01/12/2024
Llega, llega…
Domingo I Adviento
Jer 33, 14-16
Sal 24, 4bc-5ab. 8-10. 14
1 Tes 3, 12 – 4, 2
Lc 21, 25-28. 34-36
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Comenzamos año nuevo, pero lo hacemos no centrándonos en todos esos proyectos que de forma tan bienintencionada formulamos cada vez que iniciamos calendario, sino disponiéndonos para recibir todos los dones que van a llegarnos. En esta perspectiva se sitúan el profeta Jeremías y el apóstol Pablo. El don supremo es el inmenso amor de Dios y ese don se expresa en la justicia que él promete. Tanto es así que Jerusalén, la ciudad de la paz, por irónico que nos pueda sonar hoy, será el lugar donde la presencia de Dios pueda ser percibida por la realidad de esa justicia. El amor que Dios es se percibe en la justicia que verdaderamente hace posible la paz. Dios cumple sus antiguas promesas y eso motiva que todos nos amemos unos a otros. ¿Cómo no amar si nos descubrimos amados, entre otros lugares, en la persona de los enviados de Dios? Amando así nos situamos en la estela de Jesús y los suyos, todos sus santos. Jesús mostró el amor del Padre sanando y restañando heridas; así llegó hasta nosotros y ahora se nos pide que continuemos en la misma línea. La liberación es la tradición verdadera.
El salmista ahonda en esa continuidad. Es imposible, dicen, compartir aquello que no se posee. También Lucas parece opinar lo mismo. En el seguimiento confiado de Jesús nos es posible encontrar el fundamento de la esperanza y en el ejercicio del mismo amor justiciero y pacificador es como liberamos y nos liberamos. Esta confianza se revela fundamental en esos tiempos de crisis en los que el mundo pierde su lógica: guerras, catástrofes, pandemias… incluso en esos colapsos en los que todo pierde sentido es posible alzarse desde el abatimiento y levantar la cabeza. El ser humano que no confía solo en sí mismo y sus proyectos sino que se abre al don de Dios y lo pone al servicio de los demás es el Hijo del hombre que tiene en su mano el poder, la posibilidad de cambio. Existen peligros como las borracheras y las parrandas que anulan la capacidad de distanciarse para enfocarlo todo desde este nuevo punto de vista; pero existen también las inquietudes que nos atenazan y embotan el corazón. Frente a tanto dolor se impone el esfuerzo por no desesperar y saber maniobrar para sanarnos sanando. Tan malo es evadirse como dejarse vencer y sepultar por la desesperanza.
Comienza el año que no es un trampolín para nuestros planes sino el espacio, el cuenco, en el que recibimos a quien viene para darle la vuelta a todo comenzando por dárnosla a nosotros mismos. Adviento es reconocimiento de quien viene como el Hijo del hombre que nos hace plenamente hijos a todos. Hijo del hombre, ser humano cabal, desprendido de sí mismo y vuelto hacia los demás como Dios mismo sale de sí para encontrarse con todo y con todos quienes quieran recibirlo; ese es Jesús, el que llega. Pero él quería que todos fuésemos así y su vida fue el modo, el lugar, el espacio, en que nos enseñó a serlo. El adviento que hoy iniciamos, el año que con él comienza, es un dinamismo que no se detiene sino que está siempre en camino; en salida. Es siempre un encuentro con Dios vivo en todas las hermanas y hermanos. Somos enviados a las vidas de los demás, pero también ellas y ellos nos son enviados a nosotros y nuestras vidas. Solo siendo adviento para los demás y acogiendo los advientos que nos vienen seremos, unos para otros, natividad.
Llega, llega... (Fragmento del cartel anunciador de la nueva versión teatral de Godspell, 2023)