miércoles, 16 de noviembre de 2022

NI UN SOLO PELO... Domingo XXXIII Ordinario

 13/11/2022

Ni un solo pelo…

Domingo XXXIII T.O.

Mal 3, 19-20

Sal 97, 5-9

2 Tes 3, 7-12

Lc 21, 5-19

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Ni un solo pelo de vuestra cabeza vale más que cualquiera de los magníficos templos que hoy nos afanamos tanto en conservar pues de todos ellos no quedará ni una solo piedra en pie, pero de nuestros cabellos, en cambio, ni uno solo se perderá. Dios conoce hasta el más mínimo detalle nuestro, pero no para vigilarnos ni controlarnos, sino para salvarnos en plenitud; para que nada nuestro se pierda. Su amor alcanza incluso esos rincones que nosotros mismos quisiéramos olvidar. Se va acercando el fin de año; el fin del mundo en el itinerario cíclico de nuestros esquemas litúrgicos. Aquellos primeros cristianos, buenos judíos unos y fervorosos prosélitos los otros, esperaban el final de los tiempos y la decisiva hecatombe que, con él, había de preceder a la definitiva manifestación de Dios. Ese vuelco era la señal del acercamiento de lo definitivo. Algunos, sin embargo, se postulaban como salvadores en calma chicha, sin necesidad de pasar por vicisitud alguna. Pero Jesús insiste en que la controversia será ineludible.

Acoger al Señor con el espíritu que expresa el salmista pasa por construir un mundo nuevo, completamente diferente a lo que ya conocemos. De todo eso que, pese a fructificar abiertamente en nuestro mundo occidental y norteño, ha demostrado ser veneno para tantísimos otros. De todo cuanto ha provocado alzamientos de unos pueblos contra otros y hambrunas criminales mientras la naturaleza se contorsiona con grandes terremotos a la vez que la conmoción crece frente a fenómenos y signos celestes. Todo eso caerá por su propia inconsistencia si quienes se dejan llevar por el Espíritu no ceden ante la persecución y la condena, incluso de los más cercanos.  Sobre ellos brillará el sol de justicia, nos dice Malaquías, y a su sombra encontrarán la salud. Y no hay excusa que dispense del esfuerzo. No vaya a ser que haya quien, como parece que ocurría en Tesalónica, piense que otras ocupaciones más espirituales justifican dejar de lado el compromiso por ese nuevo mundo. La revolución comienza con el trabajo manual. No hay ocupación cuyo desempeño noble y atento a las necesidades de los demás no revierta en bien de todos.

Si, como decíamos, todo nuestro ser está ya salvado, cualquier acción nuestra, por humilde que sea, al realizarse según la búsqueda del bien común, repercute en la salvación de este mundo; en la purificación del proceso; en la construcción de la alternativa que, a fin de cuentas, ponga de manifiesto el alcance universal del amor de Dios. Así, el conflicto se revela ineludible. No existe solución posible que se pliegue a las exigencias del Templo, de la catedral o del municipio. Por importante o sagrada que pueda parecernos cualquier edificación o institución están todas ellas por detrás del más pequeño de la casa y no existe principio que justifique el abandono de nadie a su suerte. Semejante convencimiento no puede admitir un orden continuista sino que exige la transfiguración de la realidad permitiendo que sea el Espíritu el que hable a través nuestro, renunciando a defensas y justificaciones. Cerca del final se nos va aclarando el camino y descubrimos que el criterio definitivo es el ser humano y su plenitud, siempre en proceso; todo lo demás queda subordinado a esto.


Ni un solo pelo...


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