02/05/2021
Sin ti no tiene sentido.
Domingo V Pascua.
Hch 9, 26-31
Sal 21, 26b-28. 30-32
1 Juan 3, 18-24
Jn 15,1-8
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Nos llama directamente la atención la
experiencia de Pablo: ha encontrado al Señor en el camino. De alguna manera le ha
reconocido y ya no es el perseguido, sino quien marca el camino. En sus
correrías Pablo conoció de cerca a esos herejes sectarios y de algún modo fue comprendiendo
que lo que ellos vivían se asemejaba mucho a la promesa que recuerda el salmo: “los
desvalidos comerán hasta saciarse”; “los confines del orbe” se han vuelto hacia
el Señor del que el nazareno habló durante toda su vida. Pablo veía como ante este
Señor se postraban las naciones de la tierra y comprende que también él, como
la ceniza de la tumba, se postrará reconociendo en el perseguido el
cumplimiento de lo prometido por la Palabra. Son las obras de quien encontramos
las que nos dicen quién es él. La vida de los hostigados le lleva de vuelta
hacia el Dios que había dejado olvidado bajo capas de fervorosa intransigencia.
Lo que las obras prueban es la validez, o no, de
la conciencia. La conciencia es inviolable, incluso la de esos que llamamos malos.
Esto no es relativismo. Es la realidad. En esta vida se encarna la verdad, pero
también es posible que la verdad resulte encubierta, amortiguada o ninguneada
por otras verdades parciales, por conveniencias, por requerimientos que tienen su peso y que tiran de nosotros en
otras direcciones. Cuando sabemos dejar todo eso atrás el amor se impone sobre
las palabras o las razones, encontramos la verdad y podemos tocar a Dios. Es el
amor recibido el primero en percibirse; el que no tiene en cuenta ninguna
obsesión persecutoria nuestra, sino que se vuelve siempre para abrazarnos y
decirnos: “menos mal que ya te dejas alcanzar. Me tenías en un sin vivir”. Conciencia
es el sitio donde reside Dios, donde Jesús se hace presente con toda su
humanidad a flor de piel y nos hace caer en la cuenta de nuestra verdad más
profunda.
Es en ese lugar donde la mutua permanencia y
referencia dará fruto abundante antes o después. El fruto es alimento; es obra
tendida al otro, al congénere, como yantar. Desde las ramas la fruta se ofrece
con ánimo de colmar todas las hambres. El sarmiento comparte savia con la vid,
sin reservarse nada. De la savia que le alimenta el sarmiento produce el racimo
que brinda al caminante. Es expresión viva del amor que le sostiene y es obra
que glorifica a Dios; que le reconoce en su obra y en el dinamismo que la
anima, que la mantiene y la hace evolucionar, que permite al mismo Dios
expresarse. Esto es creer en el nombre de Jesucristo; admitir que ese Jesús
perseguido fue realmente el Cristo, que no sucumbió en el fracaso sino que
reside allí donde puede hacernos vivir a todos: en la conciencia. Permanecer
unidos a él es hacerse disponible para dar fruto a partir de aquello que él nos
transmite; es querer derrumbar los muros para que todos puedan compartir la
casa común que no podemos privatizar. Es reconocerle en el camino y descifrar
su papel en nuestra vida y compartirlo: “Esto que me da también es para ti. Sin
ti no tiene sentido”. Por eso plantaré con él un árbol para que sus frutos nos
alimenten a los dos. Porque creo en él te comparto la savia que a él y a mí nos
hace uno en la esperanza de poder compartir la que os une a vosotros. Porque
cada uno encuentra al Señor en su propio camino, pero al compartirlo se hace
Señor de todos. Es imposible la comunidad sin las unidades.
Sin ti no tiene sentido. |
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