28/06/2020
La cruz de
las paradojas.
Domingo XIII
T.O. Si quieres ver las lecturas, pincha aquí
2 R 4,
8-11.14-16a
Sal 88, 2-3.
16-19
Rm 6, 3-4.
8-11
Mt 10, 37-42
Reparamos siempre en lo espectacular. Por eso lo
que hoy llama nuestra atención es ese encargo de Jesús de renunciar a la
familia. Ante esto podemos recordar que Mateo escribió su evangelio para
cristianos procedentes del judaísmo. Para ellos, seguir a Jesús significaba
romper con la tradición de su pueblo y, en muchos casos, acarrear con
enemistades y sufrir por la decepción ocasionada a amigos y familiares. Son
palabras de consuelo en el marco de la exigencia personal de Jesús que la
comunidad mantiene. Los tres versículos anteriores a nuestra lectura de hoy
ponen de manifiesto que Jesús no fue un personaje humilde y conciliador, sino que
trajo la espada y la división. Hoy en día valoramos la familia como una
realidad positiva y se nos hace extraña ese requerimiento de Jesús. Sin
embargo, también hoy tenemos costumbres y
tradiciones que lastran nuestro encuentro con él.
Vivir al estilo de Jesús es romper la rutina y ponerse
en camino; no quedarse encerrado en la seguridad de lo heredado fortalecida por
lo adquirido sino perderse entre las encrucijadas de los caminos. Paradójicamente,
aceptar la vida que te encuentras es perderla, es no encontrarle un sentido,
sembrar campos que no producirán fruto alguno, mientras que perderse es
encontrar sentido y segar aunque la siembra no fuese tuya, pues todo madura a
su tiempo. Y perderse es decir adiós, renunciar a la herencia, cargar con la
incomprensión y soportar la decepción que produces. No es fácil. Pero viene
finalmente a resultar que sólo los perdidos son capaces de acoger con sencillez
a los profetas porque no tienen nada que perder ni nada que conservar frente a
las reivindicaciones de los enviados de Dios. Así le ocurrió a la rica sunamita
y su marido: acogieron a Eliseo y su criado porque no tenían temor en su
presencia, porque no les incomodaba el mensaje que traían y tuvieron por ello
paga de profetas, como también dice hoy Jesús. Tuvieron fruto en el momento en
que había madurado.
Con su acogida la sunamita, que parecía llevar la
voz cantante en casa, se adelanta a la gran acogida que Jesús el Cristo nos
hace a todos nosotros en el bautismo. Otra cuestión paradójica para los tiempos actuales. Hablar
de bautismo, según Jesús, no es hablar de peladillas ni de fiesta sino de
muerte y sepultura. Bautizarse es morir a todo lo antiguo y adherirse a la
senda de la perdición que Jesús propone dejando que él nos acoja. Es sepultar
la propia identidad, otra paradoja, para redescubrirme completamente diferente;
es ponerlo todo al revés, porque aquello que fue ya no es, ni será nunca más.
Es avanzar expuestos a los demás alejándonos del pecado, de la negación de
Dios, para acercarnos a la plenitud de vivir para Dios. En la práctica diaria
eso es vivir para todos sus preferidos; dar vasos de agua fresca a todos
aquellos que lleguen hasta nuestra puerta. A los que han optado por Jesús y
viven las consecuencias de su elección y a los que simplemente llegan cuando la
marea deja los restos del naufragio frente a la puerta de casa. Cargar con tu
propia cruz es aceptar que tu vida ya nunca será tuya y siempre estará en la
encrucijada entre lo que dejas y lo que se abre frente a ti. Es una elección
constante en busca del sentido; es un dinamismo que se abre para acoger tal
como él mismo es acogido; es amor que vive el día a día.
La cruz de las paradojas. [M.C. Escher. Ascendiendo y descendiendo (1960)] |