12/03/2023
Las locuras de Dios.
Domingo III Cuaresma
Éx 17, 3-7
Sal 94, 1-2. 6-9
Rm 5, 1-2. 5-8
Jn 4, 5-26. 39-42
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El ser
humano es un ser sediento. Busca permanente el agua que pueda saciarle pero es
difícil de encontrar. O no. Tal vez se busca donde no se puede hallar. La
experiencia del desierto define la existencia entera de Israel. Son un pueblo
en permanente marcha, desposeído de cualquier seguridad y llamado siempre a una
confianza absoluta en Dios, que ha prometido proveerle de todo lo necesario. Sin
embargo, el camino nunca fue sencillo y la fe del pueblo se debilitaba en los
peores momentos. Por eso se enfrenta constantemente a Dios, poniéndolo a prueba
(Masá) y querellándose contra él; su relación es un permanente pleito (Meribá).
El agobio del día a día nos hace abandonar la confianza y solicitar pruebas;
poner la esperanza en aquello que nos calme la sed, aunque sea esa calma falsa
que crea en nosotros dependencia. Así surge nuestra esclavitud a tantas cosas
que no sacian pero consuelan.
La samaritana
parece más una figura idealizada que una persona real. Sus cinco maridos pueden
representar a los cinco pueblos de los que procedían los colonos que repoblaron
la región tras la caída del reino del norte. Estos maridos impusieron el culto
a su propios dioses, los cuales convivieron con Yhaweh, el marido actual que
tampoco lo es plenamente… la mujer, figura de Samaría, sale a buscar agua al
pozo de Jacob, pero esta agua no consigue saciarla porque sigue sin fiarse de
Dios, sigue aún alimentando la división entre Jerusalén, la ciudad del templo
judío o Garizim, el monte donde se alzaba el templo samaritano. Es incapaz de
superar las divisiones humanas. Jesús le muestra que el culto verdadero está
por encima de cualquier división y que, aun teniendo razón, como la tienen los
judíos al adorar a Yhaweh, ésta se pierde cuando la transforman en trinchera
para no acercarse a los otros, orar con
los otros, amar a los otros. El Espíritu es dinamismo que alimenta la vida.
Quien se deja guiar por él alcanza la verdad, aunque sea inmerecidamente.
De la gratuidad del amor de Dios habla también Pablo que nos recuerda el sinsentido de un Dios que no esperó a que ese pueblo recalcitrante fuera perfecto para intervenir en su favor, sino que le justificó siendo aún pecador. Es una locura. Nuestra sed solo se podrá saciar cuando abandonemos partidismos y fes que segreguen. Existe tan solo un pueblo universal llamado a no endurecer su corazón. Violentar al hermano es desafiar a Dios, querellarse con él en un interminable litigio en el que es imposible vencer. Es volver a Masá y a Meribá. Uno de los dos debe ceder y es siempre quien más ama quien más lo hace. Es siempre Dios quien vuelve a manifestarse a favor del ser humano y quien insiste en la necesidad de eliminar cualquier frontera. La Vida (así, con mayúscula) no podrá ser plena mientras no nos incluya a todos y la Verdad (también con mayúscula) nos resultará inaccesible si no conseguimos despejar cualquier incógnita sobre nuestra unidad esencial. Todos somos seres sedientos y la sed fundamental lo es acerca del sentido último, pero ese sentido permanecerá oculto para todo aquel que no sepa entregar la vida despreocupadamente a Dios a través de los demás. Porque es cierto que en los demás podemos hallar a Dios, pero también lo es que a Dios podemos encontrarlo sólo a través de ellos. En ellos amamos y somos amados. No existen ya Templos que puedan contenernos ni contenerle.
Espíritu que unifica cada piedra de este Mosaico...
ResponderEliminarA todos nos hace uno a con el Uno...
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