[San Jorge]
Hch
2, 42-47
Sal
117, 2-4. 13-15. 22-24
1
Pe 1, 3-9
Jn
20, 19-31
Aceptar el don que ofrece Jesús, volverse
permeables al Espíritu, es descubrir en sus heridas que el ídolo que teníamos
por Dios ha marchado para no volver ya. No puede haber más Dios que éste que se
empequeñece hasta dejarse matar en una cruz. Sólo el verdadero Dios podría ser
capaz de ofrecerse vulnerable para vivir desde la fragilidad su relación con
nosotros. Desde que resurgió del sepulcro nos está llamando a vivir del mismo
modo, porque esa es la única manera de transfigurar el mundo: darle un vuelco
que lo acerque al destino en el que está llamado a florecer.
Para ello se nos hace cada vez más
necesario confiar en la mediación de la comunidad. A ella le ha dejado Jesús lo
fundamental de su obrar: perdonar, tal como él lo hizo hasta el último momento.
El perdón es la única herramienta capaz de salvar al mundo. Al buen Tomás, como
a tantos, le costó creerlo por boca de otros y tuvo que verlo personalmente. Como
a él, esa fraternidad que rompe con las normas del mundo y le ofrece nuevas
pautas de conducta, haciendo del amor que en su seno se tienen unos a otros, elemento
exportable y punto de apoyo para sus propios miembros, nos dice que hemos sido regenerados
para una esperanza viva y nos invita a aceptar ser semilla de esa misma
esperanza. Sabemos que lo definitivo está aún por llegar, pero estamos
convencidos de que lo transitorio puede ser ya señal y simiente de lo venidero
en la misma medida en que lo vivimos desde nuestra renuncia a la lógica del
mundo y el empequeñecimiento de nuestras grandes ideas sobre aquel dios
fantástico y terrible, anunciador de juicios y apocalipsis.
Dios vive oculto en las llagas del mundo.
El resucitado, como todos los inocentes pisoteados, mantiene sus estigmas porque
su memoria y la de sus muertes no pueden desvanecerse ante el milagro. Dios
sólo habita ya en las heridas de la humanidad, desde ellas, su misericordia eterna
no deja caer en el vacío a los olvidados. Desde esas heridas nos convoca para
sanarlas con el perdón y el reconocimiento de la historia y el papel de cada
uno.
A todos nos queda por matar el dragón
propio de nuestros mitos, de nuestras ideas preconcebidas y de nuestros dioses
domesticados. Aceptar el don de Jesús es abrir la ventana y dejar que la
corriente se lleve todo ese lastre.
"...al Cordel de la Esperanza, sólo soy:
ResponderEliminarUn grano, una hoja, una suave brisa, un intento de amor,una ofrenda, mi vida, mi corazón..."