18/06/2023
PASTORES. Domingo XI T.O.
Éx 19, 2-6a
Sal 99, 2-3. 5
Rm 5, 6-11
Mt 9, 36 – 10, 8
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El pueblo
de Israel tenía la conciencia de ser especial. Se sabía elegido, preferido,
apartado por Dios de entre todos los pueblos de la tierra. Es verdad que esta
percepción puede ser peligrosa y dar lugar a malos entendidos, pero también
pone de manifiesto los afectos de Dios que se elige un pueblo de esclavos, y no
una élite de ningún tipo. Decir esclavos es decir oprimidos, víctimas puestas
por otros en el peor de los lugares; allí donde nadie se pertenece a sí mismo,
sino que se cuenta entre las posesiones de cualquier otro u otra. A esta
población ninguneada, Dios le propone transformarse en nación santa; en pueblo
de sacerdotes, mediante la pedagogía que les muestra a través de su alianza y
de la voz que le hace llegar mediante sus enviados. Esta conciencia popular es
la que expresa el salmista. Como ya hemos dicho alguna vez, sacerdote es quien
pone a los hombres en contacto con Dios; no quien realiza ritos y ceremonias.
Que en este pueblo elegido surgiese un sacerdocio similar al sacerdocio al uso
en su época ente los demás pueblos no quiere decir que con él se agotara esa
realidad sacerdotal.
Jesús se
eligió doce discípulos como imagen del nuevo pueblo elegido. Este nuevo pueblo
es reunido entre la multitud que no encuentra guía ni consuelo en aquellos
antiguos sacerdotes que, con el paso del tiempo, habían venido a ser los
gobernantes del pueblo. A estos doce los envía a que recuperen las ovejas
descarriadas de Israel. Tengo que reconocer que llevo mal esta exclusividad
pero, tal vez, hable Jesús de ella para hacer patente que entre esa nación
santa, de la que las vicisitudes del tiempo y la historia habían apartado a los
samaritanos y que, desde luego, no se podía identificar con los gentiles, se daban
también situaciones que habían propiciado ese descarrío. En el seno de aquel
pueblo elegido se habían reproducido condiciones que condenaban a la esclavitud
a hombres y mujeres que era preciso recuperar. Esas ovejas deben escuchar el
mensaje decisivo: está cerca el reino de los cielos. Los mensajeros mismos
están tomados de entre esas ovejas y ellos han sido ya sanados, liberados de
espíritus inmundos, resucitados para una vida nueva, y alimentados con el pan
definitivo. Todo esto que ellos han recibido gratis, por pura misericordia,
deben entregarlo del mismo modo. Deben sanar como ellos han sido sanados,
alimentar como ellos mismos han sido alimentados, des-leprar tal como ellos
mismo lo han sido.
Pablo
ahonda en esta cuestión subrayando que Cristo murió por nosotros sin que lo
mereciésemos en absoluto. Si esa muerte, según Pablo, nos mereció la
reconciliación, ¡con cuánta más razón, -dice- estando ya reconciliados, seremos
salvos por su vida! La vida de Jesús es la que salva; sanar, alimentar, liberar
como él hizo y como él nos pide hacer es la raíz de la salvación. Para todos
aquellos a los que somos enviados porque descubrirán que no están abandonados a
su suerte; para nosotros porque nuestra vida cobrará propósito. Para ellos y
para nosotros porque juntos le encontraremos sentido a esta realidad que tantas
veces se nos antoja compleja y desnortada. Esta es la nueva alianza; se nos
llama para ser pastores y no un rebaño adocenado. No para vivir dependiente de
rabadanes, sino para convertir el propio don en báculo y salir al mundo para
liberar, sanar y alimentar. Somos salvados, no para nuestra propia salvación,
sino para la de los demás.
Pastores |
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