31/08/2025 – Domingo XXII T.O.
La fiesta de los humildes
Si 3, 17-18. 20. 28-29
Sal 67, 4-5ª. c-7ab. 10-11
Heb 12, 18-19. 22-24a
Lc 14, 1. 7-14
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Los mejores momentos de la vida solemos asociarlos con banquetes. Somos creaturas celebrativas. Pero también somos pretenciosos y nos gusta que nuestros festejos sean los mejores. Nuestro concepto de fiesta es la desmesura. No es algo nuevo. En los tiempos bíblicos ya era así y entonces, además, la cultura mediterránea todavía exigía que esa ostentación se llevara a cabo de forma honorable. Por eso, en primer lugar, los puestos de los invitados a los festines tenían su jerarquía y, en segundo lugar, la imagen personal tenía que cuidarse con esmero pues afectaba a la familiar. Esta proyección debía ser irreprochable, pero también tenía que ser agresiva. En cuatro palabras: había que venderse bien. Y según lo bien que cada uno se vendiera así de cerca, o de lejos, le sentaban de los sitios más honorables. Lo que el mensaje bíblico viene a decirnos hoy es que celebremos de un modo distinto; que no gastemos tanto esfuerzo en planificar una fiesta deslumbrante, sino que vivamos la vida como una fiesta. Motivos para celebrar va a haberlos siempre. A veces nos cuesta entenderlo así, pero haberlos, haylos
¿Cuáles son las razones que nos llevan a la fiesta? Según el Sirácida, aquellos que Dios revela a los mansos. A nadie se le escapará la correspondencia de esta sentencia con el célebre grito de júbilo de Jesús que alaba a Dios por poner lo verdaderamente importante al alcance de los niños. A los sencillos o a los pobres, dicen otras traducciones. Esto casa perfectamente con el consejo de Jesús que Lucas nos transmite hoy: convida a comer a los pobres, lisiados, cojos y ciegos. Es la curación de éstos lo que, según Isaías y el mismo Lucas, certifica la mesianidad de Jesús. Su unción es diferente a la esperada. Se acerca a los que nadie sentaría en su mesa. La celebración que él propone está en sintonía con el corazón de Dios. Contrariamente a los usos de este mundo, se vende a sí mismo como sanador de quien nadie quiere tener cerca. El suyo es un mundo nuevo y diferente. Tal como se les recuerda a los hebreos, ha pasado ya el tiempo de acongojarse ante la aterradora espectacularidad del trueno y el fuego. Es tiempo de comenzar a celebrar con la asamblea de los primogénitos. Ahí, junto a los célebres patriarcas del pasado se encuentran también los justos. Son los que han comprendido las preferencias de Dios y las han puesto en práctica. Y con todos ellos, Jesús como mediador definitivo.
El salmista glosa la obra de Dios. A la luz de las palabras y la vida de Jesús comprendemos que esa obra no es una acción solitaria. Dios actúa, pero a través de los justos; los que adoptan su misma perspectiva y encuentran que la verdadera fiesta es la que celebra la liberación de cualquier atadura y ese festejo tiene poco que ver con los miramientos acostumbrados, que son dejados de lado, sino que, por el contrario, congrega a quienes se sienten protagonistas de esa emancipación. En este proceso descubren también su propia limitación y eso les hace humildes, pero no sumisos ni apocados. Se hacen conscientes de su historia superando cualquier vergüenza porque ven claro que el pasado, lejos de definirles, les hace más cercanos a todos los demás. La humildad es ponerse en manos de Dios para realizar con él lo que él realizó en ti por medio de otros y así: empoderar, poner en pie y devolver la vista. Es crecimiento personal, pero es también edificación del reino de Dios.
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Joey Velasco, Hapag ng Pag-asa (La mesa de la esperanza) |
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Joey Velasco, Hapag ng Pag-ibig (La mesa del amor) |
Para Mª. Luz, que tantas veces puso el mantel para tantos...