24/11/2024
Jesucristo, Rey del Universo.
Dn 7, 13-14
Sal 92, 1-2. 5
Ap 1, 5-8
Jn 18, 33b-37
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Es corriente que atribuyamos a las palabras o a los conceptos que estas representan el significado que tienen para nosotros. Es muy posible que de este modo caigamos en equívocos que pueden no ser pequeños. Tenemos hoy una de esas palabras complicadas: Rey. Cuando pensamos en reyes se nos va la imaginación a figuras históricas que no siempre obedecían los mismos estándares pero que, básicamente, pueden definirse por la capacidad de gobernar, por los enfrentamientos con otros reyes que arrastraban consigo a súbditos y territorios y la acumulación de riquezas. Todos ellos fueron también, está claro, seres humanos concretos con sus cualidades y sus debilidades. Fueron, como sus herederos aún en ejercicio son hoy, fruto de su época. Cada era tiene sus reyes. Los reyes actuales no son todos ellos soberanos políticos. Tenemos reyes y reinas de casi todo. Cualquier disciplina artística, especialidad deportiva o actividad que puedas imaginar tiene su figura regia y, si es necesario, tendrá también príncipes, princesas o cualquier otro grado heráldico que se requiera. Rey, dicho así en general, ha venido a ser cualquiera que es capaz de sobresalir en cualquier campo. Queda así claro que el criterio para reinar es haber alcanzado la excelencia.
Excelente fue sin duda Jesús, pero en categorías diversas a las que normalmente se valoran. Su reino no era de este mundo, dijo, porque si lo hubiese sido su guardia se habría comportado como la de cualquier otro reino; le habrían defendido y puesto a salvo, pero no fue así. Él se dice rey a sí mismo porque da testimonio de la verdad. Es otro tipo de reino; otra forma de ser rey. Nunca agradeceremos lo suficiente que en castellano lo real pueda tener ambos significados. Así, diremos que real es aquel o aquello que es lo que es, sin engañarse a sí mismo ni a los demás. Jesús muestra la verdad que él mismo es: un hijo de hombre que se presenta sin pretensión alguna como un sencillo artesano de una remota aldea que ha sido acusado y condenado por mostrar un rostro de Dios que desenmascara la mentira de las clases dirigentes. Son esas clases las que necesitan ahora la confirmación de una condena política que ratifique la peligrosidad de este rey y sancione la necesidad de eliminarlo.
Los cristianos que vieron terminar el primer siglo tenían la necesidad de un poder que les liberase de los excelentes poderes de este mundo. Estos sí, según los criterios que Pilato tenía en mente. Por eso escribieron sobre el inminente reinado de Jesús y rescataron las afirmaciones del salmista y las antiguas profecías pero más allá de esta expresión escrita supieron vivir como si Jesús fuese verdaderamente el rey de sus vidas. Nada había para ellos más real que este humilde campesino en el que descubrieron la carne del mismo Dios. Real porque se convirtió para ellos en norma de conducta, en camino a seguir, a partir de descubrirlo presente en sus vidas y comprender que les impulsaba a acercarse a los demás y no quedarse encerrados en casa o en sí mismos construyendo cortes privadas, reservadas a unos pocos. Jesús lo fue todo para ellos y ellos comprendieron que el poder dado a Jesús no era para el dominio, sino para el servicio. Solo con él y solo siendo como él fue podían ser todo lo que verdaderamente eran: seres libres frente a los que el mundo, la realidad total, se desvelaba en la misma medida que se entregaban a los hermanos trascendiendo cualquier frontera humana; derribando aduanas y cancelando aranceles.
Jesucristo, Rey del Universo |
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