06/02/2022
El método Jesús
Domingo V T.O.
Is 6, 1-2a. 3-8
Sal 137
1 Cor 15, 1-11
Lc 5, 1-11
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A Isaías le
llegó la vocación profética en medio de una visión de ángeles que purificaron
su boca a fin de disponerle para la labor que Dios tenía pensado encomendarle.
Es una imagen que expresa que el profeta no va a hablar con sus propias
palabras, sino que acoge como propio el mensaje que Dios le propone transmitir.
Por eso, cuando el propio Dios pregunta a quién podría enviar, él se ofrece
instantáneamente. Es una decisión libre que podría explicarse con las palabras
del salmo. No fue escrito por Isaías, ni siquiera pertenece a una época cercana,
sino que, posiblemente, el profeta era deudor de lo que había leído en éste y
otros salmos. Interpreta el mundo según esa tradición y valora y agradece que
Dios no se detenga frente a su pobreza, el pecado, sino que, muy al contrario,
pasa por encima de ello y lo purifica, lo perdona, restañando en sus labios
cualquier herida de su alma porque es precisamente la palabra la que expresa la
calidad de corazón. Por eso Isaías permanece en su visión cantando, como el
salmista, y se ofrece voluntario porque ya no queda nada en su profundidad que
le impida dar el paso mismo de Dios: negarse a sí mismo y salir al exterior. En
eso consiste la trascendencia; en salir de uno mismo para encontrarse con el
mundo, en un primer momento, con los otros en el segundo y, finalmente, con
Dios a quien se descubre impulsando y acogiendo en un mismo dinamismo.
Jesús se
comporta de modo similar con Pedro. Primero se distancia con él y sus amigos
para hacer visible para todos tanto la distancia como el camino a recorrer y
luego les lleva a ellos mucho más allá que a los demás para mostrarles que con
él pueden pescar más, o implemente pescar, porque la ciencia de Pedro y sus
compañeros no se había mostrado muy efectiva. Así, una vez que Pedro ha
reconocido que su autosuficiencia no le lleva a ningún sitio, Jesús le hace
también su propio encargo. Ser pescador de hombres es mostrarle al mundo que el
“Método Jesús” es más positivo y eficaz para todos. No consiste en adoctrinar
ni en reclutar sino en transmitir que saliendo al exterior somos más fieles a
la semilla que albergamos que anclándonos inamovibles en el mismo sitio de
siempre. Y para eso no sólo sirve Pedro, sino todos nosotros.
Pablo insistirá en la absoluta trascendencia que va implícita en la vocación cristiana que ya percibió, como Isaías, según su propia experiencia: “por la gracia de Dios soy lo que soy y su gracia para conmigo no se ha frustrado en mi”. Estamos llamados a la trascendencia absoluta, a la misma resurrección de Cristo. De alguna manera, estamos ya resucitados en la medida en que optamos por un estilo de vida que apuesta por la vida y lleva en sí mismo una promesa de infinitud. Así podemos intuirlo en el testimonio de tantas vidas que nos han dejado ya. En su trascendencia personal para acercarse a todo y a todos, incluidos nosotros mismos, dieron rienda suelta, como los testigos que ya murieron de los que habla Pablo, al impulso que la gracia insuflaba en ellos y construyeron una porción en absoluto pequeña del Reino de Dios. Con su partida dejaron en nosotros un hueco que estamos llamados a transformar en ofrenda personal para todos los demás y convertir su ausencia en posibilidad, en semilla de una nueva realidad, del Reino.
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