sábado, 4 de marzo de 2023

ASCENSOS Y DESCENSOS. Domingo II Cuaresma

 05/04/2023

Ascensos y descensos.

Domingo II Cuaresma

Gn 12, 1-4a

Sal 32, 4-5. 18-20. 22

2 Tm 1, 8b-10

Mt 17, 1-9

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Los discípulos ya habían dejado su casa para seguir a Jesús. Estaban convencidos de que era alguien grande, especial. Tan importante como Moisés y Elías y se pensaban ya a resguardo. Su experiencia les confirmó que Jesús estaba en continuidad con la ley y los profetas. Ese era terreno conocido para ellos. Todo estaba bien. Era lógica su tentación de acampar en la cima; habían culminado su meta. Sin embargo, ahora van a hallar un nuevo comienzo. En el seguimiento no existe la meta pues ésta solo puede ser Dios mismo y él es infinito, inabarcable. Nunca podrá sondearse su profundidad. Por esa misma razón, la invitación de Dios a Abraham sigue abierta. Permanentemente llama a salir de la casa del padre, allí donde ya lo conocemos todo y estamos a gusto. El Tabor fue para aquellos apóstoles esa casa.

Ahora, no obstante, la revelación de Dios les muestra que esa sensación de comodidad es engañosa: “Este es mi Hijo amado…” este se parece a mí; es como yo… En la antigua tradición judía, hijo era quien se parecía a su padre; quien no desmerecía esa semejanza y actuaba, más que en nombre de su padre, como él mismo; quien se hacía uno con él. Así, los discípulos entienden que Dios mismo les dice: este hombre que veis aquí, ha llegado a ser yo mismo… “escuchadlo”. El temor, reacción propia de todo buen israelita que temiese morir al ver el rostro de Dios, se apodera de ellos y se postran sin atreverse a levantar la vista. Jesús les hace incorporarse para volver al mundo real para, como se le dirá años más tarde a Timoteo, trabajar por el evangelio. Está ya cercano el alcance universal de la bendición a todas las naciones de la tierra prometido a Abraham. Es su actitud de permanente disponibilidad la que sus hijos viven a todo lo ancho de la tierra acogiendo la gracia que Jesucristo trae. La vida cobra un nuevo sentido y la muerte comienza a desdibujarse.

Es esa misma revelación la que nos apela para, en primer lugar, prestar atención y descubrir en qué podríamos cambiar para que nuestra salida de la casa del padre fuese real y fructífera; transfiguradora. Nos invita, en segundo lugar, a confiar en el evangelio que proclamamos con la misma sencillez que demuestra el salmista; ponernos en sus manos, en las de los demás y, lo que muchas veces parece ser tan difícil, en nuestras propias manos. Finalmente, nos recuerda que nada cambiará si no podemos estrenar también nuevas perspectivas que nos desacomoden. Siempre es posible mirar a los ojos de la vida desde un poco más abajo; desde los pobres y abandonados. Desde ellos miraba Jesús a Dios, entre ellos se hizo verdaderamente Hijo, verdaderamente Dios. En estos días de desierto que llamamos cuaresma, nuestra autenticidad no se medirá por otra cosa que no sea nuestro acercamiento a esa realidad a la que Jesús sabía retornar siempre después de ascender a la cumbre. En su ascenso llevaba con él aquellos a quienes había liberado, hombres y mujeres a los que llamamos discípulos, para que se encontrasen con Dios y en el descenso él, ellos y ellas, acercaban a Dios a quienes todavía permanecían en prisiones diseñadas para defender intereses traidores al amor de Dios. El dinamismo mesiánico que Jesús nos revela sigue esta secuencia: liberación-ascenso-descubrimiento-descenso. Y vuelta a empezar… hacia la Pascua.


Mosaico sobre el coro en la Basílica de la Transfiguración en el Monte Tabor


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