18/08/2019
La alternativa.
Domingo XX T.O.
Jer 38, 4-6. 8-10
Sal 39, 2-4. 18
Hb 12, 1-4
Lc 12, 49-53
Para cualquier profeta es molesta su vocación. Se
hace imposible mantenerse fiel a la Palabra y cosechar el éxito tal como el
mundo lo entiende. Así son las cosas: dime cuanto éxito y reconocimiento
consigues y te diré cuán lejos estás del reino de Dios. Todo verdadero profeta
es incómodo. Es, en verdad, lo más parecido al tábano que nunca puedes abatir y
siempre termina por morderte. A Jeremías, en esta ocasión, quisieron sepultarlo
vivo en el lodo y Jesús anuncia que ha venido a traer fuego para incendiar este
mundo. Pese a su maltrato, Jeremías no varió su postura ni un ápice, dando
testimonio de fidelidad a la misión recibida y Jesús, siendo plenamente fiel,
se muestra además impaciente por que el mundo arda. Fidelidad e impaciencia son
características propias de los enviados. Y han sido cientos los enviados que
nos precedieron. Todos ellos conforman esa gran nube de testigos que nos sirve
de modelo. Tal como ellos hicieron, corramos también nosotros nuestra propia
carrera a imagen del propio Jesús que nos precede a todos.
Y sigamos el ejemplo de Jesús para todo. Lo que
Jesús vino a ofrecer fue una alternativa: la gran alternativa. En su tiempo, la
sociedad se había desarrollado dejando fuera a gran cantidad de gente que se
veía obligada a subsistir como pudieran. Aunque ahora, nosotros, estamos mejor
que ellos, no hemos conseguido superar ese lastre tan descorazonador. No sólo
no lo hemos superado sino que, entre todos, lo hemos universalizado. En tiempos
de Jesús era corriente que la organización religiosa conviviese más o menos
pacíficamente con esta realidad pese a que los profetas llevasen años
criticando esta situación. Aunque ahora, entre nosotros, nadie podría
honradamente hablar de un desentendimiento de las instituciones religiosas
respecto a las necesidades del mundo, sí podríamos plantear la cuestión acerca
de cómo entendemos la religión para haber hecho de ella algo tan alejado de la
simplicidad del evangelio: “Que todos tengan vida”.
Si Jesús tenía prisa por quemar el mundo no era por
desertizarlo, sino por eliminar el rastrojo que impedía convertirlo en un
terreno verdaderamente fértil. Jesús ofrece la alternativa que el Padre le ha
revelado; la alternativa a nuestra primera respuesta. Dios habla, se revela de
distintas maneras y el ser humano construye su respuesta con lo que tiene a
mano, con aquello que conoce. Toda religión es una respuesta humana y es
limitada, y por algún lado falla. Jesús ofrece su alternativa: deja atrás todo
aquello que ya sabemos que no funciona y, en su lugar, coloca en el centro al
ser humano más empobrecido y desvalido y de ese último ser humano te llegará el
único reconocimiento seguro para confirmar tu andadura por el buen camino. Esa
es la verdadera religión predicada por todos los profetas y el criterio de
autenticidad. Ya sea que hablen bien o mal de ti, pregúntate quien lo hace y
tendrás tu respuesta. Antes de aceptar premios o reconocimientos, pregúntate
quién te lo ofrece y si con eso los últimos avanzan mucho o poco. Al profeta
auténtico le queda tan sólo el consuelo del salmista, saber que Dios le
levantará de la fosa, pero le sigue consumiendo la impaciencia por ver el mundo
arder. El motivo de la impaciencia de Jesús es poner fin al sufrimiento de
tantos, porque ese es el fin de cualquier religación con lo divino: Que todos
sonriamos juntos.
La alternativa |
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