09/03/2025 – Domingo I Cuaresma
Aunque parezca que no estás
Dt 26, 4-10
Sal 90, 1-2. 10-15
Rm 10, 8-13
Lc 4, 1-13
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Para ser fieles a la historia, que es una dimensión importante en las lecturas de hoy, vamos a partir de las palabras del salmista que identifica a los agentes de la protección que Dios dispensa al pueblo. Son los ángeles quienes acompañan en el camino. El Señor vela y ampara. Él es el refugio. Es un Dios amante y fiel, pero distante. No interviene directamente. Los seres celestiales, tomados en préstamo de las cosmovisiones cananeas, son quienes se relacionan de cara a cara con los humanos. Años después la recopilación deuteronomista, llegada en tiempos de profunda crisis, pondrá negro sobre blanco que aunque Dios no parezca hoy muy pendiente de nosotros lo está tal como lo estuvo en el pasado. Por eso se recuerda la profesión de fe de Moisés que pone voz al sentimiento del pueblo y recuerda los favores recibidos de Dios. Es un credo histórico. Ese favor promueve la fe. El pueblo sabe de quien se ha fiado porque en su día a día ha sido testigo del cuidado de Dios; no es una abstracción. Sus huellas están presentes en su devenir. Y en ese devenir el pueblo se manifiesta agradecido y entrega a Dios las primicias de su trabajo. Cuanto él es y es capaz de hacer se lo debe al apoyo de Dios. Para no dejar que esa realidad caiga en el olvido, se insta al pueblo a ritualizarla y descubrir así el sentido de su presente al hacer memoria de su pasado común con Dios.
La historia continúa. Jesús fue hombre de fe. Su confianza estaba firmemente arraigada en su propia experiencia y esa era una experiencia que tenía mucho en común con la del pueblo. Jesús encontraba a Dios en la intimidad de su día a día. Su vida fue la de un obrero artesano dedicado a la construcción en un ambiente eminentemente rural que iba urbanizándose según la moda latina del conquistador. Podría pensarse que Dios no tendría un protagonismo importante en sus rutinas más allá de la capacidad de Jesús de descubrir su presencia allí donde no parece que se dieran manifestaciones extraordinarias. Sin embargo, fue en esa conflictiva sencillez donde Jesús descubrió su cercanía y comprendió que, lejos de ser ajeno a las necesidades humanas, las atendía en toda su profundidad evitando cualquier espectacularidad que pudiera ser malentendida y renunciando explícitamente al concepto mundano de poder. Este descubrimiento se nos hace patente en el episodio sinóptico de las tentaciones, donde Jesús rechaza la seducción con afirmaciones deuteronómicas.
En el testimonio de Pablo la sencillez está cercana a convertirse en sequedad pues Dios sigue sin manifestarse abiertamente y el conflicto con los hermanos judíos se ha radicalizado. Pero Saulo llama la atención sobre la cercanía de la palabra predicada y sobre la resurrección de Jesús como manifestación definitiva. La palabra es cercana porque es capaz de sanar y alimentar cuerpo y alma, por eso es reconocida como acción de Dios y habita en el corazón y en los labios y desde allí sale al encuentro del otro. La profesión de fe real no es simple recitación sino actualización de la vida de Jesús en la propia. Lo que al pueblo se le presentó como ritualización histórica se descubre ahora como proyección de lo cotidiano hacia el futuro. Eso cotidiano es vivir desde la convicción de estar ya resucitado. Cuando la palabra recibida se convierte en vida, su contenido se hace efectivo aunque no haya alcanzado aún su plenitud. Ese es el incontenible don de Dios con el que podemos renunciar a la seducción del “adversario” y proclamar la unidad de todos los humanos. Esa es la salvación ya iniciada.
Ary Schaffer, The temptation of Christ (1854)
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