las saca. La lectura de hoy nos muestra el inicio de la discusión. Jesús comprende que no le entiendan porque, dice, nadie puede hacerlo, ir a él, si el Padre no lo atrae. Les pasaba a aquellos hombres como nos pasa a veces a nosotros, que nos perdemos siguiendo a otros dioses, baales que no nos llevan a ninguna parte. Solo el que escucha al Padre y aprende puede ir hacia Jesús. Ellos estaban preocupados por cumplir tradiciones, por que todo estuviera acorde a lo mandado y la lógica, además, les decía que este paisano no podía decirles nada bueno. Su argumento era irrefutable. Habían escuchado a su propio dios, pero no al Padre y, por lo tanto, no habían podido aprender nada. Se quedaban con lo de siempre, sin hacerlo propio, sin hacerlo vida. Si se parasen a escuchar al Dios verdadero, verían al Padre pero así es imposible que puedan comprender a Jesús. Cualquier cosa que dijera sería para ellos motivo de escándalo. Eran como los profetas de Jezabel. Jesús estaba viviendo lo que tocaba, como Elías, como todos nosotros, pero él, al menos por esta vez, no necesitó un ángel que viniera a auxiliarle. De momento, se presenta a sí mismo como el pan  definitivo. Ofrece a todos su propia carne. Carne es sinónimo de fragilidad. Jesús se sabe débil como cualquier ser humano, pero no  es endeble. Es firme y delicado como el diamante. Es y ofrece lo que es. Por eso puede decir “Yo soy el pan de la vida”; porque lo que es lo es para todos.

El autor de la carta a los efesios nos va a ofrecer una receta que nos permita cocinarnos como seres que verdaderamente son para los demás. En medio de las circunstancias de la vida todos podemos ser pan para los demás tal como Jesús lo es para nosotros. Y esto es así tanto en las rutinas más cotidianas como en las situaciones más extremas e inhumanas. Ser en profundidad es poder decir soy con plena conciencia y actuar siempre en consonancia con esa realidad; es poner esa realidad nuestra en comunión con la de los demás; es dejar fluir al Espíritu para ser en él con todos los demás en el momento concreto, sabiendo de dónde venimos y manteniendo la confianza en Dios, que nunca nos desampara.

 

Soy

 

 


 

sábado, 3 de agosto de 2024

HACIA LA NOVEDAD. Domingo XVIII Ordinario

04/08/2024

Hacia la novedad.

Domingo XVIII T.O.

Éx 16, 2-4. 12-15

Sal 77, 3. 4bc. 23-25. 54

Ef 4, 17. 20-24

Jn 6, 24-35

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El antiguo pueblo hebreo liberado de la esclavitud se enfrentó en el desierto a los rigores de la libertad, justo allí donde no siempre la integridad sale vencedora. Tras un largo trayecto el  hambre hacía mella en él y terminó por valorar los beneficios de la servidumbre. Lo mismo nos pasa a nosotros a veces, cuando descubrimos que el remedio al mal del mundo no está en que todos tengan lo mismo que nosotros, sino en desprendernos de parte de nuestras ventajas para que aquellos que no tienen, tengan y para que los que tenemos, tengamos menos. Hay para todos, pero no en la cantidad que nosotros desperdiciamos. Se nos pasan los afanes liberadores cuando descubrimos que renunciar a parte de nuestra comodidad es el modo de rescatarlos y rescatarnos. Mejor continuar encadenados. Dios obró el portento de desatar al pueblo que clamaba, pero el pueblo ahora pedía pan. Se puede vivir sin milagros, pero no sin pan.

La multitud que seguía a Jesús había comido los panes y los peces. Llegaron en pos suya desde Iturea y la Decápolis; muchos de ellos no estaban bien vistos por la ortodoxia, pero Jesús, sin reparar en ello, había saciado su hambre. Esto es lo que les importaba. Las palabras de Jesús son elogiosas; no un reproche. En otros lugares, Jesús había afeado ya el interés desmedido en los milagros “personalizados”. El hambre de estas personas tampoco era solo física. Seguían a quien pasó por alto su condición y les dedicó tiempo y cariño; a quien les acercó a Dios. Jesús aprovecha entonces y les habla del pan que permanece y da vida eterna. Y ellos recogen el guante: le preguntan por lo que pueden hacer, no por lo que pueden recibir. Le acogen como enviado de Dios y por eso le piden una señal. Juegan ya en el terreno de Jesús. Los padres recibieron pan del cielo como señal, esto ya es conocido; ellos buscan algo más.  No fue Moisés quien bajó pan del cielo sino Dios y Dios manda ahora este pan del cielo que estáis viendo, el que definitivamente sacia el hambre y la sed. Y ellos le creen. Habían vivido en la esperanza del salmista, pero hoy hay algo más frente a ellos.

Eso nuevo se nos da también a nosotros, como a los efesios: Conocer a Jesús es aprender de él la verdad que pueda orientar la vida de un modo distinto, renovando mente y espíritu para llevar una vida acorde a nuestra naturaleza creada a imagen de Dios. La pregunta más famosa por la verdad quedó sin respuesta, pues la solución estaba al alcance de quien quería verla pero oculta para quien no estaba dispuesto a liberarse de sus propias cadenas. La verdad del mundo es que siempre paga alguien para que otros puedan seguir viviendo con holgura; la verdad de Dios, en cambio, es que él está del lado de los que pagan, de los paganos, hecho uno con ellos y practicando la justicia: dedicándoles el tiempo y el amor que otros les niegan. Pero no todos pueden percibir aquí mucho más que una catástrofe. Aquellos que se han visto damnificados, sin  embargo, son capaces de comprender que no es un consuelo efímero, sino el sentido que lo ilumina todo y se ven llamados a hacer lo mismo con otros, porque nunca vale tanto lo que recibes como lo que das. Por eso son capaces de izar velas y cruzar el mar para seguirle y navegar hacia la novedad. Porque sin milagros se puede vivir, pero sin justicia no.

 

Hacia la novedad


 


 

Con un abrazo para ti, Fray Manolo, que nunca dejas de zarpar... marcando rumbo.