01/03/2020
Ser o no ser
Domingo I Cuaresma Para ver las lecturas pincha aquí
Gn 2, 7-9; 3, 1-7
Sal 50, 3-6a. 12-13. 14. 17
Rm 5, 12-19
Mt 4, 1-11
En cuanto Jesús sintió hambre, apareció la
tentación. Se transgrede la norma cuando existe una necesidad que empuja a ello,
una carencia que subsanar. Hambre, sed, atención, cariño… cualquier privación
puede ser nuestra serpiente. Adán y Eva lo tenían ya todo y su única tentación fue
aquello que Dios había colocado lejos de su alcance. A todos nosotros nos pasa
algo así. No somos conscientes del verdadero don de Dios y vivimos en una permanente
insatisfacción pese a todo lo que vamos almacenando. A pesar de tener el mundo
en nuestras manos y a Dios mismo desbordándose en nuestro corazón, ambicionamos
lo único que él se ha reservado para sí: esa capacidad de distinguir el bien
del mal. Y como no nos la da queremos apoderarnos de ella al asalto. Si nos la
diese seríamos ya dioses, pero no seríamos humanos y él dejaría de ser él, se
acabaría así la relación entre Dios y el hombre. Seríamos diosecillos cuyo
referente se ha disuelto entre todos ellos para hacerse nada. Y es justo al
contrario. Dios mismo es don para todos y en su mutuo donarse se acerca a todos
y a todo sin dejar de ser él mismo: el criterio definitivo que da consistencia y
sentido al mundo. Cuando Adán y Eva comieron de ese fruto comprendieron su
propio vacío y la imposibilidad de ser esa parte que Dios se había reservado
para sí. Se vieron desnudos porque se había puesto al descubierto su pretensión
y su incapacidad.
El pecado no es más que vivir siendo aquello que no
somos; dejar caer en el olvido el don recibido para pretender usurpar el puesto
de Dios identificando nuestra carencia con un castigo y no como una dirección
en la que crecer. Somos dioses, somos parte de la divinidad, obra suya creada a
su imagen que está llamada a construir activamente su semejanza y a edificar un
mundo con esa misma imagen que somos y recibimos de él. Pero no según nuestra propia imagen y beneficio. También
Jesús tuvo sus tentaciones y al descubrirse pobre y limitado sintió la
provocación de construirse a sí mismo y vivir su vida según su propia idea.
Pensó en limitarse a lo inmediato, de ser sólo un hombre más, con la mirada
extraviada tras la comodidad y muy distinto del hombre soñado por Dios. Pensó
en buscar la aprobación en la espectacularidad de alardes taumatúrgicos para ser
coronado como un dios tal como todos los demás lo entendían. Y pensó,
finalmente, en servirse del poder y la riqueza y reunir partidarios y fondos
que sustentasen su causa. Supo, sin embargo, permanecer desnudo y mantener la
confianza. Supo ser un hombre íntegro, un Dios verdadero y un aliado de todos
los desheredados. Por esto fue él el hombre (Adán) encargado de reparar lo que
el originario estropeara. Adán es un nombre genérico que la Biblia personaliza
en ocasiones. Lo mismo significa hombre (ser humano) que tierra (su materia
prima). Cualquier ser humano que cede al impulso de posesión y depredación se
desvirtúa y renuncia a su naturaleza más íntima. Cualquier ser humano que resiste
ese impulso repara el daño causado por otro. Jesús repara el pecado de la
humanidad por ser hombre, no por ser Dios. Y siendo hombre nos enseña el modo
correcto de alcanzar lo que no tenemos, de ser Humanos plenos y Dioses
verdaderos, no según el estilo de nuestros propios dioses sino el de Dios:
compartiendo lo recibido; vaciándonos sin dejar de ser lo que somos.
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