30/09/2018
El sol personal.
Domingo XXVI T.O.
Nm 11, 25-29
Sal 18, 8-9. 12-14
Snt 5, 1-6
Mc 9, 38-43. 45. 47-48
El sol personal.
Domingo XXVI T.O.
Nm 11, 25-29
Sal 18, 8-9. 12-14
Snt 5, 1-6
Mc 9, 38-43. 45. 47-48
En un mundo tan acostumbrado a complicados acuerdos que requieren que todo esté especificado y reflejado en contratos vinculantes hiperdetallados, puede resultar extraña la sencillez de Jesús: “El que no está contra vosotros está a favor vuestro”. No hace falta que todo esté especificado hasta el agotamiento. En el Reino que anuncia Jesús no se guarda sitio para la letra pequeña. Tan sólo es necesario tener como referencia a ese Jesús que nos reúne a todos. Por diferentes caminos se llegó a una uniformidad del todo extraña al espíritu inicial. Lo fundamental era el bien de la gente y así debería serlo por siempre. Que alguien sane en el nombre de Jesús sin pertenecer al círculo de los íntimos da igual. Lo decisivo es su repercusión entre los sencillos. De hecho, si se dedica a sanarles no puede estar muy lejos de ese círculo y del propio Jesús. Así, ojalá todos fuésemos sanadores. Usar el nombre de Jesús es compartir su forma de vida, seguirle de algún modo, aunque no sea el más habitual u ortodoxo. Lo contrario es enzarzarse en disputas bizantinas que colocan en primer lugar el propio orgullo, como un monstruo que todo lo devora y olvida cualquier otra cosa que no sea su propio estómago. Ese abandono del pobre, del necesitado en favor del propio interés, no puede dar lugar más que al escándalo de los sencillos frente al resultado de esa dejación de funciones: el surgimiento de la pobreza como estructura opresora.
La riqueza es un testimonio contra quien la posee pues tan sólo es posible cultivarla en el interior de esa estructura. Desde allí, se busca una visión adecuada del mundo, una comprensión que permita ponerlo todo al servicio propio. Desde allí, la mano tiende siempre a realizar aquello que beneficie y confirme esa visión. Y desde allí, finalmente, el pie encuentra un nuevo punto de partida. No hay límite que señale el final de esa carrera de enriquecimiento. El jornal injustamente retenido clama desde nuestras bolsas hasta alcanzar los oídos del Señor. Riqueza es también la autosuficiencia de quien no quiere renunciar a sus propios intereses, a su confort, a su costumbre, a sus planes… es la respuesta de quien traza su camino sin atender a nada ni a nadie y se cierra a cualquier alternativa. Frente a esta actitud está la palabra profética que el Espíritu activa en todo aquel que lo acepte, aunque, como Eldad y Medad o como aquél desconocido del que habla Marcos, estén lejos del círculo formal.
Del mismo modo que nadie puede ser valorado por su posición, sino tan sólo por sus obras, ningún profeta puede ser juzgado más que por sus palabras. Ojalá todo el pueblo fuese profeta y pudiese alzar su voz contra la injusticia y la acumulación de bienes mediante el escarnio de las mayorías. Pero sólo algunos son así, incluso en el propio seno del pueblo. Y el pueblo, la Iglesia, la comunidad, el grupo… tiende en ocasiones a pensarse perfecto y a defender su postura como la única aceptable. Tiende a no dejar que nada ni nadie lo mueva de sus planes, a no dejarse interpelar por nadie. Sin embargo, cualquiera que tenga cuidado por los pequeños y que renuncie a imponerse a los demás, alzándose fraudulentamente sobre ellos, es profeta de Dios, incluso en el silencio, porque su vida es poema que incendia el aire, es palabra de Dios que en su gesto sigue llamando a todos a la unidad del Reino por encima de costumbres, círculos y credos; sigue buscando la salud y el bien para todos por encima de clases sociales y de cualquier otra distinción étnica, cultural, religiosa, geográfica o de género. En el centro de cada universo existe un sol llamado persona que calienta todo su sistema planetario y le da unidad y sentido. Y ese núcleo central es irreductible en cualquier sistema.
Del mismo modo que nadie puede ser valorado por su posición, sino tan sólo por sus obras, ningún profeta puede ser juzgado más que por sus palabras. Ojalá todo el pueblo fuese profeta y pudiese alzar su voz contra la injusticia y la acumulación de bienes mediante el escarnio de las mayorías. Pero sólo algunos son así, incluso en el propio seno del pueblo. Y el pueblo, la Iglesia, la comunidad, el grupo… tiende en ocasiones a pensarse perfecto y a defender su postura como la única aceptable. Tiende a no dejar que nada ni nadie lo mueva de sus planes, a no dejarse interpelar por nadie. Sin embargo, cualquiera que tenga cuidado por los pequeños y que renuncie a imponerse a los demás, alzándose fraudulentamente sobre ellos, es profeta de Dios, incluso en el silencio, porque su vida es poema que incendia el aire, es palabra de Dios que en su gesto sigue llamando a todos a la unidad del Reino por encima de costumbres, círculos y credos; sigue buscando la salud y el bien para todos por encima de clases sociales y de cualquier otra distinción étnica, cultural, religiosa, geográfica o de género. En el centro de cada universo existe un sol llamado persona que calienta todo su sistema planetario y le da unidad y sentido. Y ese núcleo central es irreductible en cualquier sistema.
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