sábado, 20 de noviembre de 2021

VERDAD Y LIBERTAD. Domingo XXXIV Ordinario. Jesucristo, rey del universo.

21/11/2021

Verdad y libertad

Domingo XXXIV T. O. Jesucristo, rey del universo.

Dn 7, 13-14

Sal 92, 1-25

Ap 1, 5-8

Jn 18, 33b-37

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Llegado ya el final de año nos asomamos a la antigua promesa referente al reinado de Jesús sobre lo real porque, según la Escritura, ese será el final de todo. Más bien, será un nuevo comienzo que implique el ocaso de este mundo que conocemos. La expresión “este mundo” lleva toda la carga negativa que Juan le da siempre.  Equivale a todo lo malo que podemos encontrar por aquí. El fin del mundo es el fin de la maldad. A este lenguaje apocalíptico hay que buscarle sentido más allá de la plasticidad de sus imágenes. Parece que en el momento de ser escritas, estas palabras querían tener un efecto balsámico en nuestros primeros hermanos, acorralados por las autoridades de ese mundo maléfico. Ahora, sin embargo, podemos aplicárnoslas a nosotros mismos pero, por favor, renunciando a cultivar esa conciencia de persecución u hostigamiento que parece ir creciendo según aumenta se agranda el vacío de los templos. Ya no hay necesidad de esconderse sino, precisamente, de todo lo contrario.

Apliquémonoslo a nuestra profundidad más íntima. También nosotros tenemos un mundo que vencer. Somos personas concretas y siempre en camino. Salimos a encontrarnos con el mundo con una idea de lo que significa ser humano concretada en aquél que Daniel vio venir entre las nubes para ser coronado rey en un reino sin fin. La tradición cristiana vio en él la prefiguración de Jesús apoyándose en el hecho de que el propio Jesús hablaba de sí mismo como del Hijo del hombre. Un ser humano corriente cuya mayor virtualidad es que hace suya la voluntad del Padre sin que eso merme su ser sino permitiéndole ser, precisamente, él mismo en mayor profundidad. Gracias a él ya no somos simplemente un pueblo, sino un pueblo de sacerdotes que toman lo real entre sus manos para acercarlo al Padre. La realeza de Cristo es comprensión y transformación de la realidad para borrar de ella la maldad que la aprisiona. No por prurito de pureza, sino porque al eliminar la maldad se hace perceptible el rostro de a bondad. Jesús el Cristo, nos dice Juan, es el primogénito de ente los muertos y, como tantas otras veces, podemos hablar de muertos reales que pueblan aún las fosas y los márgenes  de nuestro mundo. Posiblemente este sería el sentido primigenio. O podemos hablar de quienes se esfuerzan en morir a sus egoismos y surgir desde el abismo para encarnar nuevas formas de ser y reinar sobre sí mismos y sobre el mundo.

Son éstos últimos quienes con más autenticidad exigen justicia para esos otros muertos, para los abandonados o eliminados y sepultados a toda prisa. Son ellos los testigos de la verdad que, como Jesús ante Pilatos, reclaman, sin temor por su vida, un mundo nuevo, una nueva forma de entender las cosas que se ajuste a la visión y el amor del propio Dios. No habrá ayuda que llegue desde fuera porque eso exigiría que este mundo abriese puertas que clausuró hace ya mucho tiempo. La libertad que nos constituye nos hace capaces de construir un mundo verdaderamente nuevo o de arrasar con todo. La verdad lleva el nombre de todos los que no se encierran en sí mismos y viven vueltos hacia los demás. Es el contrapeso que sitúa al mundo en rumbo a su transfiguración en la misma medida en que todos nos dejamos transfigurar por ella.


Verdad y Libertad


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