02/03/2025 – Domingo VIII T.O.
Sincero como el maestro
Si 27, 4-7
Sal 91, 2-3. 13-16
1 Cor 15, 54-58
Lc 6, 39-45
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Cada vez dilatamos y profundizamos más la cultura de la imagen en la que nos encontramos inmersos desde hace ya unas décadas. Sin embargo, nuestras lecturas se centran hoy en la palabra como acto capaz de revelar la interioridad del ser humano. Así, para Jesús Ben Sirá la palabra lo es todo; revela lo más íntimo de la persona. El salmista, por su parte, comienza hablando de la acción de gracias y continúa con la matutina proclamación de la misericordia que nos regala un nuevo día y con la vespertina invocación a la fidelidad que no nos abandonará en la noche. Esta es la real y efectiva justicia del Señor, Roca nuestra, y esa declaración no puede hacerla sino el justo; quien ha aprendido del mejor maestro. El ser humano y Dios se tratan como iguales. Sus palabras son su acción. Hablar es aquí sinónimo de actuar. No cabe aquello de decir una cosa y hacer la contraria. Los hechos hablan tanto como las palabras y, sin el respaldo de aquellos, éstas no dicen nada. Reconociendo la presencia de Dios en su vida, el hijo de Sirá y el salmista han aprendido a ser como Él ha sido con ellos.
Entendemos así que no es en vano que Jesús nos recuerde que el alumno no es más que el maestro, pero terminará siendo como él. Con esta simple frase ha suturado la fractura entre Dios y la humanidad que para tantos parece todavía insuperable. Dios se dice a sí mismo; él es su Palabra. Del mismo modo, esa Palabra, en la humanidad de Jesús, se recita también a sí misma y muestra que todos podemos hacer lo mismo. Podemos ser como Dios: mostrarnos sin mentira alguna; actuar sin engaño. Reconocer la viga en nuestro ojo requiere sinceridad para con nosotros mismos y la produce también para los otros. Lo contrario es anclarse en la crítica que solo ve negatividad en los demás y esa, como cualquier ancla, nos impide navegar. Así ni aprendemos ni avanzamos. Dejamos que nuestra imagen oculte nuestra verdad y nuestra palabra nunca alcanzará la mayúscula que la acerque a la divina. Nos quedaremos en el estadio del hipócrita; del actor que interpreta un papel que no es. Para que quede claro, Jesús insiste en los ejemplos del árbol y los frutos, de las zarzas incapaces de dar higos o uvas. Finalmente, concluye, es la abundancia del corazón la que aflora por la boca. La imagen puede engañar; la Palabra, no.
Según Pablo, el ser humano puede alcanzar la inmortalidad. Esa sería la meta definitiva; la culminación del aprendizaje. El cuerpo es corruptible, pero no despreciable, pues puede revestirse, transformarse, en lo que no es. El pecado es el aguijón de la muerte porque esclaviza y hace sufrir. Pero ahora que la muerte ya ha sido vencida ese aguijón ha perdido fuerza. Queda, sin embargo, la ley que le presta nuevas fuerzas. Esta ley es esa misma que nos lleva a ser tolerantes con la viga que nos entorpece la visión. “Hago lo que no quiero…” dirá Pablo unos años más tarde. Es eso mismo. Nos cuesta acoger nuestra propia verdad. No es fácil, pero todo el esfuerzo que requiere se multiplica si se apoya en el Señor; si él pudo nosotros no estamos tan lejos. Él está de nuestro lado; a nosotros nos toca comenzar y perseverar. Mientras no lo hagamos no podremos acoger la de los demás; seremos incapaces de ayudarles; nos incapacitaremos para un caminar comunitario y, para postre, seguiremos lastrados por el mal que no desterramos de nosotros mismos; continuaremos sucumbiendo a la mortalidad en la que nos acomodamos entretenidos y consolados con la paja del ojo ajeno.
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Sincero como el maestro (Luke 6:39-42. Bible Study) |
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