12/01/20
Sin peladillas
Bautismo del Señor Para ver las lecturas pincha aquí
Is 42, 1-4. 6-7
Sal 28, 1a. 2-3a. c-4.
3b. 9b-10
Hch 10, 34-38
Mt 3, 13-17
Concluimos definitivamente las fiestas de Navidad
con esta memoria del Bautismo de Jesús y encaramos ya el tiempo en el que se
hace presente a los ojos del mundo. Hemos condensado en el período navideño lo
que tradicionalmente se ha conocido como la vida oculta de Jesús y que abarca
la mayor parte de sus días. Pese a la enorme literatura que esos años han
generado, no podemos decir nada seguro acerca de ellos.
Lo que queda fuera de toda duda es que en ese
tiempo Jesús fue asimilando y aprendiendo todo lo que después habría de aflorar
en su vida para chocar con la práctica judía de la Palestina del siglo I. En
esas coordenadas, la familia era el pilar fundamental de una sociedad
estructurada tribalmente. Renunciar a tu familia era una afrenta imperdonable.
Y Jesús renunció a ella. Los evangelios se detienen en mostrarnos episodios de
incomprensión entre Jesús y sus hermanos, incluso con su madre, que pueden interpretarse
estilizada e ideológicamente, pero que evidencian la tensión existente entre
ellos. Ese Jesús que da la espalda a su familia para seguir la voz de Dios baja
hasta el Jordán para ser bautizado por Juan y allí el mismo Dios lo recibe como
Hijo y derrama sobre él el Espíritu Santo. Ya desde el principio de su misión,
Jesús fue un rompedor y los cristianos de la primera hora insistieron en que lo
principal del personaje es que “pasó haciendo el bien”. Pudo ser, ciertamente,
un signo de contradicción, pero lo
principal es que su vida se volcó en los demás y que el Padre estaba con él. De
no ser así, hubieran sido imposibles las obras que él realizaba.
Para Jesús el bautismo supuso un punto de
inflexión. Lo que el bautismo simboliza es la muerte y la resurrección. Jesús
murió a sus viejas tradiciones y, tomando de ellas aquello que lo había
conectado con el Padre, las depuró hasta hacerse receptáculo del Espíritu sin
reserva alguna, hasta resucitar como hombre nuevo para donarse por completo. Pero
este fue su proceso personal. Sus amigos y familiares, la gente más próxima a
él vivió su propio proceso con su propio ritmo. Algunos de ellos creyeron fascinados
en el mensaje que entendieron y le siguieron en vida sin acabar de comprenderlo
del todo. Tras la conmoción de la Pascua toda su perspectiva cambió gracias a
la intervención del Espíritu y vieron en
las antiguas profecías, tal como la que hoy leemos de Isaías, el anuncio de
Jesús y la confirmación de sus acciones.
La traslación a nuestras vidas de hoy es evidente: ¿Qué
es lo que en mi tradición me acerca a Dios? ¿Qué hay en ella a lo que tengo que
morir? ¿A qué nueva dimensión me abre esa fractura? El bautismo de Jesús no fue
una celebración en la que se repartieran peladillas, sino la confirmación de su
ruptura con lo anterior y el estreno de un nuevo modo de entender el mundo: el
cumplimiento de toda justicia. La justicia de la que Mateo nos habla aquí no
tiene que ver con cuestiones jurídicas, sino con el descubrimiento de un nuevo
modo de nivelar el mundo, de hacerlo concordar con la idea original de Dios. Es
ésta la manera de hacernos lo que somos: Hijos de Dios. Tomar en nuestras manos
el rumbo de nuestra singladura, hacernos responsables de nuestra acción y
asumir como propia la llamada universal de Dios dejando atrás aquello que nos
aleja de ella. Así podremos entonar a coro el mismo canto que el salmista y
cantar la gloria que se descubre en la vida plena de todos los hombres.
Sin Peladillas |
Gracias Antonio. No se que necesitariamos hoy para renovarnos; desde luego peladillas no
ResponderEliminarGracias a ti
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