sábado, 13 de noviembre de 2021

FRENTE AL MAL. Domingo XXXIII Ordinario

 14/11/2021

Frente al mal

Domingo XXXIII T.O.

Dn 12, 1-3

Sal 15, 5. 8-11

Hb 10, 11-14. 18

Mc 13, 24-32

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Acercándonos ya al final del año la liturgia nos presenta textos que actualizan el sentimiento de inminencia con el que vivieron nuestros primeros hermanos. Heredaban la tradición apocalíptica cultivada por el pueblo judía que señalaba la clausura de este mundo para postular un paso más en el proceso vital de la realidad. Contrariamente a otras concepciones contemporáneas la tradición judeocristiana renunciaba a interpretaciones cíclicas de la vida. Pero así se abría también a la posibilidad real del abismo de la que escapaban esas otras traiciones. Frente a ese abismo desplegaba su confianza radical en la unidad del origen y el destino que se enlazaban por un proceso que daba sentido a  la existencia del ser humano.  Pero ese final, sin embargo, estaba irremediablemente marcado por la angustia, por la persecución y la muerte.

Israel esperaba la irrupción de un angelical enviado divino, no humano, que frente al acoso y la persecución salvase a todos los inscritos en el libro, aunque ya hubiesen muerto hacía años pues desde siempre sabía que Dios no tiene rival alguno. Por eso el salmista puede cantar pidiendo ayuda con imágenes tan esperanzadoras. La esperanza última de Israel era que los sabios y los justos vivirían para siempre. Eran los que compartían la sabiduría de Dios y vivían de acuerdo a ella y quienes hacían de su vida un ejercicio real de justicia. Aunque no podamos precisar cuándo fue escrito el evangelio de Marcos se data ordinariamente entre el año 60 y el 70. Fue una década convulsa que culminó con la ruina de Jerusalén y la destrucción del Templo. Para cualquier judío piadoso eso era el final del mundo conocido y para los primeros cristianos también. Pero ellos vivían ya sus propios tiempos recios de malentendidos y persecuciones y lo que anhelaban era el fin de sus sufrimientos. El retorno a la apocalíptica resultó natural. Jesús aparece hoy hablando en un tono consolador de las señales que presagian el final. Pero el enviado divino no es ya un ser celestial, sino el  hijo del hombre, un ser humano que tras alcanzar a Dios no da la espalda a sus hermanos. Y sus palabras son verdad que permanece sobre todo lo que pasa porque son, ante todo, auténticas: reflejo de su propia vida; de su intención y de su acción a favor de los seres humanos más ninguneados de su tiempo; de la acción de Dios que él asume como propia.

Frente al mal del mundo que nos parece tan invencible como inevitable tan sólo existe el recurso a la humanidad, a la energía y naturaleza que nos define. Tan sólo el ser humano concreto puede vencer esa fuerza maligna que identificamos como inapelable. El ser humano que vive atento al corazón de todos los demás y practica la justicia como forma concreta de amor político que no deja caer a nadie. El pecado no debiera tener ya ningún poder en este mundo porque Jesús lo venció con una sola ofrenda perfeccionando para siempre a los que, en su propio proceso, van siendo consagrados y, donde hay perdón, no hay ya ofrenda por los pecados. Tal vez convendría ir dejando de mirar al cielo y subrayar que la narrativa apocalíptica de origen cristiano pone toda su esperanza en Jesús el Cristo, el hombre que fue encarnación de Dios pero que nunca dejó de ser hombre.  El hombre que nos hizo conscientes del perdón de Dios que debería liberarnos del lamento y llevarnos a asumir como propia su misma causa.


Frente al mal


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