sábado, 21 de agosto de 2021

EL PUEBLO DE DIOS. Domingo XXI Ordinario.

 22/08/2021

El pueblo de Dios.

Domingo XXI T.O.

Jos 24, 1-2a. 15-17. 18b

Sal 33, 2-3. 16-23

Ef 5, 21-32

Jn 6, 60-69

Si quieres ver las lecturas pincha aquí

En la famosa asamblea de Siquem el pueblo decide que no seguirá a otro dios que al Señor que les ha liberado de la opresión egipcia conduciéndoles a una tierra que les ha dado en propiedad. Nuestro texto concluye muy pronto pues tras la decisión Josué recuerda que este Dios es exigente y no perdonará la deslealtad. Pese a todo, el pueblo insiste en su propósito y pacta la alianza con Yahweh. Jesús también utiliza un lenguaje exigente; así lo afirman sus propios discípulos y hasta tal punto llega la crudeza de esa exigencia que muchos de ellos le abandonan. Los que se quedan con él lo hacen convencidos de que no hay otro sitio, ni persona alguna, que pudiesen acogerles como Jesús lo hace. Y pese a todo lo que han visto junto a él quienes deciden retirarse se han visto superados por el temor a la exigencia. En este punto, la antigua alianza ofrecida por Josué parece llevar ventaja pues para aquellos israelitas no pesaron tanto las advertencias como las hazañas que Dios hizo en favor suyo. Afirman los exégetas que de las doce tribus clásicas no todas cruzaron el desierto y que ese pueblo idealizado nació al cohesionarse los peregrinos con otros grupos bajo un mismo culto que les proporcionaba identidad común. Por eso, no es que el pueblo se decidiera en masa por secundar el pacto, sino que de quienes decidieron adherirse a él surgió el pueblo.

La fe siempre ha sido el resultado de una decisión personal basada en lo que se ha visto y experimentado y en la aceptación clara de aquello que Dios pide. No tiene nada que ver con aceptar imposibles ni realidades invisibles. Clara y meridianamente la gratuidad de Dios reclama la fidelidad del pueblo. Este misterio nos lo conecta Pablo con el sorprendente misterio del amor humano. Todo se vive en referencia mutua. Si al uno se le pide sumisión, del otro se espera no sólo respeto, sino entrega absoluta. No es cuestión de quién ha de mandar o quien debe obedecer, sino de llegar a ser una sola carne dejando todo lo demás. Jesús y la Iglesia: una sola carne; Dios y el pueblo: una sola carne. Resalta aquí el valor del pueblo, de la asamblea. La fe no ha sido nunca una cuestión estrictamente privada. Es un asentimiento personal, porque todo pasa por la libertad de la persona y se enraíza en su fuero interno, pero se vive en el seno del pueblo como sujeto fundamental de una fe pública que se organiza según valores comunitarios que tienden a la realización del Reino de Dios; a la actualización del reinado de Dios que empezó ya, pero que nunca termina de llegar.

Jesús tiene palabras de vida eterna porque conecta la carne con el Espíritu; porque revela cómo el mero instinto se puede transformar en amor convirtiéndose así en instrumento de liberación para todos; porque fuera de él todo es percibido como una expropiación de la persona; porque aglutina y da sentido al pueblo como comunidad que hace realidad el cuidado del Señor por los suyos. Jesús siempre desinstala y nos coloca frente a un mundo alternativo que espera nuestra elección personal para poder existir. Ser cristiano es ciertamente cuestión de opción, pero no entre la condenación y la salvación personal, sino entre los privilegios opresores de unos pocos y la vida del pueblo. Esa primera elección sería abandono, idolatría; esta segunda es hacerse carne con Dios mismo que siente debilidad por todos los que van quedando atrás y a los que él llama a ser su pueblo.


El pueblo de Dios

Para Charo, Óscar y familia: Muchas gracias, majetes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario