04/05/2025 – Domingo III Pascua
Al aire de Dios
Hch 5, 27b-32. 40b-41
Sal 29, 2. 4-6. 11-12a. 13b
Ap 5, 11-14
Jn 21, 1-19
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Dicen los exégetas que este capítulo 21 se añadió al evangelio de Juan cuando ya estaba terminado para reafirmar la autoridad de Pedro. Según algunos, eso le resta valor hermenéutico, pero Dios hace las cosas a su aire. Aquella primera Pascua no fue fácil para nadie. Encontramos ahora a siete de los discípulos cerca del lago sin que nos quede claro si están ahí escondidos o a la espera de lo que pase. Después de las apariciones se han vuelto a casa y allí están. Pedro retorna a sus labores de pesca y los demás con él. La experiencia les ha convertido en grupo y así afrontan lo que viene, pero no se libran del fracaso. El sueño se ha terminado y nada va a ser sencillo. Que un desconocido les sugiera la simpleza de cambiar de lado podría tomarse como una burla o, cuando menos, como un chiste. Por eso, que le hagan caso solo puede entenderse como una rendición ante los hechos: “qué más dará un lado que otro”. Jesús les muestra que, en ocasiones, nos quedamos aferrados a nuestro modo de ver el mundo; a nuestra manera de hacer las cosas. Para los pueblos semitas colocarse a la derecha del padre, de la autoridad o de Dios era colocarse en el lado de la bendición. Era aceptar su propuesta y continuar en la misma línea. Todo cambia cuando dejas atrás la forma corriente en que el mundo afronta la realidad. Se ha discutido hasta la saciedad el significado de los 153 de peces y hay teorías para todos los gustos, lo dejaremos simplemente en que la diferencia entre una y otra perspectiva es verdaderamente grande. No es lo mismo afrontar lo que viene según Dios o según la costumbre habitual. Incluso la intencionalidad de un texto puede subsanarse.
Existen esas dos maneras de hacer las cosas. Lo tuvieron claro los mismos apóstoles cuando ya tiempo después no se dejaron amilanar por las imposiciones de los sacerdotes y anunciaron la buena nueva pese a las consecuencias que todos imaginaban y que, efectivamente, aunque no lo cite nuestro fragmento de hoy, sufrieron. La diestra de Dios había exaltado definitivamente al inocente maltratado y él era el primero de muchos otros. Dios bendecirá a todos aquellos que se coloquen en la misma posición. Más allá de lo evidente, lo decisivo se encuentra en ese bien-decir de Dios que coloca a los últimos por delante de todo lo demás. Jesús preguntó a Pedro tres veces si le amaba, no porque necesitase comprobarlo o porque exigiera con ello reparación, sino porque era el mismo Pedro, preso aún de esa forma terrena de ver y ser, quien necesitaba liberarse.
Es después de este paso decisivo cuando se puede entonar el canto del salmista y reconocer que el Espíritu está con nosotros. La cita del Apocalipsis confirma este mismo descubrimiento rubricándolo con un Amén. Amén es la confianza absoluta en aquello o en quien se tiene por verdadero. Vivimos permanentemente expuestos a la derrota y a la pérdida pero en nuestro fuero más interno sabemos no todo termina en estos finales que se nos imponen lapidariamente. Cualquier desenlace, ya sea repentino o esperado, que, según este mundo nos alcanza como definitivo, no pasa de transitorio si atendemos a esa confianza en quien nos ha librado ya del criterio de este mundo y al destino que de él esperamos. Es por eso por lo que frente a la brutalidad de lo visible solo caben, en primer lugar, la manifestación de la terca esperanza que ni aturde ni asusta, sino que espolea y, en segundo lugar, el ejercicio de una forma de vida que refleje ese anhelo y sepa afrontar las consecuencias que nos lleguen.
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John Reilly. La milagrosa riada de peces (1978) |
Para Carlos, compañero reciente, y familia y
en el recuerdo para Mariano "hasta que la vida vuelva a reunirnos".
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