sábado, 28 de noviembre de 2020

VIVIR EL AHORA. Domingo I Adviento.

 29/11/2020

Vivir el ahora

Domingo I Adviento

Is 63, 16b-17. 19b; 64, 2b-7

Sal 79, 2ac. 3b. 15-16. 18-19

1 Cor 1, 3-9

Mc 13, 33-37

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Iniciamos un nuevo año estrenando un novel adviento. Volvemos a estar de espera porque nuevamente él está viniendo hacia nosotros. En el fondo esta venida es permanente pues nunca deja de venir; está viniendo siempre. No termina nunca de llegar porque su ser nos es inabarcable. Comenzó a venir hace ya tiempo, desde siempre, y nunca ha dejado de hacerlo. Está ya en nosotros y reconocer en nuestro corazón una pequeña porción habitada por él es ya mucho aunque cuanto más presente le sentimos más lejano nos parece. Pero la buena noticia es que ya lo tenemos aquí; nunca nos deja. A nuestra mentalidad procesadora le va bien dividirlo todo en momentos, etapas y periodos, pero que eso no nos distraiga de lo central: él nunca nos deja.  

Sin embargo, este adviento se anuncia distinto porque se prevé una Navidad extraña. Sin embargo, deberíamos esforzarnos en que lo venidero no nos distraiga del momento presente, como siempre termina por pasarnos. Eso nuevo está asfixiantemente lastrado por el inapelable peso de la situación, por las ausencias que está creando y las distancias que nos impone. Así nos ocurre ahora en este primer mundo que muy pocas veces se había sentido tan conmocionado. Pero en otras partes de este globo maravilloso esta tragedia nuestra de hoy es lo habitual desde hace mucho tiempo; esto y mucho más. Nosotros clamamos desconsolados como el buen Isaías: “rasga el cielo” y hazte presente a ver si arreglas esto. Pero caigamos en la cuenta que él, después, reconoce que el problema es la segregación que ejercemos entre nosotros y entre nosotros y Dios mismo. Y termina recordando que somos obra de sus manos dando así paso al salmista para que le pida que no nos deje solos.

Pablo escribe a los corintios recordándoles todo lo bueno que Dios hizo en ellos cuando le abrieron la puerta a Jesús y su buena noticia. Sólo cabe la gratitud porque toda nuestra vida es un don sobreabundante que nos construye como personas nuevas, capaces de darle la vuelta al mundo y a nuestra propia vida. Tan sólo se requiere velar, estar atento, no dejarse avasallar por lo que viene. Lo contrario es vivir en el permanente sueño de una realidad que se nos da estructurada según valores que secretamente privilegian a unos pocos y olvidan a la mayoría, que envenenan la naturaleza y crean la ilusión de un mundo perfecto. Anclarse en el presente y vivirlo según Dios mismo nos lo vaya regalando es la única forma de pasar por el estrechamiento del reloj de arena y superar cualquier dolor para renacer a una insospechada amplitud. Sin embargo, puede ser cruel considerar que todo es regalo o voluntad de Dios. Él está siempre aquí, sin dejarnos nunca de la mano, justo en el espacio de un abrazo. Compartiendo todo lo que vivimos, pero no originándolo todo directamente. Nosotros quisiéramos saber el día y la hora y también conocer los motivos de cuanto ocurre. Pero las cosas, simplemente, ocurren y no siempre es sencillo seguir el hilo de los acontecimientos y mucho más difícil aún es encontrarles siempre un sentido lógico. Tal vez no todo lo tenga o no esté a nuestro alcance. Nuestra única seguridad es que en la vivencia atenta del momento podremos sentir ese abrazo de Dios que la mayor parte de las veces también se pregunta el por qué y espera que reaccionemos para evitar todo aquello que pueda evitarse. 

 

Vivir el ahora

 

Para Valle, familia y amigos

 

sábado, 21 de noviembre de 2020

EL REY QUE CAMINA CON SU PUEBLO. Domingo XXXIV Ordinario.

22/11/2020

El rey que camina con su pueblo.

Domingo XXXIV T.O.

Ez 34, 11-12. 15-17

Sal 22, 1-3. 5-6

1 Cor 15, 20-26. 28

Mt 25, 31-46

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Una característica esencial de la monarquía es que sólo puede existir un soberano, un mon-arca (un solo jefe). Es lo suyo. Si Cristo es el rey del universo no es posible que exista ninguno más; ni siquiera yo. Estamos siempre tentados de ocupar un trono que no es nuestro. El castellano nos permite poner en relación al rey con lo real. Este rey, sólo éste, nos muestra cual es la realidad. Él es el desvelamiento de lo definitivo, el criterio mismo de Dios. Durante toda la Biblia este criterio ha sido siempre no dejar atrás a los últimos. Para explicitar esto se hizo hombre el propio Dios; para dejar claro que ningún ser humano le es ajeno pues comparte con todos aquello que a todos nos hace humanos. Y al hacerse hombre comparte también con todos, al menos, una chispa de divinidad. Es esa chispa el enlace directo que tenemos con Dios. A través de ella él se comunica con nosotros y gracias a ella nos es posible comunicarnos con él a través de los demás. Así visto, todos somos vicarios de Cristo y de forma especial quienes van quedando al margen de la normalidad social. Esto lo creían ya los cristianos de los primeros tiempos. Y en esta convicción basaban su apuesta decidida por imitar en todo el comportamiento de Jesús que estuvo siempre al lado de los apartados. Esta actitud es una respuesta clara y decisiva a la vocación personal que Dios dirige a cada uno a través de esa chispa divina que le habita y es también vínculo de unidad entre todos.

Esta forma de vida es colaboración explícita con Dios en su obra de creación. Dios está creando continuamente al mundo, lo sostiene en sí mismo y cualquier imperfección que en él se dé puede ser subsanada por nosotros que vivimos inmersos en sus coordenadas. Todo lo que, sin embargo, quede sin reparación lo redimirá él finalmente. En eso consiste su omnipotencia: en que ni el mal ni la muerte tendrán finalmente la última palabra porque él es, en primer lugar, el rey real que sale en persona a buscar a cada una de sus ovejas para atenderlas íntimamente y, en segundo lugar, es aquél que ha vencido a la muerte y nos llama a todos a la vida. Aquello que nosotros no consigamos salvar queda en manos de Dios, pero nada ni nadie se pierde. Las lecturas de hoy nos colocan en el contexto del año litúrgico que termina. Al final de los tiempos será Cristo quien presente a Dios un mundo transfigurado para que él pueda serlo todo en todos. Pero esa transfiguración está siendo ya obra de todos.

Refiriéndose a esta parábola del juicio final, Anthony de Mello decía que nadie es por completo bueno o malo, oveja o cabrito. Creo que está bien recordar esta ambivalencia nuestra, porque todos somos seres en desarrollo, en crecimiento; no estamos nunca terminados. Vivimos en un continuo proceso en el que estamos invitados a vivir la experiencia del salmista mientras celebramos la vida que entregamos y recibimos de los demás. Estamos inmersos en un proceso de construcción mutua que llamamos amor. Nuestra constante tentación es detenernos en ese trayecto y coronarnos como reyes de nuestro mundo; desoír nuestra vocación primera e intentar saciar nuestra sed esencial en cualquier charca renunciando a encontrar el manantial original. Cristo es el mon-arca, el único Señor y no nos deja nunca. Necesita, eso sí, nuestra voluntad de querer caminar con él, con este rey que camina con su pueblo como uno más.   

 

El rey que camina con su pueblo


 

 

sábado, 14 de noviembre de 2020

EL TESORO QUE SOMOS. Domingo XXXIII Ordinario.

15/11/2020

El tesoro que somos.

Domingo XXXIII T.O.

Prv 31, 10-13. 19-20. 30-31

Sal 127,1-5

1 Tes 5, 1-6

Mt 25, 14-30

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Existen, según la parábola, dos maneras diferentes de recibir un regalo: con ilusión por las puertas que nos abre o con miedo por perderlo. El regalo que el Señor nos hace no se mide en cantidades sino en implicaciones. Cualquier don suyo es desproporcionado. El talento era una medida de peso que se obtenía al llenar un ánfora de agua. El peso de esa masa de agua en plata era el valor de la moneda que correspondía a diferentes cantidades según la época y el lugar. En la palestina que conoció Jesús su valor aproximado era de unos 26 kg; el salario de 16 años de un trabajador manual. Para cualquier campesino de la época era una auténtica fortuna. Y los cinco talentos del primer siervo eran ya una exageración. Tal como Dios mismo: una exageración de amor y de dones derramándose sobre cada uno. Pero la cuestión no está en que unos reciban más y otros menos, sino en que todos reciben lo que nunca hubieran podido imaginar. Pero no materialmente. Es en el interior donde se encuentra la principal fortuna de cada persona. Así nos lo aclara la primera lectura. Nos puede resultar chocante hoy en día, pero la alabanza de la mujer que no se pronuncia sobre su aspecto físico sino que valora sus cualidades y su capacidad para trabajar y estar atenta a todos sin olvidar a nadie supone, incluso en muchos ambientes actuales, una revolución.

Todos, hombres y mujeres, somos un tesoro. Cada uno diferente de los demás, pero todos valiosos. Y sin embargo hay quienes se contemplan a sí mismos con miedo y pretenden conservar este regalo intacto, almacenándolo todo en una infalibilidad improductiva. Viven en una noche en la que les sobrevendrá de improviso la ruina mientras ellos piensan estar viviendo en la paz y la seguridad. Reservan todo cuanto les ha sido confiado en la esperanza de preservarse también a sí mismos porque saben que su Señor siega donde no siembra y recoge donde no esparce pero no se sienten capaces de ser ellos los que siembren y esparzan pues piensan que sería una traición al tesoro que custodian pero no viven. Allí donde no pudo llegar él nos envía a nosotros y de la forma en que no alcanzó a llegar espera que lleguemos nosotros. Espera que seamos parecidos a como él era: arrojados, innovadores, creativos y confiados, que él concluirá lo que empecemos; que aceptemos nuestra vocación de hijos de la luz y del día y estemos vigilantes y despejados; espera de nosotros una fidelidad activa capaz de cambiar el mundo, como lo cambia nuestra incomprendida amiga de los Proverbios.

En esta acción amorosa el mundo se va transfigurando y se acerca cada vez más al corazón de Dios. Y nosotros también. Dedicarse a esta tarea de negociar con los talentos e ir poco a poco sumando amigos y amigas de cualquier pueblo, lengua o credo repercute sobre nosotros tanto como sobre los demás y el mundo mismo. Conforme nos damos nos construimos. Ese es el testimonio de tanta gente buena y sencilla que por no guardar su vida para sí se ha convertido en pilar fundamental para la de tantos otros. Nadie nace ya hecho. Vivimos en permanente construcción y nos edificamos en la medida en que nos damos y nos recibimos siempre nuevos desde el cariño de los demás y de Dios. Salir siempre desde el interior y no renunciar a lo que somos y compartimos con todos es nuestra paleta. Es el primer paso para repintar un mundo que va encaminándose hacia el banquete final. 

 

El Tesoro que somos                   




 

 Para Ana, Ricardo, Ángela, Jorge, familia y amigos

sábado, 7 de noviembre de 2020

DESPERTAR Y ALUMBRAR. Domingo XXXII Ordinario.

08/11/2020

Despertar y alumbrar.

Domingo XXXII T.O.

Sb 6, 12-16

Sal 62, 2-8

1 Tes 4, 13-17

Mt 25, 1-13

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El salmista madruga urgido por el hambre y la sed de Dios y el autor de la primera lectura lo hace para buscar la Sabiduría; y la encuentra esperándole en la puerta de casa. Las diez jóvenes se duermen esperando al novio pero despiertan al oír el anuncio de su llegada. Tanto los madrugadores como las doncellas que se despabilan al primer aviso renuncian a la noche, a la tiniebla que despoja el mundo y las vidas de sentido. Pero entre estas mozas hay cinco prudentes que cogieron sus alcuzas para no quedar desabastecidas de aceite y cinco necias que no tuvieron esa precaución. La perfección de la prudencia es meditar en la Sabiduría nos dice la lectura. Es la Sabiduría como el aceite que sirve de combustible y permite a las lámparas alumbrar. Las cinco chicas necias pretenden que la búsqueda de las otras les sirva a ellas, pero es imposible pues no existe otro lugar para buscarla que en la puerta y no hay que salir; hay que entrar. La luz es necesaria para penetrar en tu mayor secreto: tú mismo. De la mano del novio nos descubrimos a la luz de su presencia y nos reconstruimos según ella para volcarnos después hacia los demás.

Es su continuada y confiada historia de espera y desvelos lo que le sirve al salmista para alabar a Dios y para celebrar el encuentro con la Sabiduría que distraídamente se hace la encontradiza; que tanto más se oculta cuanto más se desvela. Puedes sentir el amor brotando en ti, pero siempre resulta ser más grande que aquello que imaginabas; nunca puedes abarcarlo en su plenitud. Alcanza incluso la realidad que ya pensábamos perdida para siempre. Ni siquiera los muertos le son ajenos. No hay amor que caiga en el olvido ni injusticia que vaya a quedar sin reparar. Esta es la esperanza que Pablo anuncia a los tesalonicenses. A su angustia por la muerte de sus hermanos opone él la garantía de que nada se extravía. Todo amor verdadero del pasado es ya un signo de resurrección que se verá colmado en el resurgir definitivo cuando y donde toda injusticia será terminantemente restañada. No importa mucho la imagen que Pablo usa; es superable como todas las imágenes. Lo decisivo es la luz que aporta con ella.

Aquellas cinco muchachas necias no pueden recibir la Sabiduría de las prudentes porque esa búsqueda es siempre personal e histórica. La luz está en las obras, en nuestro actuar según la Sabiduría a imagen del Amor Definitivo: sin olvidar a nadie ni permitir la impunidad de maldad alguna. Obrar según Jesús es liberador para los demás y para ti mismo. Y ambas luminosidades se alimentan mutuamente en un único aceite. Pero esa no es una vida improvisada, requiere madrugar y desvelarse, tantear y fallar, arriesgar y confiar… ni es tampoco un destino final para el que debemos prepararnos sin conocer el día ni la hora… Un par de milenios después de aquellas primeras dudas, nuestra fe nos dice que Dios no llega, sino que está ya en nosotros; que desde siempre habita en nuestra profundidad. Nos hace falta esquivar la noche y despertar a esta realidad que somos para afrontar la vida desde esta nueva consciencia. Proveer el aceite necesario es situarse en el mismo mirar del Padre; dejarse guiar por el Espíritu es prender la mecha y actuar como el Hijo es ser luz tal como él mismo lo fue humanamente en su día. 

 

Despertar y alumbrar.