viernes, 31 de diciembre de 2021

AÑO NUEVO. De tal madre, tal hijo

01/01/22

De tal madre, tal hijo

Nm 6, 22-27

Sal 66

Gál 4, 4-7

Lc 2, 16-21

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Al octavo día de haber nacido los judíos circuncidaban, y siguen circuncidando hoy, a sus hijos varones y les ponían nombre. Hoy es el día. Este niño se va a llamar Jesús, que es un nombre derivado de Josué. Jesús, y también Josué, significan “salvador”, aunque algunos señalan que puede traducirse también por “salvado”, lo cual nos trae el recuerdo de Moisés, el gran libertador. Así que entre salvador y salvado estamos y podríamos decir que el salvador fue primero salvado. No es de extrañar si asumimos la doctrina tradicional que afirma que este niño es, a la vez, Dios y hombre. Jesús es Dios que no es. Según la tradición cristiana, Dios renunció a ser Dios para hacerse hombre. Dios sigue estando pues el ejercicio de su voluntad no anula su ser, al contrario, pero permanece no siendo Dios, sino siendo hombre que va creciendo y madurando y que finalmente alcanzará la plenitud humana. En esa plenitud será tan perfectamente hombre como sólo Dios, el que está sin estar, podría serlo. Será, así, in-manu-El, con-nosotros-Dios: Emmanuel, Dios con nosotros.

Jesús es la materialización de la antigua bendición que leemos en el libro de los Números. En Jesús Dios nos ha mostrado su rostro y con él nos trae su favor y su Paz. Los pueblos y las naciones de la tierra pueden cantar de alegría. Tímidamente aún pues la justicia de Dios no rige aún en todos los rincones, pero en la humanidad de Jesús está la llave para que todas las latitudes y culturas puedan reconocer en su propio seno la presencia de Dios. Es la esencia de la humanidad la que celebramos hoy porque en ella se encuentra el motivo fundamental de nuestra alegría: todos somos hijos de Dios y, por eso, Él nos da el Espíritu de Jesús capaz de clamar: “Abba”. Ya lo hemos dicho alguna vez: en lo común a todos los seres humanos se encuentra el principio de comunión con Dios mismo. Y esa comunión pasa por la justicia que tantos exigen todavía, tal como María la reclamaba también.

María, la otra gran figura del día de hoy, es madre del Dios que decide no ser. Es madre de Jesús, lo educa de forma que pueda ponerse en disposición de buscar al Padre por encima de todo, superando, por un lado, la crisis adolescente y, por otro, la mordaza legalista en la que las clases dirigentes habían convertido la ley de Moisés. Solo lo primero es ya un reto para cualquier madre y si no que lo diga cualquiera de las presentes y lo segundo tuvo que ser una contante lucha entre la religiosidad de aquella sencilla aldeana con el corazón desbordado de amor de Dios por los más pequeños frente a la fastuosidad de la religión oficial, con su Templo, sus sacrificios, inciensos y libaciones. Que el corazón de Jesús se inclinase finalmente por esa justicia divina de la que hablaba su madre no fue algo casual. Por eso me gusta tanto la forma que tiene el Corán de llamar a Jesús: Isa ibn Miriam, Jesús, hijo de María. No podemos negar el proceso de crecimiento personal de Jesús, que aparece con claridad en los evangelios, pero sin María, Jesús no habría sido el mismo. Jesús fue, como se ve, un ser humano plenamente normal que saliendo de su ecosistema familiar se enfrentó al mundo de su época y supo que su madre tenía algo más de razón que todos los demás. Ese algo más le puso en la pista para descubrir en su interior al Dios silencioso… Luego la propia María tuvo que ajustarse y “convertirse” a la fe de su hijo. Pero en la base de todo ya estaba ella. De tal madre tal hijo. 

 

De tal madre, tal hijo.

 

 

 

sábado, 25 de diciembre de 2021

SAGRADA FAMILIA.

26/12/2021

Sagrada Familia.

Eclo 3, 2-6. 12-14

Sal 127, 1-5

Col 3, 12-21

Lc 2, 41-52

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Me he despertado hoy sin poder librarme de ese estribillo que dice: “Mirando al mar soñé que estabas junto a mí…” Nunca he sabido como sigue, ni nada más del resto de la letra así que la he buscado pero no me ha dicho mucho. Por eso la dejo ir sin más y me quedo con el fragmento que me ha salido al paso esta mañana. Y es que la inmensidad del mar siempre me ha estremecido y hecho pensar en la infinitud de Dios. Y, convencido como estoy de su presencia en mí,  se me hace evidente que esa misma esencia se encuentra también junto a mí en todos aquellos que somos familia, aunque no lo advirtamos o no lo pensemos así. La fiesta de hoy está tradicionalmente dedicada a la familia. La familia es una realidad humana y su manifestación es tan inmensa y tan variada como pueblos y familias hay y me parece estéril discutir sobre lo que es y lo que no es familia. Que ¿qué hace falta para ser familia? Quererse. Los que tenemos la suerte de pertenecer a una familia grande y bien avenida sabemos la suerte que eso es y todo lo que nos aportamos unos a otros. No hay discusión sobre ese punto. Por eso me gustaría, tal como permite siempre la inmensidad del mar, ir un poquito más allá y recalar en el sentido más amplio de familia; liberarla del enclaustramiento al que la sometemos muchas veces.

Las lecturas de hoy nos hablan del respeto a los padres, a los que han venido antes que nosotros y nos pasan ahora el testigo; nos dice también que las bendiciones que se derramarán sobre quienes sigan los caminos del Señor tomarán esa forma de convivencia feliz con los demás; nos muestra, además, una clave ética fundamental: amaos, someteos y respetaos unos a otros y perdonaos como Dios os ha perdonado ya y, finalmente, el evangelio pone la guinda presentándonos a Jesús como aquél que siempre está pendiente de las cosas de su Padre, que nos lleva un poco más allá, que nos empuja a trascender cualquier frontera para seguir ese camino del que habla el salmista. Sin embargo, una vez hayamos superado esas bordas es importante respetar a los padres, es decir, mantener la raíz sin avergonzarse de ella y es importante comportarse éticamente según hemos visto: acoger, respetar, amar…

Hacer del mundo una familia, ese es el objetivo. Nuestras familias actuales no tienen sentido si se quedan encerradas en sí mismas sin ser capaces de abrirse a los demás y crecer con ellos. Tendremos que reconocer que hemos hecho de nuestra idea de familia la única posible y que eso no ha cerrado la puerta para comprender otras muchas relaciones. Todo está transformándose a nuestro alrededor y ya no es solo que este empecinamiento no nos deje comprender la transformación, sino que impide que muchos otros encuentren su sitio junto a nosotros; un sitio que les está reservado directamente por el Padre. Preocuparse por sus cosas no es mantener la pureza de nuestra costumbre sino esforzarnos en ser creativos para integrar en ella a todos los que de lo contrario, tendrán que pasar de largo defraudados por nuestra cerrazón. El ambiente navideño nos proporciona la imagen de la familia formada por María, José y Jesús instalada en la periferia de una aldea donde sus familiares no fueron capaces de hacerles un hueco; un punto que siempre me ha sorprendido. No seamos nosotros como esos parientes y esforcémonos en encontrar acomodo para todos; en tratar como familia a todos y en aceptar que no sólo nuestro modelo y nuestra verdad son los únicos válidos. 

 

Sagrada Familia

 

Para mi familia y para la tuya

 

viernes, 24 de diciembre de 2021

NAVIDAD.

 25/12/2021

Navidad

Is 52, 7-10

Sal 97, 1-6

Heb 1, 1-6

Jn 1, 1-18

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Puedes hacer con tu mascarilla un portal o una cuna. En cualquiera de las dos opciones no cambia la verdad fundamental: “Me haré presente allí donde estés”. La cuestión es que queramos aceptarlo en nuestra mascarilla, en nuestras circunstancias, por malas que sean. Especialmente en las malas, porque en estas, muchas veces, nos perdemos en la queja, incapaces de ver nada más allá de lo malo, de la desgracia, que duele y que fastidia de verdad, pero que no le es ajena al buen Dios porque él está siempre aquí, con nosotros. Y no solo acompañando sino compartiendo todo eso malo y negativo. También allí nace Dios; no sólo en la balsámica paz de las felicitaciones y los videos de whatsapp. Se ha hecho hombre, no super-hombre. Se ha hecho un ser humano normal y corriente, de los más corrientes, de esos pobretones sin voz pero con voto a los que muy pocos hacen caso fuera del tiempo electoral. Sabe de dolores y de mascarillas y de mucho más porque es uno como nosotros; porque se hace carne, manos que comparten, brazos que acogen; pies que recorren el mundo y garganta que canta a coro la buena noticia: Dios te ama.

Jesús es la palabra definitiva porque se pronuncia desde la humanidad. Dios habla desde el hombre siendo hombre él mismo. Así, directamente, sin necesidad de traductores, se hace entender. La humanidad, en lo que tiene de más esencial y universal es palabra de Dios, Verbo hecho carne. Dios está ahí dentro, esperando que le dejemos salir para encontrarse con los demás y nuestras circunstancias no son obstáculo. Son, al contrario, las condiciones que posibilitan y matizan ese encuentro: cuna o portal. Cada uno podemos dibujar lo que más se nos ajuste o lo que más necesario veamos… o podemos pintar otras realidades: pared que proteja, bolsa que recoja, paracaídas que sustente, manta que arrope… Y no sólo pintar; podemos encarnar realmente ese cuidado del Padre por cada uno de sus hijos; podemos ser palabra creadora que haga surgir lo nuevo donde ya nadie veía nada más que una mascarilla: dolor y limitación. Todo se transforma por la intervención de esa palabra que suscita vida allí donde se siembra.

Toda la excepcionalidad que proclama Juan en el prólogo que hoy leemos se sustenta en esa línea que dice: “se hizo carne”. Nada más excepcional que la plenitud de lo ordinario. Ser carne, de varón o de mujer, es la condición a partir de la que Jesús construye todo su testimonio; es el lenguaje con el que el Verbo expresa su gramática más radical. Una palabra descarnada sería un grito vacío; un alarido. Hacerse carne es asumir todo lo humano y potenciarlo para dar a luz lo oculto, lo insospechado, lo que realmente puede transfigurar este mundo que tanto hemos estropeado. Navidad es la celebración del hacerse carne de Dios y la llamada a cada uno para dar a luz la plenitud de su propia carne. “Que Dios nazca en el interior de cada uno” es la famosa petición del Maestro Eckhart y es también la de Dios “Déjame nacer en ti; hacerme presente en ti porque desde ti puedo comunicarme con todos los demás”. Dios se hará presente allí donde estés, también y sobre todo en los peores momentos para que ni siquiera en esos trances te cierres a los demás y para que, incluso entonces, puedas ser palabra para todos. 

 

Navidad

 

sábado, 18 de diciembre de 2021

VA LLEGANDO LO NUEVO. Domingo IV Adviento

19/12/2021

Va llegando lo nuevo.

Domingo IV Adviento.

Miq 5, 1-4

Sal 79, 2ac. 3c. 15-16. 18-19

Heb 10, 5-10

Lc 1, 39-45

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El pequeño Juan se alborotó en el seno de su madre. Es una imagen clásica en el Antiguo Testamento que la mujer estéril sea capaz de engendrar vida porque Dios transforme lo que hasta entonces había sido la tónica general. Dejemos de lado la cuestión acerca de la ignorancia de los antiguos sobre la naturaleza humana y los mecanismos de la generación y centrémonos en el significado que querían transmitirnos: Dios siempre suscita algo nuevo, el reto para nosotros está en percibirlo, en reconocerlo y aceptarlo, tal como hizo Isabel. María dio un paso más que su pariente y “se levantó” y salió para encontrarse con ella. También nosotros deberíamos levantarnos para salir al encuentro de los demás. Porque en todos los demás habita también Dios. Todos estamos preñados y gemimos por dar a luz en lo cotidiano, en lo más ordinario.  El Dios que nos habita se reconoce a sí mismo en todos los demás con quienes nos encontramos cada día. Darlo a luz es dejarlo salir de nosotros para que la unidad se produzca.

No es casual que el autor de la carta a los Hebreos insista tanto en colocar el cuerpo de Cristo por encima de la Ley. Lo fundamental es que él viene, según las antiguas profecías, las de Miqueas y tantos otros, para cumplir la voluntad de Dios. Y esa voluntad no pasa por la Ley, pasa por la unidad entre todo el género humano; por poner nuestra mundanidad al servicio del encuentro con todos los demás, porque en ese encuentro es donde Dios nace. Jesús el Cristo es aquel que pudo rezar conscientemente y hacer realidad en su vida las palabras del salmista. Buscando la unidad del pueblo se dirigió sinceramente a Dios y aceptó buscar la perfección de su humanidad; transformó todo lo que en ella podía haber de reserva o de particularidad para asemejarse en todo a Dios que se hace presente en la vida de todos, sin dejar atrás a  quienes otros tienen por residuales.

Nos vamos acercando a la Navidad. Lo cíclico de nuestros calendarios y de nuestros esquemas litúrgicos nos juega a veces malas pasadas. Una de ellas es vivir esperando lo ya sabido; demasiado pendientes del recuerdo. Con ello se cercena una dimensión importante de la profecía: su estar permanentemente abierta al futuro. Quien cumple la voluntad de Dios expone ante los hombres de su tiempo la voluntad divina y propone así un nuevo futuro que pasa por la denuncia de todo aquello que se opone a esa voluntad. Quien verdaderamente permite nacer al Dios que habita en él se muestra a sí mismo como un Dios humano que inaugura una nueva forma de vivir y relacionarse que supera cualquier injusticia y estrena un mundo nuevo. La tradición de la Iglesia ha subrayado el sentimiento de expectación con que se viven estos últimos días del Adviento. Y la expectación tiene junto a la excitación por la espera un componente de intriga que nos mantiene en vilo. ¿Qué sería de la humanidad si todos los niños naciesen iguales? ¿Qué sería de nosotros si cada Navidad fuese igual a la anterior? Dios es siempre nuevo y desbordante. Volver a casa no es retornar a lo mismo, sino descubrir lo nuevo y encontrar nuevas formas de celebrarlo y hacerlo vivo entre todos. 

 

Va llegando lo nuevo

 

 

sábado, 11 de diciembre de 2021

LA ALEGRÍA. Domingo III Adviento

12/12/21

Alegría

Domingo III Adviento

So 3, 14-18a

Is 12, 2-3. 4bed. 5-6

Flp 4, 4-7

Lc 3, 10-18

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Sofonías nos recuerda hoy eso que siempre olvidamos: primero, que no queda ya sitio para el temor porque nuestra sentencia ha sido revocada y, segundo, que Dios vive en medio de nosotros. En realidad, somos grandes ateos cuando miramos al Dios de la vida; nos gusta más ese otro dios que vive permanentemente airado y pendiente de todo. Al Dios de Sofonías lo tenemos en un pedestal, pero no le ponemos fácil que pueda bajar de ahí. Será por eso que nos cuesta lo de gritar jubilosos como nos propone hoy Isaías. Todas las hazañas que esperamos que Dios realice van mediatizadas por el convencimiento de que debemos merecerlo. A Juan le preguntaba la gente qué tenía que hacer porque también ellos pensaban que algo habría que hacer… no se lo iban a dar de balde. Y Juan que, ciertamente, proponía un cambio radical y hablaba de conversión, colocaba a la gente en la pista de lo cotidiano; los volvía hacia sí mismos para que encontraran en su propia historia aquello que ofrecer a los demás. Convertía lo habitual en heroico sólo con dotarlo de una perspectiva que lo alejase de ese extrañamiento que pretende agradar a Dios expropiando el cariño y el cuidado a los demás para convertirlo en  devoción a un ser lejano pero atento a los más mínimos detalles. Lo que Juan nos dice es que lo único necesario es estar pendiente de los demás compartiendo lo que se tiene y sin aprovecharse de nuestra situación, renunciando a obtener beneficios a costa de los otros. Ese es el bautismo con agua que Juan propone y anuncia que después vendrá quien bautice con Espíritu y fuego.

Mientras ese alguien llega vamos viviendo con la misma mentalidad con la que creemos en nuestros dioses, es decir: nada es gratis. Y es que sin creer ni confiar en la gratuidad del amor de Dios tampoco hacemos otra cosa que vivir nuestra cotidianidad como todos los demás: calculando y buscando beneficios. Por el contrario, Pablo nos insiste en la alegría como señal distintiva. ¿Cómo no estar alegre estando ya con quien es, en sí mismo, Buena Noticia? La paz de Dios es la que quien se da personalmente en cada gesto. Y en ese darse se realiza, es verdaderamente fiel a su profundidad última y hace arder todo aquello que lo distancia de sí y de los demás. El bautismo de Jesús clausura cualquier cerrazón y elimina todo aquello que nos aísla en nuestras búsquedas de seguridades. La alegría es pasar de preguntar ¿qué hay de lo mío? a preguntar ¿en qué puedo ayudarte? Y esto vale para nuestra relación con todos los demás y para nuestra relación con el mismo Dios; con ese  que se nos va dando poco a poco, a sorbitos cada día, pero sin reservarse nada, con toda su intensidad y amor desbordantes. El bautismo de Jesús, que aún no es nombrado en el evangelio de hoy, es de fuego porque en él dejamos arder nuestros egoísmos y es con Espíritu Santo porque nos dejamos hacer soporte, defensa, empuje, brisa y oración para todos los que nos rodean. Mientras, el gran esperado anónimo se nos presenta en cualquier rostro, en cualquier esquina, en cualquier día gris de oficina, taller o clínica. La alegría surge del reconocimiento de estar ya perdonados y salvados, hermanados con todos y habitados por él en esa comunidad definitiva; con él que está ya pero sigue llegando siempre. 

 

La alegría