sábado, 17 de julio de 2021

CON ÉL Y EN ÉL. Domingo XVI Ordinario.

 18/07/2021

Con él y en él.

Domingo XVI T.O.

Jer 23, 1-6

Sal 22, 1. 3-6

Ef 2, 13-18

Mc 6, 30-34

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Estar con Jesús es ser pastor. No existe un retiro idílico en el que se pueda gozar a solas de su compañía. Embarcarse con él es dejarse alcanzar por todos aquellos que, buscándole, llegan desde todas las aldeas. El corazón de Jesús es tan sólo uno y en él cabemos nosotros al buscar refugio, pero no nos tiene destinado un descanso en aislamiento sino que nos brinda la ocasión de salir de nosotros mismos y ponernos a disposición de los demás porque esa es la manera de ser que él nos quiere enseñar. Es su propia forma de ser. Es Dios que se da y hombre que se realiza divinizándose. La divinización no es un endiosamiento, sino una participación en la naturaleza divina que ha participado antes en la nuestra mostrándonos cuál podría ser su perfeccionamiento definitivo.

Existen quienes se presentan como pastores, pero no hacen más que desparramar a las ovejas lejos de los pastos del Señor. Son quienes imponen mandamientos y se empeñan en mantener la distinción entre puros e impuros manteniendo el sometimiento a la Ley como signo de pureza. Así que será él mismo quien las reúna y las conduzca hacia fuentes tranquilas para reparar sus fuerzas y suscitará un vástago de la casa de David que practique la justicia y el derecho. No existe otro criterio para reconocer al verdadero enviado: justicia y derecho para las multitudes que de todas partes llegan buscando quien pueda consolarlas después de haber sido aplastadas por la exigencia de tanta norma. Nosotros ahora estamos en Cristo Jesús, nos hemos retirado con él y todo aquel que lo busque sinceramente terminará por encontrarnos porque ahí estamos: en los manantiales a donde él nos ha llevado, en la orilla en la que con él hemos recalado, pero no para aislarnos de la realidad en una burbuja dorada, sino para atender a los que llegan buscando, a los que la compasión de Jesús convoca igual que a nosotros. Jeremías profetizó que Dios iba a apiadarse de las ovejas diseminadas por los falsos pastores y Jesús, tan Dios como hombre, asumió como propia esa promesa. Su motor es siempre el amor por eso su justicia nunca es venganza, sino reparación de situaciones que perpetuán la injusticia y aumentan el sufrimiento de la gente. Descubrir a Dios, conocerle, es aceptar ser pastores los unos de los otros y reconocer que todos estamos reconciliados con él en una paz que estamos llamados a acrecentar.

Las separaciones y las fronteras no tiene ya ningún sentido; los retiros exclusivos tampoco; parapetarse tras los privilegios que nos hemos construido o heredado por azar, mucho menos.  Habitar en la casa del Señor es estar, como él y todos los que con él están, disponible para acoger a quienes llamen a la puerta y dispuesto a compartir con ellos, por años sin término, la plenitud en la que nos introduce. Ese sitio tranquilo es el ámbito en el que nos comportamos como Dios mismo lo haría; tal como vimos comportarse a Jesús. No es un espacio físico. Es un ecosistema que vamos creando al construir relaciones basadas en el compartir y en el acercamiento a los demás sin exigirles que cumplan normas ni condiciones que han quedado ya superadas por el amor que Jesús nos dejó como señal. 

 

Con él y en él

 

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