sábado, 5 de junio de 2021

QUE TODA LENGUA CANTE - CORPUS CHRISTI

 06/06/2021

Que toda lengua cante - Corpus Christi.

Ex. 24, 3-8

Sal. 115, 12-13. 15. 16bc. 17-18

Hb. 9, 11-15

Mc. 14, 12-16. 22-26

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El pueblo selló su alianza con Dios mediante la sangre de los animales sacrificados. La mitad de la sangre fue derramada sobre el altar, símbolo de Dios, la otra mitad sobre el pueblo después de refrendar asambleariamente esta alianza. Arropado por las doce estelas que representaban toda la historia anterior, el pueblo comprendió que el pacto exigía la aprobación personal y unánime de todos los presentes. No en vano, la alianza se comenzó como un acuerdo personalizado entre Dios y cada patriarca. No cabía aquí ninguna adhesión masiva. Y así fue. Y podríamos decir: “Pasó una tarde, pasó una mañana…” porque esta alianza colocaba a aquel pueblo de esclavos fugitivos en continuidad con la alianza primera; es una escena creadora; transformadora de la realidad.

Siglos más tarde, en el seno de aquel mismo pueblo se va a producir una nueva alianza. Ya no habrá inmolación de animal alguno, sino que un único hombre movido por el Espíritu eterno se ofrece a sí mismo para llevarnos a todos al culto del Dios vivo. Al culto que no delega ya en rituales ni en sangres ajenas sino que celebra el acercamiento de cada vida a la Vida; que crea; que transforma la realidad. La sangre es símbolo y fuente de vida. Dar la sangre es entregar la vida; hacerse pan para los demás. Jesús utilizó estos símbolos tan potentes para hacer comprender a sus amigos que tenemos la vida para entregarla a los demás. Sus amigos de hoy en día seguimos celebrando que él está presente cotidianamente en los mismos símbolos. Pero esa presencia real requiere un contexto: “donde dos o más os reunáis en mi nombre…” Reunirse en su nombre es asumir su misma forma de vida, ser pan, aceptando sus mismas consecuencias, derramar la propia sangre. Esto es difícil, por eso contamos, como él, con la ayuda del Espíritu. Por eso, en nuestras cenas compartidas invocamos la presencia del Espíritu para que descienda sobre los dones ofrecidos transformándolos en cuerpo y sangre de Cristo, a los que nos unimos personalmente. Esa invocación se llama epíclesis, Y, por eso mismo, después de esa primera volvemos a realizar otra epíclesis sobre la asamblea para que el Espíritu nos conceda la unidad. Esta segunda suele pasar inadvertida para muchos pero es importante porque sin unidad no puede haber acción de gracias. En esta familia, a la unidad la llamamos comunión y se establece entre nosotros y con cualquiera que en su situación concreta requiera que seamos para él comida hasta dar la sangre entera. Sin nuestra implicación personal ya no existe sacramento, todo queda reducido a un acto de magia, a un artificio en absoluto transformador sino, simplemente, continuista.

El cuerpo nos sitúa en el mundo, nos permite relacionarnos con él y las personas que en él están y Jesús se relacionó especialmente con todos aquellos que necesitaban cualquier tipo de ayuda. Estableció con ellos una relación de comunión y la común-idad cristiana entendió ya en los primeros tiempos que esos preferidos eran el altar de Dios. En ese altar Jesús ofreció su vida, no su muerte, por todos ellos y por todos nosotros; como Moisés, pero distinto.  Jesús inició la transfiguración de este mundo y nos pide a todos que nos reunamos en su nombre para continuarla, dejando atrás ritos antiguos de forma que toda lengua pueda cantar un aleluya en el que la fe, la confianza en el amor de Dios, supla todo aquello que la vista aún no alcanza a ver.


Que toda lengua cante


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