02/02/2020
Desde lo pequeño.
Presentación del Señor en el Templo. Si quieres ver las lecturas pincha aquí
Mal 3, 1-4
Sal 23, 7-10
Heb 2, 14-18
Lc 2, 22-40
Tradicionalmente se ha celebrado en esta fiesta el
encuentro del Señor con su pueblo, representado en el anciano Simeón. Es hora
ya de que lo antiguo ceda sitio a lo nuevo. Y así, nos a todos que habitualmente
percibimos que lo nuevo llama a la puerta y que se va difuminando en nosotros
la presencia de algo antiguo. Todo lo vivido permanece como experiencia, pero
la perspectiva que lo enfocaba va cambiando hasta alumbrar una nueva realidad. Esta
fiesta de la candelaria se ha identificado con ese prender la mecha que ponía a
arder el fuego de un nuevo conocimiento. Ese conocimiento inédito es la nueva
visión que Jesús aporta, contemplada desde su más tierna infancia según esa
convicción de que ya desde pequeño se traslucía en él la promesa del secreto
que portaba. No podemos conceder ninguna credibilidad histórica a este
episodio, pero sí podemos ver en él el reflejo de una profunda experiencia
personal. La experiencia de vernos deslumbrados por el descubrimiento de una nueva
ventana que trastoca por completo nuestra comprensión del mundo y nos regala
una nueva forma de entenderlo todo.
Simeón descubre en el niño el mesías que él
esperaba guerrero y victorioso. Todo su mundo se puso cabeza abajo y no le
quedaba ya nada salvo morir: abandonarse a esa revelación definitiva y dejarse
llevar con ella para conquistar de su mano un mundo distinto. José y María
perciben que su niño no será un niño normal. Algo extraño después de tanto
sueño y visión que les había anunciado esa misma novedad. Han acudido al templo
para consagrar a su hijo primogénito, según la ley, y para purificar a la madre
después del parto con la ofrenda que corresponde a los pobres: dos tórtolas o
dos pichones. A ella le avanza Simeón el sentido de la vida del pequeño en
clave mesiánica: bandera discutida, señal de contradicción, y le revela también
que su alma será transformada en ese mismo proceso. La palabra de Dios,
cortante como hoja de doble filo, no la dejará indemne; también ella, como
Simeón tendrá que renunciar a sus antiguas expectativas y “convertirse” a su
propio hijo. Aparte del asombro que comparte con María, nada se dice de José,
secundario siempre en el relato de Lucas. Por último, la anciana Ana, que
cierra la reducida lista de profetisas bíblicas, no se resigna a morir sin más,
ni a quedarse en el Templo como hasta entonces, sino que a sus 84 años (12 x 7)
habla sobre el niño y su destino a todos los que esperaban la liberación de
Jerusalén.
Es esa Jerusalén la que está llamada a recibir al
mesías, pero ella espera verlo entrar como el Rey de la gloria, según las
profecías, como un fuego de fundidor, como una lejía de lavandero. Y fue
ciertamente lejía que llegó a blanquear incluso el temor a la muerte que nos
esclaviza a todos. Pero no lo hizo tal como estaba previsto, sino reduciéndose
hasta lo más pequeño, para luego crecer y desarrollarse como cualquier otro ser
humano. Él fue creciendo como todos, compartiendo con todos la experiencia
fundamental de ser persona y descubrir a Dios habitándole. Desde esa común
vivencia de lo humano es desde donde se vuelve a todos y desde donde puede transformar
las vidas de Simeón, Ana y María; desde donde nos llama para transformar las
nuestras.
Desde lo pequeño |
Gracias...
ResponderEliminar