viernes, 28 de noviembre de 2025

¡VIENE! Domingo I Adviento

30/11/2025 – Domingo I Adviento

¡Viene!

Is 2, 1-5

Sal 121, 1-9

Rom 13, 11-14

Mt 24, 37-44

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Comenzamos el nuevo año con el mismo salmo con el que cerramos el anterior. Completábamos el ciclo pasado con idéntica respuesta, pero tenía entonces un valor diferente, casi negativo, al fundamentar una alianza entre poder religioso y político susceptible de errar y provocar grandes daños. La gran novedad de hoy es la inclusión de la paz. Es, ciertamente, una paz restringida a los habitantes de la ciudad. A los hermanos y compañeros se les desea todo bien. La liturgia es una realidad viva y el salmo es esa respuesta a la primera lectura que hacemos nuestra. La intervención de Isaías hablando de una concordia universal, en realidad, un concepto todavía extraño para el salmista, pero válido para nosotros, es lo que ha motivado este cambio y podemos ahora entender otros fragmentos del salmo que le dan un sentido inédito. El profeta anuncia un momento nuevo; una realidad transformada y transformadora por la acción del ser humano que convierte las armas en herramientas; el uso de lo ideado para destruir es invertido para pasar a ser provechoso y edificante.

También Jesús, nos recuerda Mateo, plantea que está llegando un cambio y afirma que la mudanza es segura y acontecerá tal como ocurrió en tiempos de Noé. Es incontenible. El elemento desencadenante va a ser ahora la venida del Hijo del hombre; en paralelo con Isaías, llegará un hombre capaz de crear vida por su renuncia a arrebatarla. Los seres humanos anteriores vivían sus días sin complicación alguna; comían, bebían y se casaban hasta que el diluvio se lo llevó todo por delante. Otro cambio: Jesús no habla de pecado, sino de una vida centrada en sí mismos que lleva a la extinción ¿No será que ese es el pecado y por eso propone una vida que, por producir cambios en su entorno, hace que a uno se le lleven y al otro no; que a una la dejen y a la otra no? No conocemos la hora, pero llegará. No es el fin del mundo lo que aquel que viene va a poner de manifiesto, sino la suerte de los que, fieles a él, son perseguidos, retirados y silenciados… Esta mañana las redes sociales me han retratado el mundo y la Iglesia inmersa en él: lamentos sordos de un pueblo convertido en masa; dolorosos naufragios de amores que se creían eternos; otros amores diferentes que piden respeto; mujeres sometidas; pueblos indígenas que exigen respeto a su dignidad; creyentes perseguidos por su fe hasta el exterminio; otros fieles entregados en cuerpo y alma, aquí y allá, a misiones concretas, reales y sangrantes… En este mundo, como contrapunto, hacemos presente a Dios que viene; en este mundo hemos de vivir, en carismáticas iniciativas que les den voz y espacio, la vocación por la que podemos ser retirados.

Es hora de despertar del sueño, dice Pablo. Puede que la noche parezca imbatible, pero la luz está cerca. Andemos ya como en pleno día, con dignidad, como anduvo Jesús, que fue llamado comilón y borracho, pero que estuvo siempre al lado de los damnificados sin dejar a nadie atrás y acogiendo a todos esos que eran eliminados por vivir, como él, con ellos. Este es otro cambio importante, ahora con respecto a Pablo, que recurre a códigos morales para hacerse entender; Jesús, este que viene, es, desde cualquier punto del que le mires, sorprendente e incontenible. Abierto a la vida y presente donde menos vida parece haber, porque es allí donde late con más fuerza; donde aún el sopor de la masa no ha ahogado al pueblo ni a las almas. Justo ahí es donde llegará el hombre que Dios se va a hacer. 

 

¡Viene!

 

 


  

Con un recuerdo especial para Cruz, Jesús y demás familia. 

Con cariño para Raquel, que confirma su camino.

 

 

viernes, 21 de noviembre de 2025

CORONADOS Y CORONADORES. Jesucristo, rey del Universo

23/11/2025 – Jesucristo, rey del universo

Coronados y coronadores

2 Sam 5, 1-3

Sal 121, 1-2. 4-5

Col 1, 12-20

Lc 23, 35-43

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En la edad antigua se colocaba a los reyes un poco por debajo de los dioses. Era el pueblo, como la comunidad creyente, quien debía acercarse a ellos y ganarse su favor. En los libros de Samuel que cuentan el inicio de la antigua monarquía israelita puede verse que ésta no entraba en los planes de Dios que había designado jueces para que organizasen al pueblo. Pero el pueblo quiere un rey que les juzgue y tutele como a todos los demás pueblos. David, por su parte, aceptó la corona por aclamación popular y pactando con los ancianos, lo cual ya supone una diferencia con esos otros reyes impuestos, pero no es suficiente todavía. Sigue siendo el pueblo quien debe acercarse al rey y hacerse digno de él demostrando que son hueso y carne suya, que son dignos de que les defienda de los enemigos y a cambio consentirá que ejerza su poder sobre ellos. En las palabras del salmista podemos ver que esa idea de dignidad casa bien con el concepto religioso de santidad. Subir a Jerusalén era encaminarse tanto al Templo como al palacio de David. Era la combinación perfecta; propia de la época, no fue una originalidad de Israel.

El rey rechazado, Dios, se hará con el tiempo uno más entre ese pueblo y será finalmente rey, pero a la manera que sólo él puede serlo. En Jesús es Dios quien nos dice: “Hueso tuyo y carne tuya soy”. Ya no hay imposición; es la misma naturaleza humana la que es tocada por la divinidad y promocionada a la realeza. Y esto es así en toda su extensión. El buen ladrón lo vivió en primera persona, pero también lo experimentaron todos aquellos cuya vida se transformó al encontrarse con el rey coronado de espinas. En cambio, el pueblo que pedía un rey no lo reconoció en la ejecución de Jesús; por otro lado, el poder religioso comprobó que el condenado era un falso mesías, incapaz de salvarse a sí mismo, y respiró tranquilo; la misma falsedad que confirmó el malhechor que había caído en la trampa de la violencia mientras moría rabiando; la autoridad política lo selló todo suprimiendo a un sedicioso que pretendía usurparle el poder y se volvió en paz a su mansión. Jesús es rey al estilo divino, es decir, renuncia a sus privilegios y privilegia que todas y todos puedan liberarse del círculo de destrucción en el que se encuentran. Es mesías, ungido, para esta misión y ese es el papel que los y las damnificadas le reconocen. Los demás no se ven más que a sí mismos.

Este mesías está destinado a regir el universo entero, pero no como reconocimiento a esa dignidad que a la comprensión humana tanto le gusta subrayar, sino porque va a liberar a todo el cosmos de sus esclavitudes (tinieblas, las llama el autor de la carta a los colosenses). Toda la creación es testigo de que a este rey no le dolieron prendas a la hora de dejar toda esa majestad para buscar el bien de lo material, de lo despreciado por los espiritualizantes. Reconocerle como salvador es tenerle agradecidamente como polo de atracción, nuestro y de toda la realidad. Caminar hacia él, sin embargo, no es un devenir pasivo, sino transformarse en él; hacer de nuestra vida lugar de refugio y coronación para quienes nos encontramos; ingresar con ellos plenamente, recuperando nuestro puesto, en la realidad que fue creada en él; reconocerle a nuestra materialidad esa dimensión oculta que se nos escapa al considerarla prescindible, pero que le da su sentido verdadero; divinizarse, dicen las tradiciones contemplativas; ser lo que realmente somos: coronados coronadores. 

 

Coronados y coronadores

 

 


 

Para Pablo y Mateo, especialmente. Y para toda la familia, con mucho cariño. Besotes. 

sábado, 15 de noviembre de 2025

LA BELLEZA DE LOS CAMBIOS. Domingo XXXIII Ordinario

16/11/2025 – Domingo XXXIII T.O.

La belleza de los cambios

Mlq 3, 19-20a

Sal 97, 5-9

2 Tes 3, 7-12

Lc 21, 5-19

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Nos acercamos al final del año. Las lecturas tienen un tono apocalíptico; nos sitúan en el final de los tiempos. Esto se acaba, pero no es el vacío lo que se avecina. Lo que llega es un tiempo nuevo. Malaquias es el último profeta del Antiguo Testamento; sus palabras advierten sobre la suerte de los orgullosos y los malhechores, pero para quienes temen el nombre del Señor todo tiene continuidad gracias a la intervención del sol de justicia. El salmista deja claro que ese sol de justicia, identificado ahora con el Señor mismo, está en camino y su intención es regir la tierra con justicia y rectitud. Es cierto que existen cambios; la vida es una incesante evolución. De hecho, lo que le da valor es esa permanente pujanza que la lleva a prosperar permanentemente. Si la vida se terminase o estuviese abocada a perecer en esas catástrofes tan del gusto de ciertos predicadores y películas ¿Qué sentido tendría? Nuestra esperanza cristiana nos dice que la realidad celeste, sea ciudad o Reino, terminará instaurándose en este mundo conocido. Habrá que seguir profundizando en esto todo lo que sea necesario para llegar a entenderlo bien porque aún se nos escapa, pero de momento podemos quedarnos con que el valor de esta realidad es que dará de sí una nueva, distinta, pero en continuidad.

Jesús nos pone en guardia contra esos que atribuyéndose identidad y autoridad divina (“Yo soy”) afirman que todo se acaba. Ocurrirán muchas cosas y no todas buenas. Jesús habla de grandes desastres, incluso naturales porque tampoco él escapaba a la mentalidad de su tiempo, pero la mayoría de ellos provocados por el ser humano y su peculiar forma de entender la convivencia y de priorizar unos criterios u otros. Son principios ajenos a los que él propone, pero, oye, triunfan. Y su victoria es la derrota de los pequeños. Ahí es donde Jesús nos avisa de que vamos a pasarlo mal porque él entiende que vamos a estar con quienes él estuvo, con esos pequeños y no con los que provocan su daño. Que ¿nos van a dar para el pelo, y para otros sitios? Sí, porque incordiamos; porque denunciamos; porque no nos quedamos en casa rendidos ante lo inevitable y molestamos; porque a ningún malvado le gusta que le desenmascaren y todos buscan maquillar sus acciones. Jesús nos propone continuar sus pasos porque confía en nosotros y nos sabe capaces de seguir adelante. Por eso mismo nos dice que no nos entreguemos al pánico; porque él va a estar pendiente de todo. Las cosas no nos irán mejor que a él, pero terminaremos triunfando como él. Lo que termina es un orden determinado; una manera de entender el mundo, de interpretarlo, de construirlo a nuestra imagen y para nuestra comodidad, pero lo que es se desarrolla según lo que es y lo conoceremos como un nuevo orden; una manera nueva de ser y vivir. Todo final, mientras no  llegue la recapitulación definitiva, conlleva un nuevo principio.

El autor de la segunda carta a los tesalonicenses era un hombre práctico y trae a la memoria el recuerdo de Pablo y sus compañeros, quienes, frente a los que, con la excusa del final inminente, pretendían pasar el día sin hacer nada convirtiéndose en una carga para los demás, afirmaron con su vida el valor de ponerse manos a la obra porque este mundo agradecerá que se le eche una mano para ir afianzando los cambios. No vemos peligro en los cambios, al contrario, los reconocemos como avance siempre que impliquen humanizar la realidad, acompañar a los preferidos de Dios. Porque su celo nos devora. 

 

La belleza de los cambios  

 

 


 

sábado, 8 de noviembre de 2025

SOMOS Y VAMOS. Dedicación de la Basílica de Letrán.

07/11/2025 – Dedicación de la Basílica de Letrán

Somos y vamos

Ez 47, 1-2. 8-9. 12

Sal 45, 2-3. 5-6. 8-9

1 Cor 3, 9c-11. 16-17

Jn 2, 13-22

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Coincide en este domingo la conmemoración de la dedicación de la Basílica de Letrán. Es la catedral de Roma y su sede episcopal. Es una fiesta que habla de asentamiento, pero también de edificación; de institucionalización y de dinamismo. Como ya sabemos, Dios supera siempre nuestras divisiones y, con ellas, todas nuestras diferencias. Está siempre ofreciendo odres nuevos, aunque nosotros nos empeñemos siempre en remendar los viejos.

El libro de Ezequiel se cierra con la larga exposición de una visión en la que, estando todavía en el exilio, Dios le muestra lo que se interpreta como el futuro de la tierra de Israel. Sobre un monte ve una ciudad desconocida y en ella un Templo del que manará un agua que lo recree todo dando a luz una vida nueva, fecunda y definitiva. El salmista, años antes, había escrito ya sobre la alegría que el agua confiere a la ciudad de Dios y acerca de la protección que él extiende sobre ella y sus habitantes. En esta perspectiva, el Templo es fuente de vida.

Para cuando llegó Jesús esta afirmación había sido ya tergiversada y el templo ejercía una función económica. Era, ciertamente, fuente de vida, pero no para todos. Jesús no puede soportar esta realidad y se revela contra ella. Y lo hace de forma inconfundible; sin medias tintas ni ambigüedad ninguna. Queda perfectamente clara su postura y, de paso, nos dice cómo entiende él la relación con Dios. Nada tiene que ver con lo comercial porque es imposible comprar a quien se ofrece libremente; no puede valorarse con moneda alguna de este mundo porque todas ellas carecen de valor; necesita espacio e intimidad a la vez y, para que nadie pueda volver a caer en este error, él mismo se ofrece como Templo definitivo. Nadie allí le entendió, claro. Hubo que esperar hasta la Pascua para que esto comenzara a comprenderse. A partir de entonces concluyó la necesidad de espacios reservados porque Dios andaba ya libre por las calles y los campos. Si no lo contuvo el sepulcro cómo iban a retenerle las paredes de los templos; si de veras se rasgó el velo, no quedan ya espacios inaccesibles; no hay reserva con la que negociar. Más tarde, Pablo extraerá todavía más jugo a sus palabras y dejará claro que todos somos templos en construcción. Nos pide poner a Jesucristo como buen cimiento y dejar que el Espíritu de Dios habite en nosotros. Así se hace imposible el inmovilismo, aunque la cosa se institucionalice no quedará reducida a una caricatura.

Somos templos; obra que Dios pide permiso para realizar. Si aceptamos nos pide ser, como todo buen templo, lugar en el que él pueda encontrarse con los demás. Ser templos es dejar de lado cualquier otro interés que no sea erigir este espacio de confluencia. Que todos puedan ver a Dios en mí; que pueda transmitir el agua que fecunde cualquier vida por muy gastada que esté. De este modo, caemos también en la cuenta de que yo soy Templo, pero los demás también. No me encuentro yo con Dios en la privacidad para poder entregarlo luego a los demás, sino en el santuario en el que el otro y yo descubrimos la insuficiencia de nuestros antiguos odres. El dinamismo del espíritu me invita a ir hacia los demás. Soy y voy; ese es el movimiento que, en mi encuentro con el otro y Dios nos libera y construye a ambos. No importa que sea imperfecto, porque no es mi esplendor el que edifica; estoy siempre en camino hacia la culminación que nos llegará de ser lo que somos en ese encuentro con los otros y de aceptar, juntos, el cimiento y el dinamismo que el arquitecto nos propone.

 

 

Basílica de San Juan de Letrán (Roma)





sábado, 1 de noviembre de 2025

LOCOS POR APAPACHAR. Todos los Santos y Fieles Difuntos

 

01/11/2025               Locos por apapachar               02/11/2025

Todos los Santos

Ap 7, 2-4. 9-14

Sal 23, 1-4ab. 5-6

1 Jn 3, 1-3

Mt 5, 1-12

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Fieles Difuntos

Job 19, 23-27ª

Sal 27, 1. 4. 7-9a. 13-14

Rm 5, 5-11

Mt 5, 1-12

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No ha de ser una simple coincidencia el hecho de que en estos dos días se lea el mismo evangelio. Más que de ninguna otra cosa hablamos hoy de la bienaventuranza, de la única; de esa que se desglosa en otras más pequeñas que terminan conduciendo a esta única, a la felicidad definitiva. En un mundo que busca seguridades y que se mueve por apetencias resulta este un mensaje extraño. Sin embargo, la cuestión es que es posible vivir de otro modo y ese modo no nos arroja en brazos del absurdo, sino todo lo contrario. Absurdo sería que los apocalípticos y famosos 144.000 y la muchedumbre que los sigue hubieran blanqueado sus túnicas para nada. Todo el que tiene la esperanza no de alcanzar a Jesús, sino de llegar  ser como él, como dice Juan, sabe que está aún en proceso y la incomodidad con su vida actual no le deja detenerse. Resulta que el evangelio incomoda y frente a ese fastidio puedes cambiar de postura, a ver qué tal, o levantarte del sillón y darle la vuelta a esas cosas en las que puedes intervenir tal como dice el salmo: con manos inocentes y puro corazón.

                Entre salmistas anda el juego, pues para quienes así esperan y por ello viven de cara a los demás existe como motivación fundamental esa misma que el cantor aguarda y le sirve de impulso: ver la bondad del Señor en la tierra de los vivos. No se desprenden de las realidades terrenas, llamémoslas así para entendernos, porque este mundo de aquí abajo importa. Si no importase Dios no se habría hecho carne y es esta carne nuestra, la despreciada por tantos, la que, en palabras de Job, vive cierta en ver a Dios con sus propios ojos. No son despreciables ni su naturaleza ni los padecimientos que tantas veces está obligada a sufrir. La esperanza verdadera, dice Pablo, no defrauda jamás porque su asiento no es una banalidad sino todo lo contrario; es carne concreta y real que se dejó habitar y confió en el Dios que descubría en su interior, que le permitió ser cada vez más y se dejó guiar por él hasta el extremo de dar la vida por todos cuando nadie lo merecía. Solo Dios es capaz de hacer esto, y para hacerlo se hizo carne como nosotros, como si dijera: “Tú también puedes”.

                Los santos que tanto recordamos no fueron seres perfectos sino personas en camino convencidas de que también ellos podían. Nos gusta ponerles aureolas y al final, poco a poco, terminamos por pintarlos siempre en un escalón más elevado. Pero a todas ellas y ellos les gustaba bajar siempre al nivel de los últimos. Recordamos también a nuestros difuntos y nos empeñamos en rezarles mil oraciones y encargarles misas que puedan subsanar sus imperfecciones. En fin… Dedicamos menos tiempo a intentar percibir el lazo que todavía nos une con ellos y con esos santos y santas tan elevadas. Entre todos ellos y nosotros existe una corriente de solidaridad que llamamos comunión de los santos. Si de verdad creemos que Jesús venció a la muerte no hay ya modo de que la vida pueda ser sofocada. Todo cuanto una vez estuvo vivo ha ingresado en la Vida definitiva al cruzar el umbral derrotado. Todo cuanto ahora vive está destinado a esa misma Plenitud y no habrá vida futura alguna que se pierda. Esa corriente que nos une a todos se desborda para hacer reales las bienaventuranzas como un adelanto de la definitiva porque para cada tristeza y persecución hay un consuelo y una promesa. Santos son los reunidos ya con Dios y los locos que viven aquí como si lo hubiesen hecho ya, ajenos a lo que aísla y volcados en quienes necesitan que les apapachen el alma.  

 

Locos por apapachar


 


 

Para todos y todas que no se fueron sino que nos acompañan de un modo nuevo.