10/11/2019
Nomadear.
Domingo XXXII T. O.
2 Mac 7, 1-2. 9-14
Sal 16, 1. 5-6. 8. 15
2 Tes 2, 16 – 3, 5
Lc 20, 27-38
La pregunta va con malicia. Con esa intención de
llevar cualquier planteamiento hasta el absurdo para mostrar su falsedad. Es
una estratagema de filósofos poco imaginativos, o de políticos mediocres, ahora
que estamos en el día… Los saduceos quieren negar la posibilidad de la
resurrección partiendo de un argumento que sostiene que todo en ese supuesto
mundo nuevo habría de ser como era en el suyo. Pero en ese mundo que pretenden vetar
lo primero que desaparece es la desigualdad entre los seres humanos. Allí no
habrá ya que casarse porque ni las mujeres tendrán la necesidad de ser esposas
de nadie para poder, simplemente, vivir ni los hombres la de engendrar hijos
para proyectarse en ellos y ser recordados, tal como ocurría en el suyo y
todavía en el nuestro, a veces. Allí todos seremos quienes somos, sin más. Y
las relaciones que se den, sean las que sean, estarán guiadas por el amor que
sabe despojarse de sí para vestir al otro. Dios es Dios de vivos, afirma Jesús,
y ya no tendrá ningún sentido etiquetar a nadie por su rol o su procedencia.
Nada habrá en ese mundo futuro que pueda recordar a éste si no es,
precisamente, el amor que nos tuvimos. Nada funcionará allí como aquí pues el
mundo que hemos construido aquí está diseñado a medida de unos pocos, de esos
que dicen querer conocer pero se niegan a despojarse de lo que ya ven,
tomándolo como cierto. Nada puede ser revelado a quien no se descalza tal como
Moisés lo hizo al ver la zarza.
La segunda carta a los de Tesalónica nos aclara que
la fe no es de todos. Creer es confiar. Así lo deja entrever también la
serenidad del salmista que se presenta ante un Señor conocido, pudiendo afirmar
con franqueza que siempre ha caminado por sus sendas y que le invoca habiendo saboreado
su fidelidad. Le pide justicia tal como los hermanos Macabeos confiaron en Dios
frente a su adversidad. La fe habla más de confianza y de fidelidad mutua que
de creencia en lo invisible, pero este terreno no es practicable para quien
pretende afianzar sus posiciones sobre las demás, y menos aún si lo hace
violentamente. Puede que algunos malvados no usen la fuerza, pero todos ellos
comparten la misma cerrazón ante los demás; todos persiguen perpetuar su
situación ventajosa, ya sea la de dominador de un pueblo conquistado o la de opresor de pobres viudas desde altares
recién incensados.
Poder civil y poder religioso. No hay nada que
liquide con tanta velocidad y eficacia la raíz personal. Es imposible
reconocerse a uno mismo y a Dios en el acercamiento al otro si tan sólo ansías
dominarlo. Si en el centro de su interés cualquiera de esos poderes no coloca a
la persona concreta, con preferencia por las viudas, los huérfanos, los extranjeros,
los trabajadores, los reclusos, los enfermos, los ancianos, los sin techo… los
mindundis de este mundo, nunca jamás podrá resucitar ni, por supuesto,
transfigurar su medio. Cualquiera de nosotros puede también caer en este juego
y arruinar toda su potencialidad aferrándose a lo que considera irrenunciable o
a esa herencia que cultiva como algo fundamental. La Vida de la que habla Jesús
pasa por la sencillez de Abraham y de sus hijos, que dejaron su tierra conocida
para nomadear por el corazón de Dios y desheredarse de un mundo que olvidaba
sus propios márgenes, sus periferias, y aceptaron pactar por una tierra nueva.
Nomadear |
Amén...
ResponderEliminarConfiar...
Eliminar