26/07/2020
Ser Reino.
Domingo XVII
T.O. Si quieres ver las lecturas pincha aquí.
1 R 3, 5.
7-12
Sal 118, 57.
72. 76-77. 127-130
Rm 8, 28-30
Mt 13, 44-52
Es imposible pasar por alto el detalle de que el
joven rey pida un corazón dócil y obediente y Dios le conceda un corazón sabio
e inteligente. En ocasiones ponemos la atención en cosas que pensamos
imprescindibles pero que resultan no serlo. Salomón supo dejar de lado
cualquier vanidad juvenil y centrarse en lo que convenía a todo su pueblo, no
sólo a él. Pidió saber estar a la escucha; atento a la necesidad de sus
conciudadanos por un lado y a la Palabra de Dios por otro. Él era el punto de
confluencia y la renuncia a ver cumplirse sus deseos ganó el corazón de Dios
que le concedió la sabiduría necesaria para discernir el bien del mal.
Renunciar a su yo, le hizo conocer la clave para la construcción de un nosotros
con vocación de apertura hacia los
demás. Aquello que fue prohibido a Adán y Eva fue regalado a Salomón por la
sinceridad de su intención. Ellos no tenían necesidad de distinguir el mal del
bien pues vivían ya con Dios; eran el bien pero introdujeron el mal en la
creación al querer ser como él pues para ello se habían visto ya distintos a él.
Salomón, en cambio, quería compartir el juicio de Dios, ser como él, guardar
sus palabras, amar sus mandatos y cumplir sus preceptos pues se había hecho
responsable de un pueblo entero.
Quienes aman a Dios sacan bien de todo cuanto
ocurre; lo ven presente con ellos; eligiendo, llamando, justificando,
glorificando. Es Dios quien hace el trabajo, quien salva: ellos están libres de
la presunción de ganarse nada. Aceptan la vida como un regalo y la bendicen al
repartirla. Quieren ser imagen del Hijo para que su mensaje abarque a todos. Se
sienten escogidos pero no para encerrarse a gozar de sus privilegios sino para
negarse a sí mismos, como Salomón y abrirse a todo, a todos y a Dios.
Todos ellos quieren ser reino de Dios que sorprenda
a quien lo encuentra por azar lo mismo que a quien anda buscándolo. El Reino no
es un sitio, ni un estado, el Reino somos nosotros que lo hacemos vida y que
hacemos que la vida de muchos otros merezca la pena. Hacemos inútil la
elección, pues nadie que nos encuentre se planteará si quedarse con nosotros o
marchar a otro lado. Somos la oferta de Dios que nadie puede rechazar. Somos
los peces que todo el mundo elige para quedarse. O, por lo menos, eso estamos
llamados a ser… nos falta descubrir nuestra propia naturaleza, encontrar a Dios
en nuestro interior ansioso por reencontrarse a sí mismo en nuestro encuentro
con los otros. Eso es lo que Dios se propone encender en nuestro corazón: el
hogar acogedor donde ardan las brasas que puedan calentar a todos y cocinar
para cada uno.
Somos escribas transformados en padres de familia,
que saben guardar aquello de las antiguas tradiciones que aún tiene sentido
para hoy y lo conjugan con la nueva alianza que se va descubriendo poco a poco.
De lo antiguo se abandonan el miedo y la exclusividad y se conservan el amor
inicial y la preferencia por los sencillos. De lo nuevo se toma todo lo que
revela a Dios encarnándose en el mundo de hoy, todo lo que defiende a los
últimos y todo cuanto descubre al mundo como casa de todos, marco de donación y
hogar del Espíritu que nos une a todos a Dios y entre nosotros.
Ser Reino. |