28/04/2019
El soporte de la Paz.
Domingo II Pascua
Hch 5, 12-16
Sal 117, 2-4.
22-24-27a
Ap 1, 9-11a. 12-13.
17-19
Jn 20, 19-31
Jesús dio en vida cuanto tenía: a sí mismo. Una vez
resucitado siguió con la misma dinámica y entregó a sus amigos cuanto era: la
Paz. En vida, Jesús vivió compartiendo externamente con todos su confianza
interna en el Padre y en el impulso del Espíritu, con la seguridad de quien se
siente acompañado en lo más íntimo. Por lo que podemos saber, su experiencia
interna sostenía su forma nueva, absolutamente nueva, de estar en el mundo,
ajena a la violencia y a cualquier recurso humano que se apoyara en la fuerza o
en la dominación. Así, renunciando a la raíz que en el hombre alimenta toda
imposición y abriéndose al silenciamiento de sus deseos, franqueó las puertas a
la expresión de su verdad interior cada vez más identificada con la propia
verdad divina. La palabra y la acción de Jesús en vida fue la espada de dos
filos que cortó la injusticia y restañó la herida con una paz fundada sobre el
amor del Padre que, como propio, manaba en su interior sin que él lo contuviera
en modo alguno.
La paz que Jesús ofrece es el fruto del Espíritu
que le guió en vida y que él exhala sobre sus discípulos. Él es la paz de Dios
que se encarna para mostrarnos un camino al que cada vez se fueron uniendo más
personas al escuchar la predicción de los discípulos y contemplar sus
prodigios. Es la Paz la que puede realizar el mayor prodigio: detener la
espiral de violencia, la cadena de acciones y reacciones que sumen al mundo en
un estado de brutalidad que le aleja de la justicia de Dios, que conoce a cada
uno y le ama aceptándole mientras le propone un modo de alzarse y quebrantar
esa espiral. Ese fue el espíritu expulsado. El fruto de toda sanación es una persona
levantada, restituida en su dignidad y capaz de afrontar la realidad de un modo
divino: pacífico y creativo. En ese estado, es posible superar cualquier
tribulación y oír detrás de ti que el mismo Jesús te requiere para propagar lo
que él te está ya inspirando. El Alfa y la Omega, el Aleph y la Taw, el resumen
perfecto que contiene y da sentido a todo discurso y razonamiento, la Palabra
viva, que vive en tu interior te pide que seas expresión suya y que propagues
el mismo mensaje de Paz.
Y en el centro de ese mensaje se halla el perdón a
todos, sin excepción. En ese acto de perdonar nos unimos al mismo Jesús que
perdonó a todos en primer lugar. Por eso pudo ser estandarte de la Paz. Nos
unimos también a Tomás que puso el dedo en la llaga y hurgó en la herida, que
necesitó ver para creer en esa capacidad infinita de perdón de la que Jesús le
hacía también depositario. La fe de Tomás no concebía que Jesús volviera a la
vida perdonando, sin exigir reparaciones, conservando las huellas de la pasión
y el recuerdo de lo acontecido como algo pasado y perdonado, como prueba del
amor que se entrega renunciando a exigir compensaciones. Él mismo se sintió
perdonado y a quien mucho se le perdona entona el canto de la misericordia con
verdadera fe en sus palabras. La piedra angular se diferencia de las demás en
su capacidad de absorber los esfuerzos de carga que gravitan sobre ella y
mantenerse sólida mientras sostiene a las demás. El perdón de Dios nos capacita
para perdonar como él y ser el soporte de la nueva construcción. Aspiremos no
sólo a ser perdonados sino también a perdonar y ser soporte de los demás.
El soporte de la Paz... La Paz es el soporte |