sábado, 18 de mayo de 2024

ESTAMOS PARA TODOS. Pentecostés.

19/05/2024

Estamos para todos.

Pentecostés

Hch 2, 1-11

Sal 103, 1ab. 24ac. 29bc-31. 34

1 Cor 12, 3b-7. 12-13

Secuencia

Jn 20, 19-23

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En su origen Pentecostés era una fiesta ligada a los ritmos agrícolas. En ella se ofrecían las primicias de la siega. Conmemoraba también la entrega de la Ley por Dios a Moisés en el Sinaí a los 50 días de la salida de Egipto. Era Shavuot, la fiesta de las semanas, que, junto a la Pascua (Pesah) y los Tabernáculos (Sukkot) constituían las tres fiestas en las que Jerusalén acogía peregrinos llagados de todas partes. En esta fiesta sitúa Lucas la definitiva efusión del Espíritu sobre los discípulos de Jesús. En realidad, el motivo de la fiesta no cambia en esta nueva interpretación. El pueblo de Dios ha recibido la Ley definitiva y este don se puso en escena con la muerte y resurrección de Jesús. Su palabra y su obra, incluyendo la crítica al sistema religioso imperante eran la nueva ley que debía extenderse de forma universal. La comunidad debe aprender todos los idiomas pues el mensaje ha de llegar hasta el último rincón. El nacimiento de la Iglesia, que quiere verse en este día, no es un acto privatizante sino un impulso para que la novedad llegue a todas partes: Quien se enfrentó al poder que utilizaba la Ley en su provecho fue reivindicado por Dios y ha ingresado en la vida definitiva. El tono celebrativo lo evidencia el salmista sin duda alguna.

El Espíritu, la Ruah, el aliento de Dios, Dios mismo haciéndose presente en el seno de la comunidad no llega para suscitar bienes particulares, sino para el servicio al bien común. Estamos hablando de una recreación. Dios piensa en toda la humanidad, no en una selección. El viento sopla donde quiere y la Iglesia, que tiene a gala celebrar hoy su cumpleaños, surge como una realidad orgánica; un cuerpo en el que cada uno cumple su función, atiende a su vocación y manifiesta al Espíritu de forma personal en la construcción de una realidad mayor que no queda restringida al seno de la asamblea.

Juan es más intimista. Recrea el encuentro de Jesús con sus discípulos el mismo día de la resurrección. Es entonces cuando les dona el Espíritu y les desea la paz. La relación entre uno y otra parece evidente. El impulso del Espíritu nos llevará a la paz pero ésta no es un remanso idílico. Es sabido que Jesús denunció aquello que excluía a los pequeños y que se empeñó en imponer el punto de vista de Dios de forma que nadie quedase fuera. Jesús fue siempre inclusivo solidarizándose especialmente con aquellas y aquellos que la sociedad del momento dejaba al margen. La paz alcanza a todos y el Espíritu que animó a Jesús en sus días es el mismo que él cede a sus amigos y a nosotros. Somos enviados con la misma misión que ellos: perdonar los pecados. El pecado es el gran obstáculo; es el error en el que caemos. La comunidad guiada por el espíritu se abre al mundo sin asomo de privilegio, sino poniendo la verdad al alcance de todos; desmontando errores y poniendo de manifiesto la voluntad de Dios. Cada uno, como es típico en Juan, debe elegir entre esa perspectiva o seguir con la suya. Perdonar o retener tiene que ver con el bien de los pequeños; ese fue el principio elemental de Jesús y es el que se propone a la comunidad en el día de su nacimiento: acercarse a todos, reconocer en ellos el soplo del Espíritu, sus dones y sus frutos y cuidar de todos. Estamos para todos sin imponer nada a nadie, pero cuidando que nadie se aproveche de los últimos. 

 

Estamos para todos.

 

 


 

sábado, 11 de mayo de 2024

PRESENCIAS. Ascensión de Jesús.

12/05/2024

Presencias.

Ascensión de Jesús.

Hch 1, 1-11

Sal 46, 2-3. 6-9

Ef 1, 17-23

Mc 16, 15-20

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A veces afirmamos que los apóstoles y discípulos de Jesús no entendieron casi nada de lo que él les decía hasta la Resurrección; así, en forma genérica. Sin embargo, hoy podemos ver que ni siquiera fue así. Nos cuenta Lucas que durante 40 días Jesús les ha hablado del Reino de Dios y ellos, en cambio, le preguntan por el reino de Israel. Que resucitó lo tienen claro; ha comido y bebido con ellos y les ha hablado, pero eso de lo que ha hablado no termina de entrarles. Así es; así somos. Pese a presenciar el milagro más grande o a pesar de creer en él tanto ellos como nosotros seguimos pensando en que Dios debe fabricarnos un mundo a nuestra medida. A fin de cuentas, tenemos razón ¿no?

Nos falta la ayuda del Espíritu, dice Jesús. Llegará pronto pero, mientras tanto, “permaneced en Jerusalén”. Jerusalén es lo conocido, es la realidad que ha alimentado la sed de Dios durante generaciones, pero es también el testimonio de que “el reino de Israel” se ha quedado pequeño; no es lo definitivo. Cuando llegue el espíritu de sabiduría, aclara el autor de Filipenses, todo será distinto. Gracias a él podremos comprender lo hondo de nuestra vocación, que es también comprendernos a nosotros mismos y ponernos en situación; es reconocernos llamados a mucho más. Marcos nos ve ya en esa tesitura y nos envía decididamente al mundo explicando signos portentosos que nos acompañarán. Los signos que Jesús realizó eran, sobre todo, actualizaciones del Reino de Dios; su inauguración entre nosotros, eso es lo decisivo y lo que Dios mismo anhela. Pero funcionaron también como pruebas para los indecisos. Lo mismo viene a decirnos Marcos ahora. Según Lucas el Espíritu es quien desciende para guiarnos en nuestra misión, según Marcos el Señor coopera con nosotros desde el cielo en el que Dios lo ha coronado por encima de todo lo conocido, según el testimonio entregado a los filipenses, apropiándose así de la celebración del salmista. Seguramente ambos tendrán razón desde diferentes puntos de vista. Encarnación, Resurrección, Ascensión y Pentecostés son parte del mismo dinamismo divino que nosotros captamos de forma separada pero entrelazada. Comenzamos ahora un breve periodo en el que Jesús no está, pero tampoco ha llegado aún el Espíritu. A la explosión definitiva de la Pascua en Pentecostés le precede el recogimiento en lo conocido hasta que la presencia se haga plenamente manifiesta. Estamos ya seguros de que lo que hay es insuficiente, pero nos falta captar el empuje definitivo de la fuerza de la Ruah, que está siempre llegando y sopla donde quiere. Creemos que Jesús, uno de los nuestros, confirmará cuanto hagamos pero es posible que nos falte confianza pues no vemos signos por ninguna parte y tendremos que preguntarnos: ¿Cuántas serpientes he cogido? ¿Cuántas lenguas he aprendido? ¿Me pongo en situación de curar o exorcizar? Eso conocido no es refugio; es testimonio de lo que otros hicieron y de cómo lo hicieron, pero el mundo sigue a la espera de que confiados en el Señor e impulsados por el Espíritu que está llegando creemos realidades nuevas. No hay que esconderse, sino aprender para poder salir y que el mundo sienta su presencia en nuestra novedad. No tenemos un regalo exclusivo sino que se nos ha entregado una responsabilidad colectiva: ser para otros la presencia que nosotros mismos esperamos. 

 

Presencias        









 

sábado, 4 de mayo de 2024

CÓMO SER PAN. Domingo VI de Pascua.

05/05/2024

Cómo ser pan.

Domingo VI Pascua.

Hch 10, 25-26. 34-35. 44-48

Sal 97, 1-4

1 Jn 4, 7-10

Jn 15, 9-17

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Llegamos en este tiempo de Pascua a lo fundamental: Dios es amor. ¿Qué más podremos decir? Todo es consecuencia de esta realidad. Con esta afirmación deberíamos tener bastante. No es que Dios nos ame incluso por encima de nuestro rechazo, ni que perdone cualquier barbaridad que hagamos por ese amor que nos tiene. Es que Dios es amor. Su ser es amar. Y amar es darse a los demás buscando su felicidad. Aunque Pedro aún piensa que es preciso practicar la justicia y temerle, admite que Dios se da sin hacer acepción de personas. El espíritu es Dios amando que desciende sobre todos, sin distingos. El salmista celebra esta realidad: desde la casa de Israel al mundo entero.

La carta de Juan pone en claro este proceso. Dios ama primero y se nos da en su Hijo. No somos nosotros quienes nos ganamos su atención sino él quien derrama su ser sobre nosotros. Del mismo modo, Jesús dice a sus discípulos que ha sido él quien los ha elegido. Y les hace un único encargo: que se amen unos a otros como él los ha amado. El amor es dar la vida por los demás. Y la vida, según Jesús, se da en los actos concretos como el lavatorio de los pies que recordamos solemnemente el Jueves Santo y que Jesús ha realizado ya antes de encomendar a los suyos este amor mutuo. Primero se lo ha mostrado y después se lo ha  confiado con la misma severidad con la que se entrega un mandamiento. También Dios, por medio de Moisés, libero primero a su pueblo y después les entregó el decálogo y, en no pocas ocasiones, tuvo que recordar a aquellas gentes de dura cerviz sus acciones en favor suyo. Es pedagogía divina: mostrar antes de hablar, salvar antes de exigir obrar, amar antes de hablar del amor. El único mandamiento que Jesús nos deja nos coloca a la altura de sus amigos. Nos hace uno de ellos revelándonos como acabar con el mal; como extinguir el pecado.

Aún podemos decir que si Dios se entrega gratuitamente a todos sin importar su gentilidad tendremos que decir que no solo se nos da a nosotros. Se da universalmente y dado que la naturaleza divina nos es inabarcable, también encontraremos inaprensible toda la variedad de sus manifestaciones. Dios es amor, donde se dé el amor está Dios. Poco importarán otras cuestiones culturales, sociales o religiosas. Tendremos que admitir que más allá de cada una de las plasmaciones concretas que vemos en las diferentes tradiciones religiosas Dios está presente en ellas animando a las personas a ser pan para los demás. El Padre anima mediante el Espíritu a ser pan como el Hijo hizo y dijo en y con  Jesús. Así, el Dios único se hace prójimo a todos y se manifiesta en la multiplicidad de tradiciones que buscan alimentar el bien del ser humano. En su forma más acabada este bien se cifra en alcanzar la perfección; esto es, en ser como Dios que se da de forma natural. La naturaleza del ser humano no es preservarse a sí mismo por encima de los demás, sino darse humanamente a los próximos para construir una realidad colectiva, pues surgimos en comunidad. Ese impulso constructivo se da en todas las coordenadas. Ante la pregunta universal por el sinsentido pueden surgir distintas respuestas, pero la que viene de Dios tiene que ver con ese volverse hacia los demás que no les deja caer en el abandono. Allí donde se da, mujeres y hombres se hacen pan para los demás y Dios se hace presente. 

 

Cómo ser pan