05/07/2020
Dándole la
vuelta al mundo
Domingo XIV
T.O. Si quieres ver las lecturas pincha aquí
Zac 9, 9-10
Sal 144,
1-2. 8-11. 13cd-14
Rm 8, 9.
11-13
Mt 11, 25-30
Efraím fue el hijo menor de José. El mayor fue
Manasés. Estos dos nietos de Jacob pasaron a ser hijos suyos pues él mismo los
bendijo como tales y terminaron sustituyendo a su tío Leví y a su propio padre en
el listado de las doce tribus. Efraím era, pues, parte del pueblo de Israel; no
era ningún enemigo peligroso. Y sin embargo este rey humilde que llega montado
en un asno destruirá sus carros y eliminará también los caballos de Jerusalén.
Y no contento con eso acabará con los arcos de los guerreros… Este rey que
llega diciendo ser manso va a terminar con el producto de la alianza guerrera
de las tribus: ni caballos, ni carros, ni arcos. El resultado será, en la
mentalidad profética, un giro completo a la manera de comprender esa alianza y
al modelo de sociedad, de reino y de país resultante. Así pretende instaurar la
paz de un confín del mundo al otro. Esto no hay quien lo entienda.
El modo habitual de proceder con el que el rey
dócil se ha propuesto terminar produce un modelo de desarrollo cuyo fruto
residual es un gran número de gente que termina olvidada en las cunetas,
abandonada por completo a su suerte. Entre todos esos abandonados existen los que,
como el rey, son mansos y humildes. Ellos son los pequeños, los sencillos que
encontrarán lógica en esta acción porque han comprendido que el método habitual
de construcción no es bueno ni sostenible ya que por óptimos que sean sus
resultados produce una gran cantidad de miseria. Y están decididos a no hacer
lo mismo aunque pudieran.
Jesús dice que él acoge a todos aquellos que están
cansados y agobiados; que a todos ellos les aliviará de su carga. No es que él
esté planteando una vida fácil para nadie. Lo que sí ofrece es una vida
respetuosa y acorde con la dignidad de cada uno. Humilde, como el rey llegado a
lomos del asno, es quien se reconoce verdaderamente, sin añadir ni quitar nada
a su dignidad de hijo de Dios, sin alimentar imágenes desproporcionadas ni
restarse valor; quien no pretende pasar por encima de nadie ni alberga
intenciones ocultas frente a los demás; quien respeta a todos por ser imagen
viva de Dios y compartir con ellos el mismo centro que los hermana y transforma
en un sólo pueblo. Esto ya es difícil en una vida normal, pero mantenerse
humilde en el sufrimiento lo es mucho más. Es no negarse ni su dignidad ni el
valor que le es propio ni negársela tampoco a los opresores sin por eso dejar
de exigirles aquello que es justo y querido por Dios; es no conformarse con lo
que hay y buscar siempre una salida digna para todos. Ellos, los que han
sufrido el peso de yugos impuestos por otros comprenden que ni el poder ni el
de la autoafirmación excluyente llevarán a nada bueno.
Por todos ellos da gracias Jesús al Padre, porque
él les ha revelado el rostro verdadero de Dios y lo han conocido al aceptarle y
creer en él; porque le están dando la vuelta al mundo renunciando al impulso de
la carne que les llevaría a imponerse por encima de todos y seguir en la
dinámica de los carros y los arcos y, por el contrario, viviendo según el
Espíritu están dando al traste con ese orden antiguo. Así proclaman la gloria
del reinado de Dios construyendo una realidad diferente según la aprenden del
Hijo, el revelador del Padre que les introduce a todos en ese amor filial según
van aceptando su yugo llevadero y su carga liviana.
Dándole la vuelta al mundo |
Salvación que no cesa, vertida nos ad*vierte...
ResponderEliminarAbriendo camino, dilatando la mirada