03/06/2018
Cuerpo, comunión y unidad
Corpus
Ex 24, 3-8
Sal 115, 12-13. 15-17
Heb 9, 11-15
Mc 14, 12-16. 22-26
De nuevo la sangre. Pero ahora, de una forma
completamente distinta. En la antigua alianza la sangre provenía del exterior,
era algo ajeno a lo que se le concedía un valor sustitutivo y debía ser
derramada sobre el altar y sobre el pueblo. Era, sobre ellos, signo de
consagración y recuerdo permanente de su compromiso. Un recuerdo no siempre efectivo,
parece ser. Ahora, en cambio, la sangre procede del interior, es entregada
libremente y es derramada sobre el mundo quedando también sobre la víctima como
testimonio de esa entrega personal. Mundo y hombre quedan unidos por la sangre
y es ella la que habla de su destino común. No son ya una diversidad que debe relacionarse
como vergel y jardinero. La creación ha encontrado su unidad. Y esa unidad
tiende a expresarse en la igualdad, en la fraternidad y en la solidaridad. El
mundo es casa común de todos y donde no lo es, tan solo la sangre personal, la
entrega voluntaria de cada uno, puede obrar el milagro de transformar la
negación de esa realidad que origina el pecado en ocasión de reencuentro y
sanación.
Descubrimos en Jesús esa capacidad de entregarse
personalmente en cada pequeño gesto hasta llegar a consumar totalmente su vida.
Él clausuró la especulación económica con que la aristocracia sacerdotal
llenaba sus arcas al negociar con animales para el sacrificio ritual poniéndose
en el lugar de la víctima. El pan partido y compartido es el símbolo de esa
vida entregada, el vino lo es de la medida de esa entrega. Ya no hay sacrificio que pueda expiar el mal
causado. Existe siempre una víctima real, aunque a veces no le reconozcamos más
que un valor colateral. En una mentalidad presidida por el Talión, el
victimario no tendría otra forma de reparar la afrenta que someterse
personalmente al mismo mal causado. Pero, puesto que toda afrenta al ser humano
lo es también a Dios, surgió el sacrificio vicario de animales u otras ofrendas
para expiar la culpa. Sin embargo, las víctimas fueron olvidadas en esta
transacción. Jesús interrumpe esta cadena y vive su vida entre las víctimas del
mundo, denunciando esa ritualidad vacía. Con una opción clara y rotunda, vive
en unidad con el Padre, acompañando a sus preferidos, sin ira ni revanchas,
hasta morir perdonando.
Desde nuestra perspectiva pascual es fácil adoptar
una perspectiva triunfalista, pero para Jesús esa perspectiva quedaba aún bastante
difuminada. Muchas veces, también es esquiva para nosotros pues el mal parece
seguir triunfando. El derrotismo es la llave para la pasividad. Celebramos hoy
la fiesta del Cuerpo. La realidad humana de Jesús le puso en contacto con los
demás. En su cuerpo Dios y el hombre vivieron en comunión. Nada hay más físico
que el cuerpo y la sangre, nada nos hermana más a los demás y al mundo. Es la
realidad que compartimos la que sustenta nuestra unidad. Unidad de Dios, de
cada ser humano, del pueblo y del mundo. Rescatemos nuestro cuerpo, nuestra
fragilidad, de la prisión de una
espiritualidad desencarnada que pretende transportarnos a un mundo
irreal que se agota en los dorados y los inciensos. El Espíritu y la Verdad tan
sólo podemos vivirlos y compartirlos corporalmente, compartiendo nuestra
debilidad, nuestra transitoriedad, nuestra unidad, aunque nada parezca cambiar
a nuestro alrededor.
Cuerpo, Comunión y Unidad. Foto: Carlos Furman |
Gracias Javier
ResponderEliminarA ti, Carmen.
EliminarUn abrazo.