sábado, 29 de mayo de 2021

DE DENTRO A FUERA. Trinidad

 30/05/2021

De dentro a fuera. Trinidad.

Dt 4, 32-34. 39-40

Sal 32, 4-6. 9. 18-20. 22

Rm 8, 14-17

Mt 28, 16-20

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Dios es el mismo arriba en el cielo que abajo en la tierra. Israel tenía la convicción de que Dios era un ser celeste que moraba entre ellos. La rectitud moral que sus mandamientos aseguraban creaba un clima adecuado para que se instalase en medio de su pueblo: el Santo entre los santos. Y esta presencia era evidente en el recuento de las gestas épicas y legendarias de los ejércitos israelitas, se manifestaba en la magnificencia del Templo, se hacía palpable en la dinastía Davídica y resonaba en el corazón de los deportados que comprendieron la profundidad de su error e hicieron propósito de enmienda en las orillas del Éufrates o bajo el yugo del invasor romano. El futuro quedaba siempre abierto a la esperanza en la restauración de esa presencia y con ella, la del reino mesiánico y su prosperidad. Esto fue sí hasta que un grupo de judíos galileos, tenidos por herejes, comprendieron que Dios se había personado ya pero había sido tajantemente rechazado. A partir de ese momento el futuro se había transformado en presente porque en Dios, dicho sea de paso, es presente. 

Al Dios en la tierra, estos herejes le habían conocido como Jesús, que se relacionaba con el Dios de los padres como un hijo con su propio padre. El Padre celeste seguía siendo inaccesible, pero el Hijo que en Jesús andaba sobre la tierra era Dios mismo en acción. Así, la inaccesibilidad de este Dios se había transformado hasta tornarse un abrazo materno que acogía a todos. ¿Sería que la experiencia humana del Hijo había transformado el corazón del Padre? De lo que no cabía duda es que entre ambos se daba una intensa relación personal; estaban siempre en conexión. Y esa confluencia entre ambos se trasvasaba intencionalmente más allá de ellos mismos hasta alcanzar todo lo real. Esa continua corriente entre ambos es el Espíritu.

Nuestro espíritu, nuestra esencia humana puede sintonizarse con el Espíritu. Lo único necesario es que nos descubramos como seres libres: no sujetos ya a promesas gastadas, sino liberados para buscar nuevos cauces en los que bautizar a todos los demás; convocados para volver a Galilea, a la sencillez primera que no se dejaba engatusar por pompas ni prosperidades labradas sobre el sufrimiento ajeno; urgidos a no olvidar ni transigir con sufrimiento alguno. Liberados, convocados y urgidos. Intentar atribuir cada una de estas acciones a una persona trinitaria sería una racionalización innecesaria. Dios es trinitario porque es amor y el amor tiende siempre hacia el otro, se personaliza pero no se transforma en tres amores distintos. Es un único amor que lo unifica todo. La clave está en la relación. Dios no sería Dios si no pudiese relacionarse con nadie, porque el amor es relación y Dios es amor en sí mismo, pero es una única realidad que es con la sencillez de quien no se reserva nada y se conoce sin engañarse porque su conocimiento es también conocimiento desde fuera de sí, desde otro que no es distinto de sí y cuya respuesta es para él crítica y reconstrucción amorosa. Dios se crea y se recrea en constante diálogo interior que se proyecta al exterior porque su primera auto-crítica es la necesidad de otro distinto que albergue en sí la semilla divina capaz de reaccionar a su invitación. Eso somos nosotros. Somos el otro llamado a realizar la semilla en la promesa de que no estaremos nunca solos y en la exhortación a ser también trinidad que se recree constantemente sin dejar nada ni nadie fuera.


De dentro a fuera. Trinidad misericordiosa, Hna. Caritas Müller, OP (1988).


sábado, 22 de mayo de 2021

PENTECOSTÉS.

 23/05/2021

Pentecostés

Hch 2, 1-11

Sal 103, 1ab. 24ac. 29bc. 30-31.34

1Cor 12, 3b-7. 12-13

Secuencia

Jn 20, 19-23

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En el quinquagésimo día después de la Resurrección celebramos la gran fiesta cristiana. He explicado estos días en clase que a una fiesta se va para celebrar. Las fiestas pueden llevar mucha preparación o surgir espontáneamente, pero existe siempre algo que festejar. Aquellos amigos y amigas tuvieron que ver como Jesús era apresado para ser condenado en un juicio de dudosa imparcialidad y ejecutado en el vergonzoso patíbulo de los rebeldes políticos y de los malditos por la ortodoxia religiosa del momento. Por si esto fuera poco, su cadáver desapareció a los tres días y a partir de ese momento comenzaron a multiplicarse los testimonios de quienes decían haberlo visto, hablado y caminado con él; de quienes se habían sentado a la mesa con él y de quienes incluso habían comido y bebido con él. Pero no todos lo veían, así que del temor y del espanto se pasó al desconcierto más absoluto. Hasta que, por fin, comprendieron que Jesús había alcanzado la plenitud, que la muerte no tenía ya poder alguno y que era tan solo un paso, una pascua personalizada. Jesús vivía ya eternamente, pero lejos. Es la misma experiencia que nos desgarra el alma cuando perdemos a alguien: al dolor le sigue el consuelo de saberlo ya vivo y libre de sufrimiento, pero nos queda el vacío de su ausencia… Hasta que llegó el momento de Pentecostés y realmente comprendieron y comprendemos que el aliento de Dios sigue enlazándonos con todos los que ya partieron como a ellos les enlazaba con Jesús. Por eso, esta es la fiesta más grande, la celebración del gran acontecimiento de la resurrección de una manera consciente. Es la explosión de una absoluta algazara personal  comunitaria.

Porque el Espíritu nos alcanza cuando estamos todos reunidos y ya no queda nadie fuera. Y hace de nosotros un único cuerpo en el que cualquier diferencia es aniquilada. Se han extinguido ya las nacionalidades que quieren definirse poniendo fronteras, no tiene ningún sentido hablar de menas, ni de ilegales, ni de tierras entregadas por Dios a nuestros padres, ni de órdenes públicos que imponer por la fuerza cuando la ciudadanía ejerce su derecho de protesta. Existe un único pueblo habitado por el amor de Dios, por el Espíritu, que es puro aliento de vida. Cuanto vive en esta tierra o en cualquier otra está sostenido por el mismo hálito vital. Y una vez en nuestro interior no se queda ahí atrincherado, sino que brota desde nuestra profundidad para llegar hasta los demás. El envío de Jesús es una llamada a que seamos verdaderamente; a que no enclaustremos a quien nos hace vivir y lo propaguemos; a que repartamos vida para todos y nos nutramos también con la que los demás nos dan.

No hay que esperar que baje el Espíritu, porque, de algún modo, él está en nosotros desde siempre. Nuestro impulso vital, nuestro ser viviente, es lo que el Espíritu actualiza en nosotros. Es nuestro punto de enganche mutuo. Dios sopló sobre Adán y Jesús lo hizo sobre los discípulos. Dios colocó a Adán en un jardín y Jesús, creo yo, quiso decirnos: “Haced de este mundo un jardín. Perdonad o retened, según avance la construcción. Dejaos guiar por la paz y escuchad al Espíritu para crear según Dios. Cultivad cualquier don con vistas al crecimiento conjunto y no os cerréis a nada y a nadie. Hablad todas las lenguas; que nadie tenga que aprender la vuestra. Salid siempre al paso. Sed creativos. Sed osados. Sed”.


Pentecostés


Para Antonio y familia.


sábado, 15 de mayo de 2021

QUERIDA TEÓFILA. Ascensión del Señor

 16/05/2021

Querida Teófila. Ascensión del Señor

Hch 1, 1-11

Sal 46, 2-3. 6-9

Ef 1, 17-23

Mc 16, 15-20

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Querida Teófila: amiga de Dios, asamblea siempre dispuesta a dar un paso más, cuerpo mío llamado a acoger a todos. Me miro y te veo y me doy cuenta de que poco a poco vas dejando atrás esa obsesión que tuvieron algunos amigos míos por restaurar antiguos reinos; glorias caducas. No les hice mucho caso entonces y los confié a la guía del Espíritu como también ahora vuelvo a confiarte a ti. No es que no quiera prestarte atención, es que él te lo acabará de explicar todo de forma que puedas comprenderlo, si le dejas. Él sabe ponerse en los zapatos de todo el mundo y a partir de ahí empezar a construir. Ya está cerca. Pero tampoco te engolfes en la espera; deja de mirar hacia arriba, porque tal como me fui volveré. Es decir, en carne y hueso, en personas reales. Míralos. Están por todas partes.    

A todos ellos te los encomiendo, que es como acogerlos yo mismo, pero a través tuyo. Tan importante es tu papel y tan poca cuenta te das a veces… Transmíteles a todos lo mismo que yo te transmití. Desciende, hazte pequeña hasta caber en su corazón y sánalo. Cuéntales la buena noticia de que Dios es amor, no ley; que les quiere por encima de todo y que prefiere a quien no es preferido por nadie. Bautízales en mi nombre, en el del Padre y en el del Espíritu; en la verdad de los tres que amándonos amamos a toda la realidad. Sobre todo a ellos. Pero no conviertas el bautismo en una señal meritoria. Es un compromiso por la justicia; la expresión del deseo de participar en mi obra. Perdón, en nuestra obra. Tú y yo, querida Teófila, nos hemos unido en un solo cuerpo para prolongar la labor que inicié en mi vida terrestre: dar continuidad al amor creador del Padre que lo originó todo. Restañando la herida del mundo lo justificamos, lo ponemos todo en equilibrio. Y la herida del mundo son las múltiples heridas que tienen las creaturas que en él habitan.

Todas ellas participan de esta justicia según la medida de su propia naturaleza. Es el ser humano al que, por ser libre, se le pide que acepte expresamente, que se bautice, que renuncie al mal que sólo él puede cometer. Que sea justo y viva de acuerdo a esa justicia que respeta a todos y los reconoce como hermanos. En el fondo, también a él se le pide una ascensión. No para olvidarse del mundo, sino para vivirlo en plenitud. Para descubrirse a sí mismo en conexión con todos y con todo; para no olvidar a nadie, ni menos aún, dañarlo. Bautizarse es injertarse en mí. Recuérdalo: no sólo en ti. Todo aquel que vive según mi justicia y que la practica está ya en nosotros, pues si está en mi está también en ti. Así como lo definitivo de cualquier planta son sus frutos, a todos los que confían en mí y viven en mi justicia les acompañan señales. Y sin embargo muchas veces las ignoraste para fiarte más de otros ritos y promesas. Ya te he dicho que  es imposible ascender sin haber descendido antes. Olvídate de ti misma y comprende, por fin, que estoy donde tú me llevas y si no me llevas, no estoy. Que no tienes que esperarme, sino verterme sobre los demás. Porque igual que yo soy ya en ti, aunque a veces me busques desesperada, soy también ya en todos ellos pero no podrán reconocerse en mí si tú no eres el espejo en el que se miren. Del mismo modo, tampoco tú podrás reconocerte en mí mientras no sean ellos tu espejo. Para ascender se requiere ser consciente de la propia identidad profunda, percibir que en mi amor todos estáis unidos por encima de cualquier otra afiliación.   


Querida Teófila


sábado, 8 de mayo de 2021

SOBRE EL AMOR Y EL AMAR. Domingo VI Pascua.

09/05/2021

Sobre el amor y el amar.

Domingo VI de Pascua.

Hch 10, 25-26. 34-35. 44-48

Sal 97, 1-4

1 Jn 4, 7-10

Jn 15, 9-17

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El amor es don universal. Pedro es testigo de esto en casa de Cornelio. Sobre toda aquella gente, temerosa de Dios, él ve descender el Espíritu. Temerosos de Dios, según el judaísmo del siglo i, eran aquellos no judíos de nacimiento que se identificaban con la fe hebrea: reconocían a Dios y habían renunciado a los ídolos pero no habían completa aún su conversión y aunque es posible que no la completasen nunca y no observasen la Ley en su plenitud eran aceptados en la sinagoga. Ni  que decir tiene que los sectores más ortodoxos les consideraban judíos de segunda o tercera línea. Pues bien, estos creyentes “especiales” tuvieron su propio Pentecostés y Pedro comprendió que no podía negársele el bautismo a quien había recibido ya la confirmación (dicho en términos sacramentales del siglo xxi).

El Espíritu es el amor que constantemente circula entre el Padre y el Hijo. Dios es amor; ama sin cesar. Sería más correcto decir que Dios es amar. Y todo su ser consiste en eso, en amar. Nos amó y se nos dio a sí mismo en la persona del Hijo. Sin que nosotros tuviéramos mérito alguno. Tal como aquellos temerosos de Dios tampoco nosotros somos aún, según criterios religiosos, perfectos. Dios no ha esperado a que lo seamos para amarnos, para acercársenos. Nuestra perfección está en mantenernos en permanente construcción. Si aún seguimos pensando que todo depende de nuestros méritos es que no hemos entendido todavía en qué consiste el amor. El amor consiste en aceptar a cada uno como es y tener la osadía de pensar que podemos ayudarle a ser feliz sin exigirle que deje de ser él mismo: potenciando sus capacidades y compartiendo con él aquello que Dios mismo nos descubre. Porque no nos construimos hacia dentro, sino hacia fuera. Cuarentenear el don no es crecer. Es cavar un hoyo donde esconderse.

Jesús permanece en el amor del Padre y nos transmite eso que va descubriendo: Que no existe más que un único mandamiento viable. ¿Qué nos iba a pedir Dios más que le imitáramos? Pero ya no hablamos de una mímesis con aspiración de mejoramiento personal. Se desvaneció la ilusión de conquistar el cielo a golpe de bondades. La ética no consiste en ser bueno ni en cumplir mandamientos. Es evidente que quien de verdad ame a sus próximos no intentará engañarles, ni robarles, ni mediatizarlos, ni corromperlos, ni mucho menos, intentará matarlos, claro. Pero tampoco pondrá su atención en que la norma se cumpla por encima de todo porque lo decisivo es el amor y el amor sabe descifrar lo que cada uno esconde y enseñarle el modo de levantarse y continuar. El amor también sabe proteger y pedir respeto para todos, se cuida de que nadie vea pisoteados sus derechos y de que nadie sea víctima de nadie. Es combativo e inconformista; sabe exigir justicia, porque ese es su otro nombre. El amor que Dios espera de nosotros y que Jesús nos prescribe es aquel que abre los brazos para construir una realidad alternativa donde nadie se quede atrás y que revela a todos la salvación. Es el amor que termina con cualquier servidumbre porque hace de todos amigos que saben pedir unidos al Padre y acoger el don que él les da. Es amor que quiere ser amar; que no encuentra sentido más que en actuar, en permanecer unido a Dios; en amar como Dios ama. Amar nos hace humanos, no perfectos. Asequibles, no puros. Compañeros, no acólitos.


Sobre el amor y el amar


sábado, 1 de mayo de 2021

SIN TI NO TIENE SENTIDO. Domingo V Pascua.

02/05/2021

Sin ti no tiene sentido.

Domingo V Pascua.

Hch 9, 26-31

Sal 21, 26b-28. 30-32

1 Juan 3, 18-24

Jn 15,1-8

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Nos llama directamente la atención la experiencia de Pablo: ha encontrado al Señor en el camino. De alguna manera le ha reconocido y ya no es el perseguido, sino quien marca el camino. En sus correrías Pablo conoció de cerca a esos herejes sectarios y de algún modo fue comprendiendo que lo que ellos vivían se asemejaba mucho a la promesa que recuerda el salmo: “los desvalidos comerán hasta saciarse”; “los confines del orbe” se han vuelto hacia el Señor del que el nazareno habló durante toda su vida. Pablo veía como ante este Señor se postraban las naciones de la tierra y comprende que también él, como la ceniza de la tumba, se postrará reconociendo en el perseguido el cumplimiento de lo prometido por la Palabra. Son las obras de quien encontramos las que nos dicen quién es él. La vida de los hostigados le lleva de vuelta hacia el Dios que había dejado olvidado bajo capas de fervorosa intransigencia.

Lo que las obras prueban es la validez, o no, de la conciencia. La conciencia es inviolable, incluso la de esos que llamamos malos. Esto no es relativismo. Es la realidad. En esta vida se encarna la verdad, pero también es posible que la verdad resulte encubierta, amortiguada o ninguneada por otras verdades parciales, por conveniencias, por requerimientos que  tienen su peso y que tiran de nosotros en otras direcciones. Cuando sabemos dejar todo eso atrás el amor se impone sobre las palabras o las razones, encontramos la verdad y podemos tocar a Dios. Es el amor recibido el primero en percibirse; el que no tiene en cuenta ninguna obsesión persecutoria nuestra, sino que se vuelve siempre para abrazarnos y decirnos: “menos mal que ya te dejas alcanzar. Me tenías en un sin vivir”. Conciencia es el sitio donde reside Dios, donde Jesús se hace presente con toda su humanidad a flor de piel y nos hace caer en la cuenta de nuestra verdad más profunda.

Es en ese lugar donde la mutua permanencia y referencia dará fruto abundante antes o después. El fruto es alimento; es obra tendida al otro, al congénere, como yantar. Desde las ramas la fruta se ofrece con ánimo de colmar todas las hambres. El sarmiento comparte savia con la vid, sin reservarse nada. De la savia que le alimenta el sarmiento produce el racimo que brinda al caminante. Es expresión viva del amor que le sostiene y es obra que glorifica a Dios; que le reconoce en su obra y en el dinamismo que la anima, que la mantiene y la hace evolucionar, que permite al mismo Dios expresarse. Esto es creer en el nombre de Jesucristo; admitir que ese Jesús perseguido fue realmente el Cristo, que no sucumbió en el fracaso sino que reside allí donde puede hacernos vivir a todos: en la conciencia. Permanecer unidos a él es hacerse disponible para dar fruto a partir de aquello que él nos transmite; es querer derrumbar los muros para que todos puedan compartir la casa común que no podemos privatizar. Es reconocerle en el camino y descifrar su papel en nuestra vida y compartirlo: “Esto que me da también es para ti. Sin ti no tiene sentido”. Por eso plantaré con él un árbol para que sus frutos nos alimenten a los dos. Porque creo en él te comparto la savia que a él y a mí nos hace uno en la esperanza de poder compartir la que os une a vosotros. Porque cada uno encuentra al Señor en su propio camino, pero al compartirlo se hace Señor de todos. Es imposible la comunidad sin las unidades.


Sin ti no tiene sentido.