01/12/2019
La humanidad espiral
Domingo I Adviento
Is 2, 1-5
Sal 121, 1-9
Rm 13, 11-14
Mt 24, 37-44
Seguro que recordáis aquel antiguo modelo de los
cuadernillos de caligrafía que enlazaba círculos por su parte superior
construyendo una espiral que se deslizaba por la página conforme iba
progresando el ejercicio. Esa me parece una buena imagen para explicar el
discurrir del tiempo. Existen el modelo lineal y el circular. El lineal nos
habla de una sucesión ininterrumpida de momentos que caminan hacia un destino
final. El circular, de una realidad cíclica en la que todo vuelve a empezar eternamente
de forma que el final se transforma en un nuevo comienzo que nos llevará a
repetir lo mismo. Ambos modelos me han resultado siempre, perdonadme la
pedantería, insuficientes. El uno porque te sitúa en unas coordenadas que nunca
dependen de ti, no te queda otra que seguir corriendo, y el otro porque parece
reducir todo lo experimentado a la nada, siempre repitiendo curso… Este modelo
caligráfico, sin embargo, nos dice que cuando completas un círculo no vuelves a
comenzar de la nada; la traslación que se da al iniciar la nueva curva recoge
todo lo vivido impidiendo que el anterior se cierre sobre sí mismo y abriéndolo
a un futuro inédito: en gran medida igual, pero trazado en otro espacio, en
otras coordenadas y, por tanto, diferente.
Comenzamos hoy año litúrgico y volvemos al ciclo A.
Hemos completado una vuelta e iniciamos nueva singladura. Desde el comienzo,
emprendemos un camino de ascenso hacia la casa del Señor, que se adivina lejana
pero accesible y se dibuja ya la promesa final: de las espadas se forjarán
arados y de las lanzas podaderas. El gran sueño de la humanidad sigue siendo el
mismo, pero tenemos ya mucha experiencia vivida, dejémosla resonar y hagamos el
hueco suficiente en el alma para que se proyecte hacia el exterior. La paz
contigo. Ese es el deseo inicial, el saludo de las tradiciones monoteístas y de
aquellas otras que han descubierto la identidad única del mismo espíritu que
nos anima a todos. Así nos lo recuerda también el salmista. Pablo, por su
parte, nos dice que llega el momento de despertar. Está cerca el alba y se nos
convoca a dejar atrás la confusión de la noche para reconocer plenamente el
momento en el que vivimos, aquí y ahora. Y a nosotros en él, caminando en plena
luz según el propio Jesús, con la dignidad de quien es sincero y no engaña ni
esconde nada, con la seguridad que da vivir según aquello que crees y piensas,
con la honradez de quien muestra su vida a todos según la luz de Dios, con la
generosidad de quien se da a sí mismo según se recibe y reconoce en el torrente de amor que es el Espíritu.
De forma similar, Mateo afirma que llega el momento
de la llegada del Hijo del Hombre. El hombre perfecto y definitivo que está
luchando por aflorar en cada uno de nosotros. Nuestros primeros hermanos
vivieron esperando el regreso de Jesús, pero ese acontecimiento se va dilatando
tanto como el cumplimiento de la promesa mesiánica a Israel. Sin negar ninguna
de los dos, ambos pueden confluir ya en el surgimiento de una conciencia nueva
en cada hombre y mujer de este siglo, de este nuevo año. En unos será así, en
otros todavía no. Abrámonos a la acción de Dios, como Jesús mismo se abrió; dejemos
atrás la noche para abrazar la luz… Estemos en vela, porque en cualquier
momento puede eclosionar en nosotros esa nueva humanidad.
La humanidad espiral |