31/12/2017
Una familia universal.
Domingo después de Navidad: La sagrada Familia
Si 3, 2-6. 12-14
Sal 127
Col 3, 12-21
Lc 2, 22-40
Jesús nació en el seno del judaísmo y su familia
cumplió con él las prescripciones propias de esta religión. Los evangelios atestiguan
que fue un niño nacido en extrañas circunstancias familiares, como tantos otros
entonces y ahora, pero fue acogido, sin duda alguna, en la nómina de su pueblo.
A partir de ese momento él creció y se robusteció, llenándose de sabiduría sin
que la gracia de Dios lo dejara ya nunca. En el día de hoy nos sirve de pista
el nombre de Simeón, ligado en el Antiguo Testamento a la sangre y la venganza
y puesto ahora para señalar el fin de una era y el comienzo de otra. Todas las
profecías se han cumplido y ya nada será tal como era. Las espadas no volverán
a clavarse en carne ajena, sino en los corazones que dejen paso al reino de
Dios.
La familia es sagrada cuando vive en sí misma esta
nueva realidad: cuando en su seno se viven las relaciones propias de ese Reino
predicado por Jesús; cuando nadie es más que nadie pues todos son escuchados y amados
por sí mismos, cuando la guía y el árbitro es la paz del Señor Jesús pues a
ella son todos convocados como un solo cuerpo; cuando toda su vida es acción de
gracias y alabanza en los términos que ya revelaron los profetas; cuando unos a
otros se enseñan y exhortan y se vive de forma que podamos ofrecer, sin
ruborizarnos, la ofrenda exigida a los pobres: un par de tórtolas o dos
pichones. No queda ya sitio para comportamientos egoístas, para el orgullo que
se basa en el honor, ni para antiguas estructuras patriarcales. Estas
realidades han causado ya mucho daño y al dejarlas atrás, la familia puede ser
el lugar donde comience a germinar la semilla del Reino.
Ese Reino tiene vocación universal y se abre a
nuevas perspectivas; una familia basada en él tiene la misma vocación de
apertura. Se abre y extiende sus brazos más allá de sí misma para acoger a
cuantos la rodean. Supera los estrictos lazos de la sangre y amplía su realidad
hasta convertirse en pueblo. Pueblo llamado a vivir en su seno las mismas relaciones
familiares que esa célula básica que se sacraliza en la medida que se
transforma y extiende, porque una familia feliz pero encerrada en sí misma puede
ser un refugio, una ínsula tramposa, pero no es una realidad sagrada. Esta
realidad sagrada se abre también para acoger nuevas formas de organización y
convivencia. La familia está definida por sus relaciones, por el vínculo que se
crea entre sus miembros y por el tronco que los sustenta a todos. Surgen nuevas
experiencias y también se dan en ellas núcleos de personas que acogen su propia
realidad sin encontrar contradicción entre su vida y el mensaje de ese Reino en
cuya dinámica quieren insertarse. Nada hay más inclusivo que la revolución
jesuana que originó el cristianismo.
Hacia el interior y hacia el exterior la familia se
sacraliza en la donación de sí y en la aceptación del otro, en el respeto a que
cada uno y todos juntos crezcan como algo distinto de lo que existía, igual en
su raíz pero diverso en sus formas. Somos un pueblo abierto a todos que se
relaciona familiarmente y atiende a su vocación de llegar a ser familia
universal.
Familia universal |