07/11/2025 – Dedicación de la Basílica de Letrán
Somos y vamos
Ez 47, 1-2. 8-9. 12
Sal 45, 2-3. 5-6. 8-9
1 Cor 3, 9c-11. 16-17
Jn 2, 13-22
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Coincide en este domingo la conmemoración de la dedicación de la Basílica de Letrán. Es la catedral de Roma y su sede episcopal. Es una fiesta que habla de asentamiento, pero también de edificación; de institucionalización y de dinamismo. Como ya sabemos, Dios supera siempre nuestras divisiones y, con ellas, todas nuestras diferencias. Está siempre ofreciendo odres nuevos, aunque nosotros nos empeñemos siempre en remendar los viejos.
El libro de Ezequiel se cierra con la larga exposición de una visión en la que, estando todavía en el exilio, Dios le muestra lo que se interpreta como el futuro de la tierra de Israel. Sobre un monte ve una ciudad desconocida y en ella un Templo del que manará un agua que lo recree todo dando a luz una vida nueva, fecunda y definitiva. El salmista, años antes, había escrito ya sobre la alegría que el agua confiere a la ciudad de Dios y acerca de la protección que él extiende sobre ella y sus habitantes. En esta perspectiva, el Templo es fuente de vida.
Para cuando llegó Jesús esta afirmación había sido ya tergiversada y el templo ejercía una función económica. Era, ciertamente, fuente de vida, pero no para todos. Jesús no puede soportar esta realidad y se revela contra ella. Y lo hace de forma inconfundible; sin medias tintas ni ambigüedad ninguna. Queda perfectamente clara su postura y, de paso, nos dice cómo entiende él la relación con Dios. Nada tiene que ver con lo comercial porque es imposible comprar a quien se ofrece libremente; no puede valorarse con moneda alguna de este mundo porque todas ellas carecen de valor; necesita espacio e intimidad a la vez y, para que nadie pueda volver a caer en este error, él mismo se ofrece como Templo definitivo. Nadie allí le entendió, claro. Hubo que esperar hasta la Pascua para que esto comenzara a comprenderse. A partir de entonces concluyó la necesidad de espacios reservados porque Dios andaba ya libre por las calles y los campos. Si no lo contuvo el sepulcro cómo iban a retenerle las paredes de los templos; si de veras se rasgó el velo, no quedan ya espacios inaccesibles; no hay reserva con la que negociar. Más tarde, Pablo extraerá todavía más jugo a sus palabras y dejará claro que todos somos templos en construcción. Nos pide poner a Jesucristo como buen cimiento y dejar que el Espíritu de Dios habite en nosotros. Así se hace imposible el inmovilismo, aunque la cosa se institucionalice no quedará reducida a una caricatura.
Somos templos; obra que Dios pide permiso para realizar. Si aceptamos nos pide ser, como todo buen templo, lugar en el que él pueda encontrarse con los demás. Ser templos es dejar de lado cualquier otro interés que no sea erigir este espacio de confluencia. Que todos puedan ver a Dios en mí; que pueda transmitir el agua que fecunde cualquier vida por muy gastada que esté. De este modo, caemos también en la cuenta de que yo soy Templo, pero los demás también. No me encuentro yo con Dios en la privacidad para poder entregarlo luego a los demás, sino en el santuario en el que el otro y yo descubrimos la insuficiencia de nuestros antiguos odres. El dinamismo del espíritu me invita a ir hacia los demás. Soy y voy; ese es el movimiento que, en mi encuentro con el otro y Dios nos libera y construye a ambos. No importa que sea imperfecto, porque no es mi esplendor el que edifica; estoy siempre en camino hacia la culminación que nos llegará de ser lo que somos en ese encuentro con los otros y de aceptar, juntos, el cimiento y el dinamismo que el arquitecto nos propone.

Basílica de San Juan de Letrán (Roma)
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