01/10/2023
Comunidad.
Domingo XXVI T.O.
Ez 18, 25-28
Sal 24, 4bc-5. 6-7. 8-9
Flp 2, 1-11
Mt 21, 28-32
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Encontramos
hoy una importante novedad. Mateo afirma que es el hermano mayor quien comienza
desobedeciendo pero termina haciendo caso al padre, mientras que el menor
defrauda totalmente las expectativas puestas en él. En la tradición bíblica era
una constante que el hijo menor fuese preferido sobre el mayor y terminase
heredando del padre la vocación y el favor de Dios. Así ocurrió, por ejemplo,
en las historias patriarcales. El propio Jesús habla siempre a favor de los
pequeños. Excepto aquí. Aquí, el hermano pequeño hace presentes a quienes se
creen preferidos. La imagen bíblica nos sirve para poner cara a quienes piensan
estar más cerca de Dios por cualquier causa; se identifican con los hijos
pequeños porque son cumplidores y guardan las formas. Sin embargo, ese afán
cumplidor les aleja del verdadero mandato: “Ve a la viña, sal de casa, deja la
comodidad de lo conocido; hay mucho que hacer allí afuera”. El hijo mayor no
guarda las formas y es posible que su práctica cotidiana se encuentre muy
alejada de lo que el padre quisiera para él, pero a la hora de la verdad le
cuesta menos ponerse en camino. Su desapego de lo correcto le facilita alejarse
de lo ya trillado para llegar a la viña. Son imagen de quienes públicamente
incumplen la Ley y se colocan al margen de la corrección política. Pero estando
allí abren el oído a las palabras del padre y se vuelven hacia los demás.
Publicanos y prostitutas eran notorios pecadores y su destino estaba claro para
todos. Jesús, en cambio, los coloca por delante de los demás.
Pablo recuerda
que estamos unidos en un mismo Espíritu y que nuestra vida debería ser, como
fue la de Cristo Jesús, compasiva para con todos. Él renunció a presentarse
exigiendo derechos que esos hijos que se creen pequeños y favoritos le hubiesen
reconocido con gusto. Se acercó a todos y a todos les dijo lo mismo. Ese Espíritu
que nos une nos movilizará, si le dejamos, para inaugurar una nueva forma de relación
entre todos: la compasión; la unión en un mismo amor y sentir. Si de alguno
pensamos que es malvado confiemos en que puede siempre, como dice Ezequiel, volverse
hacia el Señor, practicar el derecho y la justicia y vivir. Ya no existe el
mérito sino la acogida. La comunidad es el lugar donde el milagro es posible
porque en su seno se viven las relaciones capaces de confrontar a cada uno
consigo mismo y hacerle ver su realidad. La comunidad nos hace humildes, realistas,
pero no nos juzga ni condena; nos ayuda a ser en plenitud lo que somos y aún no
conocemos. El padre de la parábola envía a sus hijos de uno en uno, porque las opciones
son siempre personales, pero Jesús enviaba siempre en grupo, en pareja como
mínimo, en comunidad. Comunidad de personas humildes, realistas y amorosas que
saben rezar juntas el salmo de hoy pensando en cada una de ellas a la vez que
pidiendo por todos con quienes se encuentren en el camino. En esa comunidad la
primera faena no es alabar al Señor sino posibilitar que cada miembro pueda
sanar de sus dolores y descubrir sus errores y superarlos para ir acercándose
cada vez más al verdadero hijo menor que lleva dentro. La alabanza que surja de
esa transformación es la auténtica alabanza. El trasvase de ese clima al
exterior y la acogida de quienes van llegando es la labor que se le encarga a
la comunidad y en esa labor se transforma a sí misma y a todo lo demás para hacer
cada vez más presente al Reino de Dios.
Comunidad (Centro de acogida de menores "EL Verdader" - Valencia) |