sábado, 24 de agosto de 2019

BRAZOS ABIERTOS. Domingo XXI Ordinario


25/08/2019
Brazos abiertos.
Domingo XXI T.O.
Is 66, 18-21
Sal 116, 1-2
Heb 12, 5-7. 11-13
Lc 13, 22-30
La invitación de Dios es universal. Todos los pueblos están llamados a compartir la misma Vida y a disfrutarla en abundancia. Todos los pueblos y cada una de las personas de cada uno de esos pueblos. Así nos lo recuerda Isaías. De todas partes vendrán para contemplar la gloria del Señor y de entre ellos el Señor mismo se escogerá pregoneros de la buena nueva que lleguen hasta el confín del mundo y servidores que atiendan a todos. La ofrenda para el Señor va a consistir en miríadas de hermanos que habíamos dejado olvidados por el camino. Nadie está destinado a quedarse fuera, tal como parecía pensar el anónimo interlocutor de Jesús. Pero mira tú por dónde, es a nosotros a los que se nos recomienda esforzarnos para superar la puerta estrecha. Y ésta, como todas las correcciones nos resulta desagradable. ¿A santo de qué nos sale ahora con esas? Nuestro orgullo nos impide ver que ese aviso está movido por su misericordia y fidelidad paternas.
Identificamos esa puerta estrecha con el sufrimiento y el sacrificio y, ciertamente, nos plantea una dificultad pero mucho más complicada. Nos exige tener que pasar solo y sin bultos que nos atoren. Solos, porque todos estamos llamados a la responsabilidad y porque no nos sirve subirnos al carro de lo que ya han hecho o están haciendo otros. Sin equipajes ni impedimenta (ya el nombre lo dice bien clarito) dejando atrás cuanto contradiga esa vocación universal que compartimos con todos.
Esa puerta estrecha nos lleva primero a nosotros mismos, invitándonos a afrontar con valentía esa posibilidad de explorarnos y de conocernos para poder liberarnos de todas las mochilas que hemos ido colocándonos. No es sencillo y puede ser, incluso, una experiencia dolorosa. Pero penetrar en nuestra angosta realidad es una invitación a crear un silencio en el que sea posible escuchar la llamada original al no encontrar nada que pueda sofocarla ni obstaculizarla. Una vez que nuestro interior se ha silenciado y espaciado, el exterior se nos ensancha para albergar un mundo nuevo. Así, nos situamos ante la realidad decididos a dejar libre todo el espacio posible para que nuestros brazos puedan abrirse para acoger a todos sin que nadie quede fuera.
A esa misma realidad se entra también por una puerta estrecha que nos hace dejar fuera visiones generales o perspectivas prefabricadas. No será fácil. Ya hemos hablado otras veces de la incomprensión de los profetas y de la soledad de los justos. No todo puede reducirse al blanco o al negro y la realidad será siempre compleja, pero nunca dejará de ser digna de nuestro abrazo. Ninguna puerta es tan estrecha que no nos permita pasar abrazados a otro ser humano. En nuestra responsabilidad reconocemos la necesidad de acoger y dejarnos acoger recíprocamente. Si en verdad todos estamos invitados a una única fiesta que estaba pensada para todos, se hace evidente la necesidad de un abrazo universal y de la renuncia a análisis estratégicos para que todos podamos llegar a compartir la contemplación y el disfrute de la gloria del Señor: la vida plena, según dijo el sabio. La gran sorpresa no será sólo ver cómo entramos con aquellos que nunca pensamos ver entrar sino también, en no menor grado, vernos a nosotros mismos transformados en lo que nunca pensamos llegar a ser. 

Brazos abiertos

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