01/01/2024
Año Nuevo.
Nm 6, 22-27
Sal 66, 2-3. 5. 6. 8
Gál 4, 4-7
Lc 2, 16-21
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Llega el momento
de los buenos deseos y de los proyectos. Como creyentes este día trae
aparejados dos deseos y la celebración de un proyecto que echa a andar. El
primer deseo es la extensión de la paz en el mundo. Hoy, jornada mundial de la
paz, instituida por Pablo VI como iniciativa eclesial y ofrecida a todo el que
quisiera adherirse a ella, la liturgia abre con la bendición del libro de los
Números, porque sembrar la paz es bendecir. No cabe pedir la paz y sentarse a
esperar que llegue. Bendecir es desear el bien de corazón; es no albergar
rencor ni dar tregua a la malicia; es potenciar una relación amorosa con el
otro en la que no quede sombra alguna. La bendición, quizá extraña para
nosotros hoy por su sabor añejo, es la práctica diaria de invocar a Dios para
que esté con el otro y le acompañe. No se puede bendecir sin desear la paz. No
es posible pedir la paz sin bendecir al enemigo. Si no amas a quien bendices
será tarea inútil. Que la paz crezca es trabajo nuestro. El salmista pide la
bendición de Dios sobre su pueblo para transformarlo en mediador que dé a
conocer a los otros pueblos su justicia y por ella le teman. Del mismo modo,
siglos después, este mensaje será actualizado por el discípulo que exclame:
“Mirad como se aman”, haciendo así, según la voluntad del maestro, de la paz
comunitaria un valor universal, al alcance de todos.
El segundo deseo
es la maternidad de todos. El único momento en el que Pablo habla de María es
este fragmento que leemos hoy de la carta a los Gálatas: “…nacido de mujer”. Es
afirmación de la humanidad de Jesús que nos hizo a todos herederos del Reino.
Hoy es festividad mariana que recuerda la estrechísima unión entre el Verbo y
Jesús desde antes de su nacimiento en el espacio cedido por aquella joven
campesina. Es propuesta para que todos descubramos nuestra propia unión con
Dios y la transmitamos a los demás. Se nos pide ser espacio de encuentro; ser madres
del hombre nuevo que trae consigo la paz en una relación nueva con todos los
demás. El triunfo del trabajo por la paz depende en gran medida de nuestra
propia conversión; del descubrimiento de que nuestra filiación nos hace no solo
hijos, sino también hermanos, pero no solo de los amigos, correligionarios o
compatriotas, sino de la humanidad entera, que está capacitada por igual para
acoger a Dios, transformarse a su imagen y bendecir a buenos y malos.
Y llegamos así a nuestra celebración: Dios hecho carne presente entre nosotros. En-Manu-El. No es una llegada desde fuera, sino que surge desde nuestro propio interior. El hueco en el que Dios se hace uno como nosotros es idéntico en todos. Nosotros podremos tener el privilegio de haber sido informados de esta realidad, pero Dios nace en todo hombre de buena voluntad que lo busca de corazón, aunque su tradición tenga otra perspectiva. Ser conocedores de este hecho no nos autoriza a imponer nada a nadie, pero nos exige ser clave de interpretación que dé a conocer esta realidad, que la dé a luz y haga caer en la cuenta de su alcance universal y fomente la paz. Esta paz es el rostro de Dios que anida en todas las culturas, tradiciones y personas. Construir la paz es buscar su rostro, hacerlo presente entre todos de forma que todos aporten aquello que a otros nos es desconocido. La llegada de Jesús nos desveló este camino, pero queda un buen trecho que recorrer. En este día, bendecimos, alumbramos y celebramos. Todos juntos avanzamos.
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