sábado, 21 de septiembre de 2024

DE ÚLTIMOS Y PRIMEROS. Domingo XXV Ordinario

22/09/2024

De últimos y primeros.

Domingo XXV T.O.

Sb 2, 12. 17-20

Sal 53, 3-6. 8

Snt 3, 16 – 4, 3

Mc 9, 30-37

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¿Será que nos duele que alguien sea tenido por justo porque con ello se nos hace de menos a los demás? Porque, desde luego, queda claro que si esa proclamación es de uno mismo estamos ante una desfachatez; una radical falta de humildad. El libro de la Sabiduría nos muestra hoy cómo frente a la pretensión del justo o la de quienes así lo proclaman las gentes de bien se abstienen de incurrir en errores dejando que sea Dios, juez inapelable, quien pronuncie el veredicto definitivo. Si de veras este es su siervo, él lo librará con el milagro que sea necesario. Por eso hay que ponérselo difícil; para que no haya duda. Para eso es omnipotente. Así quedará perfectamente claro si sí o si no. Por eso, lo mejor es no llamar mucho la atención; no destacar entre el rebaño y hacer lo que es costumbre sin preocuparse mucho más. No sea que nuestra innovación vaya a suscitar el recelo de quienes no sintiéndose capaces de condenar ni de juzgar dejan que Dios lo haga por ellos, pero con el procedimiento que ellos dictaminen. Existe, sin embargo quien, como el salmista, se pone en manos de Dios y sigue su fuero interno contra viento y marea. Su vida se mueve en otras coordenadas; sigue a otro metrónomo.

Es un compás muy similar al que presenta Santiago que hoy nos pone de manifiesto que muchas veces estamos orientando las cosas del modo equivocado porque lo que a la postre nos guía son nuestras pasiones. Según lo que ellas dicen declaramos guerras o firmamos alianzas; amamos u odiamos. También son ellas las que nos mueven a pedirle a Dios que satisfaga deseos que poco tienen que ver con su corazón. Por eso nunca nos llega lo que esperamos; porque esperamos lo que es contrario al amor de Dios. La malentendida omnipotencia divina no está para concedernos nuestro capricho sino para armonizar de forma justa una convivencia en la que todos cuidemos de todos. Dios es omnipotente en el amar.

El amor no es la felicidad que vives cuando te sientes querido. Esto es muy importante, por supuesto, pero el amor es más bien la capacidad de buscar la dicha del otro. La alegría de sentirse amado no es superior a la satisfacción de procurar el bien del ser amado. Este cambio de perspectiva le da otro sabor a las cosas y Jesús afirma que aquí está la clave de todo. Hay que dejar de lado las ínfulas con las que tantas veces nos autocoronamos. Del mismo modo que el quid del amor no es ser amado sino amar, lo crucial para alcanzar la excelencia no se cifra en medrar sino en servir. Servir a todos según Dios mismo sirve: haciéndose uno con los últimos. Eso eran los niños en tiempos de Jesús. Nada hay de candoroso en su afirmación. Acoger a los últimos es recibir a Jesús que fue uno con ellos y albergar a Jesús es guarecer al propio Dios que se desvive por sembrar la paz y anhela cosechar justicia. Lo que habitualmente se cosecha, sin embargo, son juicios encargados por la gente piadosa y celosa de las buenas costumbres, pero ajena a la verdadera sabiduría. En estos juicios, pese a lo que pueda parecer, Dios no calla, sino que se sitúa al lado del reo, porque ese ha sido el lugar que ha elegido siempre y no actúa para impresionar ni convencer a los fiscales sino para sostener a quien,  confiadamente, todo lo puso en sus manos porque su conciencia no le permitió poner nada en esas otras manos que prefieren amenazar y golpear a acariciar. 

 

De últimos y primeros (Niños en Gaza, 2021)

 

 


 

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