sábado, 25 de febrero de 2023

TENTACIONES. Domingo I Cuaresma

 26/02/2023

Tentación

Domingo I Cuaresma

Gn 2, 7-9; 3,1-7

Sal 50, 3-6a. 12-13. 14.17

Rm 5, 12-19

Mt 4, 1-11

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La utilidad de la Ley es hacernos conscientes del mal; del pecado. Y con él nos percatamos también de la muerte. Ya sea física o espiritual, la muerte es parte del mal; es fruto del pecado. Vista desde este mundo conocido, es un sin sentido; se nos hace preciso revelarnos contra ella, pero nuestra impotencia nos deja reducidos a un desgarro. No obstante, la muerte no tiene la última palabra. Ella entró en este mundo por la acción de un solo hombre y, por la acción de otro distinto, saldrá de él. Fue un ser humano completo el que se reveló contra la voluntad de Dios y otro ser humano, también completo, fue el que la aceptó hasta sus últimas consecuencias. La conjunción de ambas experiencias nos dice que todos somos capaces de lo mejor y de lo peor.

El primer hombre fue situado por Dios en el Edén; vivía, nunca mejor dicho, en la abundancia. El segundo, fue llevado al desierto, lejos de cualquier comodidad. A aquél no se le negó nada, pero se le pidió atenerse al criterio divino. Él, sin embargo, prefirió juzgar por sí mismo y terminó conformándose, no con el mal, sino con el bien que, de forma inmediata, satisfacía más su búsqueda. Así, este bien vino a ser para él un mal y el pecado se definiría no ya como una transgresión, sino como una autolesión del ser humano que terminaba, también, dañando a los demás. El segundo hombre, habitante de la rusticidad, fue conocedor de la verdadera naturaleza de ese bien inmediato que habría de terminar por arruinarle. De este modo, eligió el bien más profundo; aquel que en verdad se correspondía a su ser más profundo. Si aquél pudo errar, todos podremos también fracasar. Del mismo modo, si este pudo atinar, todos podremos, igualmente, acertar.

Acertar será saber superar la propia conveniencia para elevarse por encima de una comprensión estrictamente naturalista. No solo somos química obligada a buscar su propio sustento; nuestra realidad más personal nos pone en comunión con Dios y con los demás. Nuestra satisfacción individual, pese a ser necesaria, no es lo definitivo. El amor nos lleva a salir de nosotros mismos. Acertar será también no exigir garantías que nos aseguren estar en lo cierto antes de aventurarnos. Se nos demanda asumir una sana proporción de riesgo que nos libre de entronizarnos a nosotros mismos y en la que podamos alimentar la confianza y renunciar a una constante exigencia de clarividencias. Acertar, finalmente, será también prestar atención a nuestra vertiente más alejada del poder y más cercana al carisma; al espíritu. Ponerse en sus manos y dejar que la esperanza te guíe. De esta forma, igual que Jesús, será la totalidad de nuestra persona la que se mantenga viva a pesar de cualquier muerte aparente. La muerte física, la reina de todas ellas, no es, pues, la muerte real que entró en el mundo a causa del pecado. Es solo una puerta hacia la plenitud. La otra muerte, la que sí entró, va socavando la intimidad de nuestro ser hasta convertirlo en aquello que no es; en caricatura de lo que pudo ser, y en esa dejadez se daña a sí mismo y a los demás. La tentación es siempre a no ser, o a ser de forma limitada, achatada. Por esta reducción es por la que el salmista pide misericordia y, reconociéndola, pide un corazón nuevo, renovado, un espíritu que le afiance para poder proclamar la alabanza del Señor.


Tentaciones. Christ in the wilderness (1898, 1912). Briton Riviere (1840-1920)


sábado, 18 de febrero de 2023

LA PERFECCIÓN. Domingo VII Ordinario

 19/02/2023

La perfección

Domingo VII T.O.

Lv 19, 1-2. 17-18

Sal 102, 1-2. 3-4. 8. 10. 12-13

1 Cor 3, 16-23

Mt 5, 38-48

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En nuestra comprensión moderna, el prójimo es el próximo; aquel a quien nos “aprojimamos”, nos hacemos cercanos. Sin embargo, la sentencia del Levítico tiene un carácter restrictivo. Para este libro, prójimo es el compatriota. La comunidad de los hijos de Israel se formó a partir de grupos fugitivos que se habían ido congregando bajo el liderazgo del carismático Moisés. A este nuevo pueblo se le pedía santidad. No podía estructurarse de forma similar a los otros pueblos, sino que debía recrear la misma forma de relación que Dios tenía con ellos. Esa misma que el salmista recordará siglos más tarde y que en la conciencia hebrea de aquel momento inicial se extrapolaba desde la interioridad a la organización política y social. Así fue como, pese a todas sus diferencias internas, aquel pueblo consiguió sobrevivir hasta nuestros días mientras que otros, mucho más poderosos que él, se difuminaron entre las brumas de la historia. Al aceptar la alianza con Dios y convertirse en pueblo elegido se les reveló el dinamismo divino del amor y la misericordia como motor central de sus relaciones íntimas. Sobrevivieron porque, a pesar de sus enconadas diferencias, supieron amarse como Dios los había amado a ellos y de la nada llegaron a ser pueblo.

Jesús llegó de improviso y alteró aquel ecosistema exclusivo. Ese amor ya no iba dirigido solo a los compatriotas, sino a todos los seres humanos. La Ley alcanza su sentido al profundizarse y superarse. Lo que valió para el pasado debe abrirse al futuro de una forma insospechada. El enemigo es aquel que nos hace daño; no es quien solo piensa distinto o, simplemente, elige otra forma de vida. Es quien nos ataca para imponer su posición sobre la nuestra. A ese es a quien hay que amar. De lo contrario ¿cómo podremos ser perfectos? La santidad a imitar es la de Dios, que da lo bueno a todos, no solo a sus elegidos. Esa elección es precisamente para esto: para mostrar al mundo la calidad del amor de Dios. Por eso es preciso amar al enemigo y no devolver mal por mal. Jesús no habla de resistencia pasiva, sino de acción amorosa que nos mantiene en el camino de un progreso constante porque, pese a lo que nuestro orgullo pueda decirnos, no somos el final del camino; nos queda mucho por hacer y llegar a ser todavía. Dios es amor y el amor es dinamismo. No esperamos el retorno de un mesías que plenifique lo estancado, sino que estamos en camino hacia la plenitud que Jesús llamó Reino de Dios.   

La sabiduría de este mundo es engañosa porque no desvela la profundidad de las cosas. Al contrario, las presenta como realidades desligadas. Sin embargo, todo es nuestro. Nada hay que pueda dominarnos: ni el mundo, ni la vida, ni la muerte… Todo nos pertenece. El amor de Dios nos ha colocado por encima de todo eso porque nos ha concebido en referencia a Cristo que es la personificación de su palabra, de su propia acción amorosa. Así, somos Templo donde habita el Espíritu, nos recuerda Pablo. El Espíritu es amor entregado y acogido. Es amor en movimiento. Es gracias al Espíritu que podemos avanzar hacia ese Reino amando al enemigo. El amor siempre es exigente y el nuestro clama porque se cumpla la justicia divina y se respete a todos sin que el odio colonice nuestro corazón. Gracias a él podemos hacernos disponibles a todos, incluso a los malvados, sin que su maldad nos contamine.


La perfección


Para Enrique, constructor de Reino, exigente y amoroso...

sábado, 11 de febrero de 2023

FRENTE AL DESASTRE. Domingo VI Ordinario

12/02/2023

Frente al desastre

Domingo VI T.O.

Si 15, 16-21

Sal 118,1-2.4-5.17-18.33-34

1 Cor 2, 6-10

Mt 5, 17-37

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En los tiempos antiguos se tenía el convencimiento de que Dios gobernaba todo lo que ocurría de acuerdo a un plan que solo él conocía. Antes ya del nacimiento de Jesús de Nazareth, un escriba llamado Jesús Ben Sirá dejó escrito que todos podíamos elegir y nadie estaba obligado a hacer nada, ni siquiera para que ese plan divino cobrase forma. El salmista se compromete hoy a hacer ley de las maravillas que el Señor le muestra. Es el paso de la estupefacción a la responsabilidad. Todos esos portentos invitan a la participación. El temor y la fascinación eran reacciones comprensibles en un mundo en el que todo seguía la voluntad de Dios. Pero ni el mundo ni el ser humano funcionan así. Jesús, el de Nazareth, nos recuerda que el hombre puede elegir entre varias opciones posibles; siempre es posible  profundizar la ley en una permanente búsqueda de sentido que supere la mera facticidad de los hechos. Obedecer la ley de Dios no es acatar normas sino buscar el bien de todos, también el propio. Ese es el objetivo general de la legislación divina. Su exposición progresiva no anula esa intención última. Es el Espíritu el que, según Pablo, sondea incluso lo oculto de Dios. Es el Espíritu quien nos pone en contacto con Dios desvelándonos la Sabiduría que ni el ojo vio ni el oído oyó.

Parte de esa sabiduría consiste en darse cuenta de que este mundo no funciona al dictado de Dios, sino que sigue su propio dinamismo. Ese dinamismo es la condición para que la vida siga desarrollándose y evolucionando. Si Dios no lo respetase, como tantas veces pedimos, su intervención desencadenaría procesos igualmente dañinos en otras latitudes. Lo que estos días se ha puesto en evidencia es que sí podemos plantearnos construir de la forma adecuada en zonas peligrosas o incluso no hacerlo, porque siempre son los mismos los que terminan sufriendo las consecuencias de la desidia o del enriquecimiento de unos pocos a costa de negar la seguridad real y efectiva a quienes viven expuestos a fuerzas incontrolables. Por otra parte, tanto como resultado de tragedias aterradoras como en nuestro contexto inmediato vemos como vamos, inevitablemente, desapareciendo. Nuestro mundo se desmorona ante el dolor por la ausencia que es, justamente, eso: dolor por la ausencia. Pero esa ausencia es el requisito para que nuestros seres queridos pasen a un nuevo modo de existencia. Que no estén ya con nosotros no quiere decir que no sean, sino que son y están en otro modo; creemos que en plenitud. Para todos los que quedamos lo que nos ofrece Dios es un abrazo que nos sostiene en el dolor y nos evita caer en la desesperación.

Ese abrazo nos llega de la mano de los demás; ya sea mediante la ayuda de la cooperación internacional, en los casos más dramáticos y espectaculares, o mediante la cercanía de tanta gente buena que, en todos ellos, ha elegido permanecer al lado de quien sufre. Elegir el bando del que pierde es convertirse en la maravilla viva y definitiva de Dios que nunca abandona nada ni a nadie. Es encarnar la ley de Dios que busca el bien de todas las personas más allá de normas concretas. Desear el bien es brindárselo a quien más lo necesita justo en ese momento de necesidad. 

 

Frente al desastre

 

Para Ana y familia.

En memoria de todas las víctimas de los terremotos de Turquía y Siria... y tantos otros

 

sábado, 4 de febrero de 2023

SABOR Y SABIDURÍA. Domingo V Ordinario.

 05/02/2023

Sabor y sabiduría

Domingo V T.O.

Is 58, 7-10

Sal 111, 4-8a. 9

1 Cor 2, 1-5

Mt 5, 13-16

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La sal está directamente relacionada con el sabor; con esa chispa que podemos identificar con el sentido; con encontrarle valor a la vida. La sal también es un buen conservante. No se trata simplemente de preservar el mundo, y no es que eso sea poco, sino de proteger al ser humano con él. Cuidar de esta tierra y de sus habitantes y proporcionarles, especialmente a quienes más dificultades tienen para encontrarlo, un sentido, una razón para no desesperarse y rendirse. La luz está directamente relacionada con la percepción, con el conocimiento, con la sabiduría. Se conoce el mundo según la luz con que lo alumbres. Aquí hablamos de la luz de Dios. Ver al mundo y a cada persona con los ojos de Dios, no según nuestros propios criterios. Isaías nos dice que esa luz surge al procurar el bien de los hambrientos, los sin techo y los desnudos; al alejar de nosotros la calumnia y la opresión y saciar el alma afligida. Entonces, seremos luz para el mundo y el Señor sanará nuestras heridas y se pondrá de nuestro lado. El salmista insiste en la misma idea y Jesús retoma la relación entre las obras y la luz y, por descontado, con la sal ¿cómo entender si no esa referencia a la sal que pierde su capacidad?

Y perder esa capacidad no es solo quedarse sosa; es sobre todo una renuncia a la propia naturaleza y vocación. Estamos llamados a ser luz y sal; a proporcionar sentido y seguridad y esto solo es posible disolviéndose, como la sal, o desapareciendo como la luz, que lo ilumina todo pero es, ella misma, imperceptible. A esto debe referirse Pablo cuando habla de su sabiduría no humana. Él no se presentó con la arrogancia de los sabios mundanos, sino con la sabiduría de Dios; con Jesucristo crucificado como bandera, dice él. Esto habrá de resultar incomprensible para quien no tenga fe. Fe es confiar en que aquel que está dando sentido a tu vida te sostendrá llegado el momento decisivo y no te dejará hundirte en el vacío. Ese es el poder que, llegada su hora, Dios demostró en Jesús. Hasta llegar a ese momento crucial, Jesús fue, poco a poco, experimentando esa seguridad… la humanidad de hoy puede experimentarla según nuestras obras; según nuestro ser sal y luz.

La fe es un don. Pero no uno que unos reciben arbitrariamente y otro no. Nos lo transmitimos unos a otros. Si intentamos acapararlo pierde su sentido y los perjudicados son todos los demás, pero también nosotros, que nos quedamos sin presenciar el gran milagro que Dios puede hacer a través nuestro. Eso es ya un escollo a nuestra propia fe: nos vemos incapaces, cuando tan solo somos miedosos. Seamos osados y audaces, como Jesús. Dios se hizo un ser humano y llegó a ser divinamente, perfectamente, hombre. La humanidad lleva en sí misma la semilla de la redención y ya solo por eso no pasaría nada si cualquier día desapareciesen las religiones; ser perfectamente hombre o mujer es la actualización de cualquier precepto religioso. Pero esa misma humanidad debe poder zafarse de cualquier sombra de egoísmo que su fragilidad pueda alentar, por eso aún le son necesarias la luz y la sal. Siguen siendo precisas la luz que nuestras buenas obras pueda proyectar sobre el mundo y el sentido que podamos hacer saborear, en especial, a aquellos de los que ya nos hablaba Isaías y que fueron los amigos y compañeros de Jesús.


Sabor y sabiduría


Para las hermanillas y hermanillos del grupo del martes que nos juntamos los viernes. 

Allí surgió el germen de esta reflexión y de otras muchas.

Un abrazo y muchas gracias.