05/01/2025 - Domingo II Navidad
No hay distancias
Si 24. 1-2. 8-12
Salmo 147, 12-15. 19-20 (R.: Jn 1,14)
Ef 1, 3-6. 15-18
Jn 1, 1-18
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El libro de Jesús Ben Sirá, que abre hoy la liturgia de la palabra no pertenece a la ortodoxia judía, sino que se cuenta entre los llamados deuterocanónicos. No todos los judíos los tenían en consideración. Por eso, la imagen que proponen de la Sabiduría habitando en medio del pueblo como un personaje de la corte celestial directamente enviado por Dios no era bien recibida por todos. Los primeros cristianos, en cambio, enseguida vieron en este personaje una prefiguración de Jesús. El salmista recuerda el papel principal del pueblo escogido como sede de la palabra de Dios. Jerusalén es la gran beneficiada, pero es un lugar cerrado para los demás. Esa palabra les trae bendiciones pero no parece que salga de sus murallas. También esta palabra será importante en la posterior experiencia cristiana.
Ambas realidades, sabiduría y palabra se unificaron en el término Logos, propio del evangelio de Juan. La Palabra de la que habla Juan es igual a Dios y es enviada para que habite en medio de su pueblo ocupando el lugar mismo de Dios. Puso su morada entre ellos; allí acampó, tal como Dios acampaba en la tienda del encuentro. Pero vino haciéndose carne; asumió la condición propia de la humanidad. Así, la fragilidad pasó a ser una nueva condición divina, pero con esta debilidad acogió también la capacidad de crecer. Dios vive en permanente salida de sí. Eso es el amor. Por amor crea lo distinto de sí mismo en un proceso del que el ser humano es su más alta realización hasta la fecha. El amor no tiene fin, es decir, no se conforma con lo ya hecho. Cualquier pareja de humanos que se mantienen verdaderamente unidos a pesar de las dificultades y trajines de los días sabe que su amor no es ni mucho menos como el del principio. Tampoco Dios se conforma con el inicial enamoramiento floral sino que se entrega más aún y se hace uno como su obra. Siendo humano, crece como humano mientras que, como Dios, adquiere perspectivas nuevas. La divinidad no es una condición estática e inalterable. Dios es gerundio. De alguna manera, también él está creciendo; ve el mundo con nuestros ojos para enseñarnos a verlo con los suyos.
El autor de la carta a los Efesios insiste en que todo debe redundar en alabanza de Dios. Él nos bendijo, eligió y destinó, pero nosotros hemos creído durante mucho tiempo que lo hizo en exclusiva. Cometimos con ello el mismo error que podemos leer en la comprensión del salmista o percibir en el rechazo del Sirácida. Por eso se ora por los efesios, para que el Padre de la gloria les dé espíritu de sabiduría y revelación para reconocer la presencia de la Palabra incluso en los lugares más insospechados. Como ellos, nosotros somos llamados a una esperanza que reconozca la luz verdadera. Posiblemente quienes no la recibieron habían quedado presos de su propio modelo de Dios. También nos pasa a nosotros, que si no es como nuestros libros, estampas, películas o ideas nos lo presentan nos cuesta reconocerlo. Quien ha borrado la distancia entre él y nosotros no va a dejarse apresar en una imagen, sino que esperará que le encontremos en el mismo gerundio que él es y que anula cualquier separación o dualidad. Solo podremos encontrarle en el amor sencillo de lo cotidiano hacia todos aquellos con los que nos encontramos porque solo en ellos nuestra propia y más íntima verdad podrá reconocerse. En nuestro encuentro con ellos Dios se encuentra a sí mismo y nos hace uno solo.
Oswaldo Guayasimín, El abrazo (1988-1989)
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